¿Por qué tanto sufrimiento?

6 min de lectura

Creando libertad sin anarquía, orden sin tiranía.

Las últimas tres semanas han sido muy difíciles para los judíos en todas partes del mundo y por sobre todo para los judíos de la tierra de Israel. Luego del secuestro y asesinato de tres jóvenes israelíes y de un joven palestino, los ataques de misiles de Hamás se intensificaron. El resultado fue un ataque continuo del tipo que ningún país en el mundo ha tenido que enfrentar: peor incluso que el Blitz en la Segunda Guerra Mundial. (En el clímax del Blitz, un promedio de 100 misiles alemanes fueron lanzados en contra de Gran Bretaña cada día. En el presente conflicto, Hamás ha lanzado un promedio de 130 misiles diarios en contra de Israel). Sentimos el dolor de los heridos y de los que sufren. Y también sufrimos por los palestinos, quienes son rehenes de Hamás, una despiadada organización terrorista.

Gran parte del mundo ha condenado a Israel por cumplir con el principal deber que tiene cualquier gobierno: defender a sus ciudadanos de un ataque que busca acabar con sus vidas. ¿Cuál es la alternativa en una situación en la cual Hamás almacena misiles en las escuelas, sitúa sus puestos de lanzamiento de misiles a un costado de los hospitales y mezquitas, utiliza ambulancias para transportar terroristas, hace las entradas a sus túneles debajo de los edificios y utiliza a su propia población civil como escudos humanos? Como escribió el Coronel Richard Kemp, un ex comandante de las tropas británicas en Afganistán, en el periódico inglés The Times el 25 de julio del 2014, Israel utiliza “los más sofisticados y completos sistemas para evitar las bajas civiles que haya utilizado algún ejército en el mundo”. Y como dijo el filósofo político de Princeton Michael Walzer, “un principio central de la teoría de guerra es que la defensa de un pueblo o país no puede transformarse en un imposible moral”.

Las protestas a lo largo del mundo no han sido sólo en contra de Israel, sino que también han sido —de acuerdo a los ministros del exterior de Francia, Alemania e Italia— en contra de los judíos. ¿Alguien pensó alguna vez que más de 120 años después del juicio de Dreyfus y setenta años después del Holocausto se escucharía nuevamente el grito “muerte a los judíos” en las calles de Francia y Alemania? Pero eso es lo que ha pasado. El nuevo antisemitismo no es igual al antiguo antisemitismo; el virus de odio más antiguo de la humanidad ha mutado nuevamente. Las lágrimas de Tishá B’Av aún no han terminado.

Mi preocupación aquí, sin embargo, no es por los problemas políticos, morales o legales de qué es lo que constituye una guerra justa, sino con la intensa pregunta espiritual que se ha presentado en esta época del año durante toda la historia judía. ¿Por qué tanto sufrimiento durante tanto tiempo? ¿Acaso no hemos habitado ya suficiente en el valle de las lágrimas? “¿Acaso el juez de toda la tierra no hará justicia?”.

No somos profetas ni hijos de profetas, pero a veces debemos dar un paso hacia atrás y preguntarnos a nosotros mismos: ¿Cuál es el significado de lo que está ocurriendo? ¿Qué nos dice sobre el destino y la suerte del pueblo judío? Puede que no haya una sola respuesta. El antisemitismo y el antisionismo son fenómenos muy complejos. Pero esta es mi respuesta después de muchos años de preguntármelo.

Libertad sin orden

Al principio de los tiempos, Dios creó el universo con un estallido de energía que eventualmente dio nacimiento a las estrellas, luego a los planetas y luego a la vida. Entre las millones de formas de vida que emergieron eventualmente, había una que era diferente de las otras: El homo sapiens, la única forma de vida conocida por nosotros que es capaz de preguntarse “¿por qué?”.

Dios le confirió a este ser la mayor muestra de Su amor, estableciendo Su imagen y semejanza en cada ser humano independientemente de su color, cultura, creo o clase social. Invitó a la humanidad a volverse Sus “socios en el trabajo de la creación”, pidiéndonos que creásemos lo mismo que Él había creado: libertad y orden; el orden de la naturaleza y la libertad que le permite al hombre elegir entre el bien y el mal, entre sanar y herir.

Lo que la Torá nos relata en un principio es cómo falló la humanidad. Lo hicieron en dos formas. Crearon libertad sin orden, o crearon orden sin libertad. Y esta sigue siendo la tragedia de la humanidad.

Libertad sin orden era el mundo antes del diluvio, un estado de anarquía y caos que Thomas Hobbes describió como “la guerra de todo hombre contra todo hombre”, en la cual la vida es “brutal, desagradable y sumamente corta”. Así es el mundo hoy en día en Siria, Irak, Nigeria, Somalia, Mali, la Republica Centroafricana y otras zonas de conflicto; es un mundo de estados que han fallado o que están fallando y de sociedades destruidas y arruinadas por la anarquía. Eso es libertad sin orden, lo que la Torá llama “un mundo lleno de violencia” (Génesis 6:13) que hizo a Dios “arrepentirse de haber creado al hombre en la Tierra y Su corazón se entristeció” (Génesis 6:6).

Orden sin libertad

Pero la alternativa era un mundo de orden sin libertad, el cual es encarnado en la Torá por la Torre de Babel y por el Egipto de los faraones, civilizaciones que lograron la grandeza al costo de transformar a la humanidad en esclavos. Eso también es un insulto a la dignidad humana, porque cada uno de nosotros, y no sólo algunos de nosotros, somos la imagen de Dios.

Habiendo visto estos dos tipos de falla, Dios llamó a un hombre, Abraham, y a una mujer, Sara, y les dijo: Quiero que sean diferentes. Quiero que ustedes y quienes los sigan creen, a partir de una pequeña nación en una pequeña porción de tierra, una nación que le muestre al mundo lo que es vivir tanto con orden como con libertad. Lo que es construir una sociedad basada en el amor: el amor a Dios “con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”, el amor a tu prójimo “como a ti mismo” y el amor al extranjero, un mandamiento que aparece repetido de acuerdo a nuestros sabios 36 veces a lo largo de la Torá.

Quiero que se vuelvan un pueblo que respete las leyes de tzedek y mishpat (justicia y ley), jésed y rajamim (gracia y misericordia), no por medio del poder coercitivo del estado, sino porque le hayan enseñado a sus hijos a escuchar la voz de Dios en el corazón humano. Quiero que le muestren al mundo cómo crear libertad sin anarquía y orden sin tiranía. Esa ha sido la misión judía por buena parte de los últimos 4.000 años.

El resultado fue que los judíos se encontraron, una vez tras otra, en el frente de batalla de la defensa de la humanidad. Donde hay libertad sin orden —anarquía— todos son víctimas potenciales. Los judíos no jugaron un papel protagónico en esta historia. Pero donde hay orden sin libertad —imperialismo en todos sus aspectos— los judíos han sido por lo general el blanco principal, porque son quienes más que cualquier otro han rechazado arrodillarse ante los tiranos.

¿Por qué los judíos?

Por eso fueron atacados por los imperios del mundo antiguo —Egipto, Asiria y Babilonia—, de la antigüedad clásica —Gracia y Roma—, por los imperios teocráticos cristiano y musulmán de la Edad Media, y por las dos grandes tiranías del mundo moderno, la Alemania Nazi y la Rusia Estalinista. La cara de la tiranía hoy en día es el Islam radical en la forma de Al Qaeda, ISIS, Boko Haram, la Yihad Islámica, Hizb at-Takir, Hezbolla y Hamás, los cuales están causando caos y devastación a lo largo del Medio Oriente, la África subsahariana y partes de Asia. También constituyen un peligro real y presente para las democracias liberales europeas. Y a pesar de que Israel es un elemento casi microscópico en este alboroto global, nuevamente está en el frente de batalla.

¿Por qué? Porque los judíos a lo largo de la historia siempre han reconocido a la tiranía por lo que es y se han rehusado a sentirse intimidados por el poder, las amenazas, el terror y el miedo. De alguna forma, en la región más peligrosa del mundo, Israel ha creado una sociedad de libertad y orden: una prensa libre, elecciones libres, un sistema judicial independiente por un lado e innovación constante en las artes, ciencias, agricultura, medicina y tecnología por el otro.

Israel no es perfecto. Creemos —la Torá es la literatura nacional más crítica de toda la historia— que nadie es perfecto, que “no hay nadie en la Tierra que sea tan justo que sólo haga el bien y nunca peque” (Eclesiastés 7:20). Pero el Israel moderno ha estado haciendo lo que les fue encargado hacer a los judíos desde los tiempos de Abraham y Moshé: crear libertad sin anarquía y orden sin tiranía. Y si eso pone a Israel en el frente de batalla una vez más, no hay una causa más noble de la cual ser parte.

Las palabras de Moshé resuenan hoy en día con tanto poder como lo hicieron hace treinta y tres siglos: “Elijan la vida para que ustedes y sus hijos puedan vivir”. Si Hamás hiciera eso, los palestinos de Gaza tendrían paz. No se perderían vidas inocentes. Los niños palestinos tendrían un futuro. Porque Israel sí hizo esa elección, ha creado una sociedad de orden y libertad mientras que a su alrededor arden los fuegos impíos del caos y el terror.

Por lo que a pesar de que nuevamente derramaremos lágrimas este Tisha B’Av, agradezcamos al menos a Dios por el coraje y la grandeza del pueblo de Israel. Porque dada la historia que conocemos, seguramente preferimos tener al Estado de Israel y la condena del mundo, que, Dios no lo quiera, no tener el Estado de Israel y tener la simpatía del mundo. Y debemos estar completamente conscientes de lo que significa para nuestros tiempos el último versículo de Lamentaciones:

Tráenos de vuelta, Oh Dios, y retornaremos. Renueva nuestros días como los días de antaño”, rápidamente y en nuestros días, Amén.

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