¿La ciencia contradice a la Torá?

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Aunque parecía ser imposible, en la actualidad los relatos de la creación de acuerdo con la Torá y la ciencia convergen.

¿De dónde surgió el universo? Una persona creyente probablemente respondería que el universo fue creado a partir de la nada, como lo declara el primer versículo de la Torá. Durante mucho tiempo, la ciencia opinó que esa respuesta era imposible, porque contradecía la ley de conservación de la materia y de la energía. De acuerdo con esta ley científica, establecida a mediados del siglo XIX, la materia y la energía pueden intercambiar de un estado a otro, pero nada puede aparecer de la nada. En consecuencia, los científicos consideraban que el universo era eterno, evitando así, prolijamente, las preguntas respecto a su origen. La afirmación de la Torá respecto a que el universo fue creado supuestamente de la nada, era un área de conflicto entre la ciencia y la Torá. Así estuvieron las cosas durante muchos años.

Sin embargo, ahora la situación cambió por completo. El siglo XX fue testigo de una explosión sin precedentes de conocimiento científico, y los descubrimientos más dramáticos tuvieron lugar en cosmología, la disciplina que trata sobre el origen y el desarrollo del universo. Los astrónomos habían estudiado los cuerpos celestiales durante miles de años, pero sus estudios sólo se dedicaban a diagramar los caminos de las estrellas, los planetas y los cometas, y a determinar su composición, espectro y otras propiedades. El origen de los cuerpos celestiales continuaba siendo un misterio absoluto.

En la actualidad, una abrumadora cantidad de evidencia científica apoya la teoría cosmológica del Big Bang.

Los importantes avances en cosmología durante las últimas décadas les han permitido a los científicos, por primera vez, construir una historia coherente del origen del universo.

En la actualidad, una abrumadora cantidad de evidencia científica apoya la teoría cosmológica del Big Bang (1). Hay cuatro evidencias principales: 1- el descubrimiento, en 1965, del remanente de la bola primordial de luz, 2- la proporción de helio e hidrógeno en el universo, 3- la Ley de Hubble, que establece el valor de la velocidad con que las galaxias se alejan unas de otras y 4- el perfecto espectro de cuerpo negro de la radiación de fondo de microondas medida por el satélite espacial COBE en 1990.

Sólo la teoría del Big Bang puede explicar todas esas observaciones y, por lo tanto, esta teoría es ahora aceptada por la corriente principal de cosmólogos.

La afirmación más sorprendente de la teoría del Big Bang es que el universo fue, literalmente, creado de la nada. Es provechoso citar aquí a las autoridades más importantes del mundo:

“Parece seguro que hubo un momento definido de creación” (2). Profesor Paul Dirac, Premio Nobel de la Universidad de Cambridge.

“El instante de la creación continúa sin ser explicado” (3). Profesor Alan Guth, Instituto de Tecnología de Massachusetts.

“La creación está más allá del ámbito de las leyes conocidas de la física” (4). Profesor Stephen Hawking, Universidad de Cambridge.

“El Big Bang es la versión moderna de la creación” (5). Profesor Joseph Silk, Universidad de California.

Hoy en día, es imposible mantener una conversación significativa sobre cosmología sin que la creación del universo tenga un rol central en ella. El profesor Brian Greene, físico teorético de la Universidad de Columbia, escribió en 1999: “La teoría moderna del origen cósmico afirma que el universo erupcionó de un evento sumamente energético, que disparó todo el espacio y la materia” (6).

¿A qué se refieren los cosmólogos cuando utilizan el término creación? ¿Qué objeto fue creado? Los científicos descubrieron que el universo comenzó con la repentina aparición de una enorme bola de luz, llamada comúnmente la bola primordial de luz. Esta explosión de luz fue denominada Big Bang por el astrofísico inglés Fred Hoyle. El remanente de la bola primordial de luz fue detectado en 1965 por dos físicos estadounidenses, Arno Penzias y Robert Wilson, quienes recibieron el Premio Nobel por su descubrimiento.

“Las leyes de la naturaleza comenzaron a existir junto con el Big Bang, al igual que el espacio y el tiempo”.

A veces las personas preguntan qué había antes del Big Bang, el evento que marcó la creación del universo. El profesor John Wheeler, de la Universidad de Princeton, explica que antes de la creación, el concepto de tiempo no existía. “No hubo un antes previo al Big Bang. Las leyes de la naturaleza comenzaron a existir junto con el Big Bang, al igual que el espacio y el tiempo” (7). Wheeler enfatiza que los científicos consideran al espacio y al tiempo como el escenario en el que ocurren los eventos. Si no hay un mundo físico, es decir, si no existe el universo, entonces tampoco pueden existir el espacio ni el tiempo. El tiempo y el espacio no son entidades independientes; estos conceptos sólo tienen sentido después de la creación del universo físico.

Esta propiedad del tiempo y el espacio puede ser ilustrada con la analogía del concepto del color. Rojo o negro no son características independientes de ningún objeto. Sólo si existe un objeto macroscópico, como el césped, las rocas o las casas, se puede describir a estos objetos como rojos o negros. Si lo único que existiera fuesen átomos y moléculas, entonces rojo o negro no tendría sentido, ni tampoco tendría sentido todo el concepto de color. No existe una molécula roja. De la misma forma, no existía ni tiempo ni espacio antes de la existencia del universo.

La Creación y la Torá

Además de confirmar la creación del universo, el descubrimiento de la luz inicial primordial de Penzias y Wilson también responde otra pregunta sobre el relato de la Creación de la Torá. Respecto al Primer Día de la Creación, la Torá dice: Y hubo luz (Génesis 1:3). Pero en ese momento aún no existían las estrellas, ni el sol, ni la luna, ni las personas, ni ninguna otra fuente conocida de luz. Entonces, ¿cómo se entiende esa luz?

Los científicos descubrieron que hubo luz en el comienzo del tiempo: la luz primordial inicial, cuya aparición presagió el origen del universo. La creación de la luz no ocurrió dentro del universo existente, sino que fue la creación del universo. En otras palabras, la Torá no registra dos creaciones separadas en el primer día, la del universo y la de la luz, sino sólo una.

Ahora nos dirigimos a la pregunta de la escala del tiempo. ¿Cuánto tiempo fue necesario para que ocurran todos los eventos cosmológicos que tuvieron lugar durante la creación del universo? ¿Cuántos millones de años tuvieron que pasar antes de que el universo estuviera completo y asuma su forma actual?

Todos los eventos cosmológicos de la creación del universo ocurrieron en muy pocos minutos.

La respuesta notable es que todos los eventos cosmológicos de la creación del universo ocurrieron en muy pocos minutos. Este hecho es enfatizado por el dramático título que el Premio Nobel Steven Weinberg eligió para su famoso libro sobre cosmología moderna: Los primeros tres minutos.

En la actualidad, los eventos cosmológicos (eventos que alteran la estructura del universo) requieren millones de años. ¿Cómo pudieron tales eventos ocurrir en sólo unos pocos momentos? La respuesta es que, durante el período de la creación, la temperatura del universo era extremadamente alta. Así como la comida se cocina con mucha más rapidez en una olla a presión que con una llama baja, en los orígenes del tiempo, con el universo sumamente caliente, los eventos ocurrieron con una velocidad asombrosa. El profesor Greene explica: “El universo recientemente nacido evolucionó con una prisa fenomenal. Pequeñas fracciones de un segundo fueron épocas cósmicas durante las que se formaron las características del universo. Durante los primeros tres minutos después del Big Bang, mientras se enfriaba el universo, emergió el núcleo” (8).

Así, la formación del primer núcleo atómico —la piedra básica de todo lo material— se completó en los primeros tres minutos posteriores al instante de la creación.

La fe

La amplia concordancia entre la Torá y la ciencia descripta arriba no prueba que la Torá tenga un origen Divino, ni que Dios exista. Sin embargo, al comenzar el siglo XXI, la persona creyente no se ve forzada a elegir entre la aceptación de los últimos descubrimientos científicos o del relato bíblico de la creación. Ahora los cosmólogos más importantes hablan sobre la creación del universo, mientras que la Torá habla sobre el Creador del universo. No es irracional asumir que la ciencia y la Torá se estén refiriendo al mismo tema. Para una persona creyente, ¡es un placer vivir en esta época!

La armonía actual entre la ciencia y la fe no siempre existió. Hace tan sólo unas décadas, el sobresaliente erudito en Torá Rav Iosef B. Soloveitchik, expresó la dicotomía existente en su época entre la ciencia y la Torá, en su ensayo clásico titulado La soledad del hombre de fe (9). Utilizando la palabra soledad para describir los sentimientos del hombre de fe que vive en un mundo científico, Rav Soloveitchik escribió:

Ser personas de fe en nuestro mundo contemporáneo es una experiencia solitaria. Somos leales a expectativas visionarias que encuentran poco apoyo en la realidad actual… La fe religiosa es considerada, condescendientemente, como un paliativo subjetivo, pero se le da poca credibilidad como portadora de verdad (10).

Ahora, sólo medio siglo después, en una disciplina científica tras otra, es difícil distinguir las palabras de los científicos de las de los hombres de fe. El profesor Stephen J. Gould, de la Universidad de Harvard, nos dice que “la inteligencia humana es el resultado de una serie sumamente improbable de eventos, absolutamente impredecibles, y realmente irrepetibles” (11). Ahora, la expresión suerte es comúnmente usada por biólogos evolutivos como el profesor David Raup, expresidente de la Unión Paleontológica Estadounidense, para explicar la existencia de los seres humanos (12). Los arqueólogos expresan su asombro ante los “cambios radicales y repentinos, sin ninguna señal premonitoria” (13) que marcan la aparición de la civilización, y hablan de un repentino “salto cuantitativo en las capacidades mentales” (14) que aparece en el registro arqueológico del comportamiento cultural humano. Los científicos, en una amplia variedad de disciplinas, discuten el principio antrópico, que declara que el universo parece haber sido diseñado específicamente para permitir la existencia y promover el bienestar de los seres humanos (15). The Cambridge Encyclopedia of Astronomy expresa esta idea con estas palabras poéticas: “En realidad, somos los hijos del universo” (16).

Los descubrimientos científicos registrados arriba son exactamente lo que uno esperaría si el relato bíblico del origen del universo fuera correcto. Por lo tanto, esta armonía entre la Torá y la ciencia constituye un importante argumento en apoyo de nuestra creencia religiosa. La ciencia moderna se ha convertido en un importante elemento para fortalecer nuestra antigua fe.

Reimpreso de Jewish Life magazine.


Notas:

(1) Ver N. Aviezer, 1990, In the Beginning (Ktav Publishing House, New York)

(2) P. A. M. Dirac, 1972, Commentarii, vol. 2, n° 11, p. 15.

(3) A. H. Guth, mayo de 1984, Scientific American, p. 102.

(4) S. W. Hawking, 1973, The Large Scale Structure of Space-Time (Cambridge University Press), p. 364

(5) J. Silk, 1989, The Big Bang (W. H. Freeman: New York), p. xi.

(6) B. Greene, 1999, The Elegant Universe (Jonathan Cape: London), pp. 345-346.

(7) J. A. Wheeler, 1998, Geons, Black Holes, and Quantum Foam (W. W. Norton: New York), p. 350.

(8) Greene, pp. 347, 350.

(9) I. B. Soloveitchik, primavera de 1965, Tradition, pp. 5-67.

(10) Ver la adaptación del ensayo de 1965 de Soloveitchik (particularmente p. 8), por A. R. Besdin, 1989, Man of Faith in the Modern World (Ktav: New York), pp. 36-37. 

(11) S. J. Gould, 1989, Wonderful Life (W. W. Norton: New York), p. 14.

(12) D. M. Raup, 1991, Extinctions: Bad Genes or Bad Luck? (Oxford University Press).

(13) N. Eldredge, 1985, Time Frames (Simon and Schuster: New York), p. 87.

(14) N. Eldredge and I. Tattersall, 1982, The Myths of Human Evolution (Columbia University Press: New York), p. 154.

(15) G. Gale, diciembre de 1981, “Anthropic Principle,” Scientific American, pp. 114-122.

(16) S. Mitton, jefe editor, 1987, The Cambridge Encyclopedia of Astronomy (Jonathan Cape: London), p. 125.

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