El Rabino y la Ministra de Transporte

7 min de lectura

Una licencia de conducir expirada se transforma en una mágica experiencia de Shabat.

El año pasado estaba planeando un viaje a los Estados Unidos por avión desde Canadá. La nueva ley requería un pasaporte.

Durante los preparativos, mi esposa se ocupó de nuestros papeles. Ella revisó mi billetera, sacó mi licencia de conducir y se rió. “¿Acaso mi foto está tan fea?”, pregunté.

“Mmm, Moshé, creo que tu licencia expiró”.

 

Me dio taquicardia mientras revisaba la licencia. ¡Era verdad! No sólo había expirado, sino que había expirado hace tres años y dos semanas. ¿Cómo podía ser?

 

No hay problema, pensé. Llamé a la oficina de registros. La mujer me dijo: “No hay problema señor, usted siempre puede renovar su licencia. ¿Hace cuánto que expiró?”.

“Hace unos tres años”, respondí.

La mujer se tomó unos momentos para confirmar las fechas. “Lo siento señor, se ha retrasado dos semanas. Tendrá que comenzar todo de nuevo”.

“¿A qué se refiere con ‘todo de nuevo’?”.

“Tendrá que completar el curso local obligatorio para obtener una licencia. Eso incluye un test escrito, un examen de manejo en ciudad y un examen de manejo en autopista. No hay nada que yo pueda hacer. Es la ley”.

Las palabras “todo de nuevo” me sonaban conocidas. Me recordaban mi cumpleaños número 18.

Luego me chocó la realidad. ¿Compartir autos? ¿Mis clientes? ¿Cómo iría al Shul a enseñar? Mi vida de repente dio un giro inesperado y yo estaba varado a un costado de la autopista, no había nada que yo pudiera hacer.

Llamé de nuevo. Atendió otra mujer y le expliqué la situación, agregando “Yo recibí una licencia nueva hace unos pocos años”.

Ella chequeó mi registro. “Sí, de hecho, se emitió una licencia nueva hace cuatro años, pero eso fue solamente un cambio de domicilio. La licencia no fue renovada en ese momento”.

Ya en estado de desesperación, pregunté: “¿Hay alguien con quien pueda hablar sobre esto?”

“No, lo siento mucho. Es la ley”.

Esa noche yo me recosté en mi cama, devastado. Nuestros Sabios nos enseñan: “Aun si el filo de la espada está en tu garganta, uno nunca debe perder la esperanza”. Debe haber una solución… Luego, de pronto, se me ocurrió.

Corrí a mi oficina. ¡Busqué en Internet y en unos pocos minutos encontré el e-mail de la Ministra de Transporte de Canadá! La honorable Ministra Donna Cansfield.

Le envié un e-mail rápidamente, titulado: “Desesperado dilema de conducción”.

Honorable Ministra Donna Cansfield, tengo un problema con el que espero me pueda ayudar. Estoy seguro que tiene asuntos mucho más importantes de los cuales ocuparse, pero esto es de máxima importancia para mí… Yo recibí mi licencia de conducir a los 18 años y tengo un registro de conducción excelente. Tengo 34 años…

 Sabía que tenía que exagerar bastante.

La vida en los mejores momentos es abrumadora. Nosotros tuvimos nuestro sexto hijo hace un mes. Me esposa necesita de mi ayuda. Yo trabajo, enseño, y la idea de no tener mi licencia por más de un año es devastadora. Me pregunto si hay algo que se pueda hacer…

 

Una voz del otro lado dijo: “Hola, soy Donna Cansfield”. Estaba sorprendido, ¡no podía creer que era ella!

A primera hora de la mañana, recibí una llamada telefónica. Estiré mi brazo para responder. Una voz del otro lado dijo: “Hola, soy Donna Cansfield”. Estaba sorprendido, ¡no podía creer que era ella! Yo le expliqué la situación y nos reímos un poco. La Ministra era realista y comprensiva. “Todavía estamos tratando de asimilar el hecho de que tienes 34 años y ya tienes 6 hijos… te voy a comunicar con alguien que puede resolver el asunto. Por favor llámame si hay algún problema”.

Yo le agradecí profusamente y cortamos. En sólo doce horas pasé de estar enterrado en un problema a tener la solución en mis manos. No sólo respondió personalmente, ¡también quería ayudar! ¡Esto realmente iba a funcionar!

La señora con la que hablé después también era muy servicial. Ella dijo que estudiaría el asunto y me llamaría de nuevo. Sin embargo, más tarde ese mismo día, me explicó que la ley es clara al respecto y que no hay nada que alguien pudiera hacer para ayudarme. De repente, me vinieron escalofríos mientras tenía visiones de mi esposa en el asiento del conductor y yo como su pasajero.

Después de aceptar la derrota supe que sólo había una cosa para hacer: agradecerle a la ministra con un e-mail.

Asunto: Desesperado dilema de conducción 2.

 ¡Realmente aprecio todos sus esfuerzos! Estoy muy sorprendido de que se haya tomado el tiempo de atender mi problema, relativamente minúsculo, e incluso llamarme personalmente.

 Desafortunadamente la señora B. me dijo que no hay nada que se pueda hacer.

 Quería desearle mucho éxito en todos sus emprendimientos, felicidad, salud y que sus sueños y deseos más profundos sean escuchados.

 Adjunto algunas imágenes de mis seis pequeños monstruos. (Los niños estaban usando kipot, era obvio que éramos judíos). Si alguna vez usted quisiera conocer a la familia y tener una experiencia cultural, será un honor recibirla a usted y a su marido o a algún amigo para una comida tradicional de viernes en la noche en mi casa. El pan casero que prepara mi esposa es ¡maravilloso! Siéntase libre de llamarnos cuando desee.

 Qué me hizo invitar a la Ministra para una comida de Shabat no lo sé. El viernes en la noche es mágico hasta para la persona más secular; siempre es un éxito. Supongo que sentí que era algo importante que debía hacer. Fue algo que hice sin pensarlo dos veces, ni siquiera le había dicho a mi esposa.

Dos semanas más tarde, después de pasar el primer examen de manejo, había un e-mail esperándome.

”He estado revisando la agenda de la Ministra Cansfield para encontrar un viernes a la noche en el que ella pueda pasar a conocer a su familia y a probar el pan casero de su esposa… La ministra Cansfield no podrá quedarse a cenar pero le encantaría conocer a su familia y degustar algo de pan casero. Si no es este viernes próximo, seguramente encontraremos otra fecha. Gracias”.

 A estas alturas, posiblemente ya debía informarle a mi esposa…

En la Casa de un Extraño

 

Yo sabía que si ella entraba a la casa, no se podría ir tan rápido.

Finalmente arribó el gran día. ¡La Ministra de Transporte, la honorable Donna Cansfield, sería una invitada en nuestra mesa de Shabat! Yo había entendido que la Ministra no quería comprometerse para toda la cena, pero sabía que si entraba a la casa, no se podría ir tan rápido. La comida de Shabat del viernes en la noche siempre es mágica.

Yo estaba comprometido a no cambiar nada, kidush, etc. De hecho, para los estándares de la gente más observante mis cánticos previos al kidush son inusualmente largos. Tengo la costumbre de recitar una versión extendida de kidush “estilo Bobov jasídico”. Aunque iba a llevar un rato hasta que finalmente pudiéramos comer, sentía que era importante para mis hijos ver que nada se había alterado. (Usualmente les explico a los invitados que esta es la estrategia, mantenerlos en suspenso, para que luego realmente disfruten la jalá cuando finalmente llega). Hicimos solamente una modificación menor: No iba a haber ningún cobertor plástico transparente a prueba de manchas sobre el mantel (Yo recé para que mis hijos no derramaran nada ese Shabat).

Sonó el timbre y mi familia se reunió en la entrada. Ella estaba sola, y yo sentí instantáneamente su incomodidad. Ella estaba en la casa de un extraño, presentándose a una religión extraña mientras todos los ojos estaban centrados en ella. Ella era serena y elegante. La Ministra comentó lo bien que estaban vestidos los niños. Admitió no tener idea de lo que esperar y por eso se vistió informalmente después del trabajo. Le dije que nosotros simplemente estábamos honrados y encantados de que ella había venido.

Nos sentamos y fuimos alrededor de la mesa presentándonos. Obviamente, los nombres le resultaban extraños a ella. Mi esposa y yo ayudamos a nuestros niños diciéndoles el equivalente en español de sus nombres, pero la Ministra insistió en aprenderlos en hebreo. Ella era bastante natural. Hasta aprendió el nombre de nuestro hijo, Chesky. Todos nos sentimos cómodos instantáneamente. Nos reímos y bromeamos. Mi hija, Guitty, quería saber si debíamos reverenciarnos cuando la Ministra llegara.

Yo le di a la Ministra Cansfield un libro de oraciones traducido y le indiqué la página. Mis hijos cantaron conmigo, muy bellamente. La ministra parecía asombrada y encantada al mismo tiempo ante la vista que tenía adelante. Había una sonrisa en su cara mientras miraba a los niños.

Yo expliqué todo. Shalom Aleijem, la bienvenida de los ángeles, Eshet Jail, las alabanzas de la mujer, la bendición de los niños, y compartí algunas anécdotas inspiradoras.

“Vamos a lavarnos las manos antes de comer el pan”, yo dije. “Siéntase libre para quedarse sentada”. Ella insistió en lavarse con la familia. Yo hice hamotzí (la bendición sobre el pan). Señalé que siempre le corto a mi mujer un pedazo de pan más grande que el mío, debido a la obligación del hombre de honrar a su mujer más que a si mismo. La jalá de mi mujer, como siempre, estaba exquisita. Esto fue obvio por la reacción de la ministra. Ahora estaba seguro de que no se iría tan rápido.

La ministra dijo que había venido a conocer a la señora que tenía seis hijos y que horneaba su propio pan.   

Hablamos y nos reímos mientras yo contaba todo el episodio de la licencia. La Ministra explicó que la razón por la que quería venir era porque quería conocer a la mujer que tenía seis hijos y que horneaba su propio pan.

Mi hijo de cinco años, Yosi, trajo su página de preguntas y respuestas sobre la parashá de la semana en idish, y traducimos. Shuli, mi hijo mayor, dio un dvar Torá (clase de Torá) y explicó.

La noche parecía volar. Después de dos horas, justo antes de servir el postre, la Ministra dijo: “Ya debería irme”. Nosotros insistimos en envolverle un poco de torta de chocolate casera. Ella preguntó si podíamos ponerle también un poco para su marido y su hijo que estaban en casa. Para cuando terminó la noche, ella conocía las palabras “Shabbos” y “jalá” y los nombres de todos los niños. Antes de irse, abrazó a mi señora y le pidió que se mantuviera en contacto.

La puerta se cerró y había felicitaciones para todos. No creo que hubiese podido salir mejor. Gracias a Dios mis hijos eligieron esta noche para portarse mejor que nunca.

Qué país increíble, y que gobernantes increíbles tenemos. Después de un simple e-mail y la subsiguiente invitación de un extraño, la Ministra vino a una casa desconocida y a una religión aun más desconocida sin seguridad ni miedo.

La semana siguiente, recibimos una carta del Ministerio de Transporte. No era mi licencia, sino una carta manuscrita de la ministra. Entre otros hermosos comentarios, ella escribió: “Es un recuerdo hermoso que siempre llevaré conmigo. Quién hubiese pensado que una licencia vencida llevaría a un evento así”.

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