Renacer

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Nuestro hijo casi muere en un accidente automovilístico. Hoy somos testigos de su milagrosa recuperación.

Hace seis semanas nuestro hijo Yaakov de 21 años, fue atropellado por un automóvil mientras patinaba por las calles de Jerusalem. Después de dos cirugías de emergencia en la cabeza, yació inconsciente en la Unidad de Tratamiento Intensivo en el Hospital Hadassa, poniéndose cada vez más delgado y más pálido, con tubos entrando y saliendo por casi todas las partes de su cuerpo, durante dos semanas.

No sabíamos si saldría vivo del hospital. El terror de esos días fue oscuro e interminable. Los incesantes “pips” de las innumerables máquinas adheridas a él era todo lo que teníamos para recordar que las horas y los días transcurrían mientras estábamos sentados a su lado, rezando, leyéndole versículos de la Torá, sosteniendo sus manos.

¿Tendría la misma personalidad? ¿Volvería a caminar? La vida era un gran signo de interrogación. Los doctores no podían tranquilizarnos.

Finalmente, la presión cerebral de Yaakov fue bajando a niveles que los doctores consideraron seguros para comenzar el proceso de despertado. Sacarlo de todas las fuertes drogas llevó cuatro días. Esperamos ansiosamente que se despertara. ¿Nos reconocería? ¿Sabría cómo caminar, o tendría el cerebro dañado en esa área, como los doctores temían? ¿Podría recordar cualquier cosa del pasado? ¿Tendría la misma personalidad? ¿Sería capaz de caminar, de saborear, de leer, o de hacer otras cosas básicas? La vida era un gran signo de interrogación. Los doctores no podían tranquilizarnos.

Todo lo que podíamos hacer era rezarle a Dios con todo nuestro corazón: “¡Por favor, devuélvenos a nuestro Yaakov!”.

Con el advenimiento de la fiesta de Shavuot, algunos compañeros de Yaakov en el ejército ofrecieron quedarse con él esas 24 horas para que mi esposa y yo pudiéramos estar en casa con nuestros otros hijos – para obtener algo de descanso, algo de perspectiva, y vivir todo el impacto de la festividad.

La tradición nos cuenta que cuando Dios se reveló a Sí mismo ante pueblo judío en el Monte Sinaí y entregó la Torá hace aproximadamente 3,800 años, todas las personas enfermas fueron curadas: el lisiado pudo caminar, el ciego pudo ver, etc. En cada Shavuot, el aniversario de este evento, regresa el mismo poder de curación.

Yaakov con sus padres y hermanoCuando terminó la festividad, recibimos la llamada de uno de los amigos del ejército de Yaakov quien había estado sentado a su lado por 24 horas. “¡Vengan rápido! ¡Se está despertando! Nos reconoce y nos entiende”.

Con los ojos llenos de lágrimas, nos apresuramos a ir al hospital. A simple vista, parecía una repetición de la misma ruta dos semanas antes, conduciendo y llorando hacia el hospital. Pero esta vez era muy diferente: nuestras lágrimas eran las primeras expresiones de alivio, de felicidad y de agradecimiento. Cuando estuvimos al lado de Yaakov y vimos que nos sonreía, con sus ojos vidriosos pero resplandecientes de vida y reconocimiento, nuevamente nos fue difícil permanecer de pie.

No podía hablar, y difícilmente podía abrir sus ojos, pero cuando mi esposa se inclinó para besarlo, él de algún modo encontró la fuerza para extender la mano, acariciar su mejilla y decir “Te quiero”. El cielo se estaba abriendo. Cuando su amigo dijo adiós, él lentamente tomó su mano y la llevó hasta su boca para besarla, y además hizo un guiño. Con esos pequeños movimientos él nos hizo saber que nuestro Yaakov había vuelto.

Fuimos testigos de algo que poca gente tiene la oportunidad de ver: un milagro.

Pero en realidad, nosotros vemos muchos milagros. Casi todos los días. Rav Dessler explica que la única diferencia real entre un milagro y la “naturaleza” es la frecuencia. ¿Acaso el Maná, que aparecía con el rocío cada mañana por 40 años en el desierto, es algo más milagroso que las semillas descompuestas transformándose en tallos de trigo o en árboles de mango? Pero dado que vemos esto todo el tiempo, perdemos la sensibilidad para maravillarnos. Lo mismo ocurre con cada aspecto de las maravillosas funciones de nuestro cuerpo.

“¡Todo es un milagro!” suena trillado. Pero cuando ves la creación ante tus ojos, de repente es profundo.

Ahora sé, “¡Todo es un milagro!” suena trillado. Pero cuando ves la creación ante tus ojos, trillado ya no es trillado. Es profundo.

Hemos presenciado algo que sólo puede ser descrito como el renacer de un ser humano. Al principio era una masa de carne inmóvil. Luego sus ojos se abrieron y comenzó a reconocer cosas. Durante los días siguientes empezó a respirar de nuevo por sí mismo, y lentamente a mover sus manos y sus piernas. Después, nuestra alegría fue infinita cuando estuvo listo para beber a sorbos, y poco después a beber por sí mismo. Tomó un tiempo pero pronto ¡pudo incluso sostener una botella de agua!

Unos pocos días después, con mucho dolor sacó sacó sus primeras palabras y nuestro éxtasis no se podía expresar con palabras. Entonces comenzó a comer alimentos sólidos, a decirnos qué necesitaba. Como el cordón umbilical de un bebé, gradualmente le fueron sacando los innumerables tubos que habían sustentado cada aspecto de sus funciones corporales.

Cada mañana, al despertar, decimos un hermoso rezo de agradecimiento antes de salir de la cama: “Te agradezco, Dios viviente, por haberme devuelto el alma con compasión…” El judaísmo define el dormir como “una sesentava parte de la muerte”. Nuestro Yaakov estuvo en un estado que fue más como 59 partes en sesenta de la muerte, pero Dios le devolvió el alma. Casi todos los días vemos más partes de él que vuelven de un lugar lejano, muy lejano.

Cada día luchábamos con el miedo terrible de, “¿Y si su recuperación llega hasta aquí? ¡Quizás frenará aquí!”. Exprimíamos cada gota de optimismo y nos auto-forzábamos a “estar convencidos” que él seguiría avanzando. Nos encontrábamos (y lo seguimos haciendo) desgarrados entre una sensación inmensa de gratitud porque él volvió de tan lejos, y nuestro claro anhelo de que Yaakov recupere todas sus habilidades, memorias y personalidad.

Pensar positivamente influye en el resultado de las cosas. De hecho, el judaísmo exige optimismo. Tenemos un Dios que nos ama y que tiene poder infinito para ayudarnos. Él tiene antecedentes grandiosos; tal como nos ha ayudado en un millón de modos hasta ahora, podemos contar con que nos seguirá ayudando para seguir adelante. También deberíamos estar pasmados y asombrados cuando las cosas no salen de la forma que deseamos. Sorprendidos lo suficiente como para preguntar qué lección nos está tratando de enseñar.

Después de una semana más en la Unidad de Tratamiento Intensivo, Yaakov fue trasladado al pabellón neurológico del hospital, y unos días después, aún con la traqueotomía saliendo de su garganta, fue transferido a un hospital de rehabilitación.

Cuando nos estábamos despidiendo de nuestros nuevos amigos -el personal de la UTI- una trabajadora social nos dijo que todo el que deja ese lugar se va con dos regalos muy especiales. Primero, tienen una perspectiva nueva de lo que realmente importa en la vida. Los problemas insignificantes son justamente eso, problemas insignificantes. Segundo, una apreciación realista del increíble milagro que es la vida. Cada una de las cientos de cosas que hacemos cada día es simplemente asombrosa. Cuando ves a tu hijo sin esa habilidad, y te imaginas lo que sería la vida para él sin eso (comer por sí mismo, hablar, ir al baño, leer, caminar, sostener cosas, entender, recordar cosas), sabes cuán agradecidos deberíamos estar. “Esos regalos son para ustedes, la familia. Su hijo no recordará por lo que pasó, pero ustedes sí”.

En uno de esos primeros días de volver a despertar, Yaakov tenía un dolor de cuerpo tremendo, sacudiéndose muchísimo, sufriendo terribles dolores de cabeza y envuelto en una gran confusión. Entrevió en un espejo su cabeza rapada, la gran cicatriz, su cara pálida y delgada, y comenzó a llorar. Lo abracé fuerte y lloré con él, pero le dije: “Yaakov, puede que estés llorando de dolor, y siento mucho no ser más comprensivo. Pero mis lágrimas son de alegría. No espero que me entiendas, pero verte vivo, sintiendo y consciente, es tan grandioso que todo lo que puedo hacer es llorar”. Él entendió, y estuvo aliviado.

Hemos alentado a personas de todo el mundo a trabajar en estos dos importantes rasgos – no culpar y no quejarse.

En un principio él no sabía su nombre ni su edad, donde vivía, o cuantos chicos hay en nuestra familia. Hoy Yaakov está libre de la mayoría de su dolor y se está comunicando maravillosamente (tanto en hebreo como en inglés). Todavía hay un largo camino de recuperación en varias áreas, como el dolor en una pierna, una mandíbula quebrada, más cirugías, y vacíos en su memoria, pero vemos más y más facultades retornando casi a diario.

Ha vuelto a muchos de sus rasgos maravillosos, como no culpar y no quejarse. A pesar de sus incapacidades presentes, casi siempre está contento y se ilumina cuando viene un nuevo visitante. Ayer encontramos más vidrios incrustados en su brazo, pero él no se quejó y no culpó a nadie.

Nos hemos alentado a nosotros mismos y también a personas alrededor del mundo a trabajar en estos dos importantes rasgos – no culpar y no quejarse – y hemos oído sobre cómo cientos de personas están trabajando en eso, cuán difícil es cambiar nuestros hábitos negativos, y la gran diferencia que ha hecho un poco de conciencia en sus vidas. (Haz clic aquí para ver un video relacionado)

Uno de mis rabinos - un padre joven que fue diagnosticado con un cáncer terminal que fue tratado y luego desapareció - compartió conmigo algo que nunca he olvidado. “Si alguien me hubiera ofrecido 10 millones de dólares para atravesar esa experiencia, nunca lo hubiera aceptado. Pero ahora que ya la he atravesado, si alguien me ofreciera 10 millones de dólares para sacármela de encima, nunca renunciaría a ella”.

Ahora entiendo lo que quiso decir. La agonía, el profundo e inimaginable miedo, y el dolor de cabeza de las últimas semanas son algo que no le desearía a nadie. Pero las lecciones que mi esposa y muchos de nuestros amigos y familia han aprendido son tan preciosas que es difícil imaginar ir hacia atrás y vivir la vida sin ellas. Mi apreciación por la belleza y el milagro de la vida, mi entendimiento del poder de la bondad, del amor y de la amistad, el impacto de pequeños (y grandes) gestos de cariño, la intimidad con Dios a través de las lágrimas y las plegarias desde el corazón, la fortaleza y el confort de la comunidad, y la importantísima lección acerca del amor incondicional por un hijo, sin expectativas ni juicios.

Por todos estos tesoros, y por el retorno de Yaakov a nosotros, siempre estaré agradecido.

Haz clic aquí para leer el primer artículo de Efraim sobre su hijo.

Haz clic aquí para ver “¡Dónde está la sal!” un video sobre la campaña “No Culpes, No te Quejes”.

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