Un Golpe en la Ventana

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A veces es un gesto mínimo el que penetra más profundo.

Mi hija de 11 años, Chassia, que tiene Síndrome de Down, fue aceptada en una nueva escuela para niños especiales. Nuestra familia estaba muy entusiasmada de que ella tuviera esta oportunidad de aprender en una sala de clases así como otros niños “normales”, y además, el colegio quedaba a solo un corto trayecto en bus desde la casa.

El primer día de clases, me quedé de pie con Chassia y mis ansiosos pensamientos, esperando a que llegara el bus. Si bien estaba muy agradecida de que ella tuviera esta tremenda oportunidad, también estaba nerviosa y asustada. ¿Conocería amigos? ¿Sería capaz de estar al nivel de los otros niños? ¿El profesor entendería sus necesidades y la ayudaría con sus frustraciones? ¿Como podrían saber ellos cuán preciosa es mi hija?

Sabiendo que "todos los principios son difíciles", transformé mis preocupaciones en plegarias pidiendo que esta transición fuera una de las fáciles.

El bus llegó tarde, y el tiempo extra me dio unos preciosos minutos más con ella. Finalmente, la brillante van de 12 asientos se detuvo en la acera. Chassia, su pequeña hermana Abigail que me había acompañado, y yo, nos acercamos a la fila de caras que devolvían nuestras miradas inquisitivamente a través de las ventanas de la van.

Había un aire de excitación entre los niños que se asomaban para ver que tipo de acción agregaría esta nueva adición y su escolta. Sólo un niño, sentado al frente del conductor no se molestó en levantar su mirada. Con su cabeza y sus ojos dirigidos hacia el suelo, él se chupaba el dedo pulgar determinadamente. Le di un golpecito en la ventana, con una sonrisa, pero él mantuvo su pose y no levantó la mirada.

Mientras la van se alejaba de la acera y viajaba por la pendiente de la colina, Abigail y yo decíamos “¡Hasta luego, Chassia!”, moviendo nuestras manos con entusiasmo. Yo continué sonriendo y moviendo mis manos hasta que la van desapareció tras una curva. Me pregunto si ella siquiera notó que yo sonreía valientemente detrás de mis lágrimas.

Conexión de Alma

¿Cuánto tiempo puede persistir una persona en hacer algo que no produce el resultado deseado? A estas alturas, mi amistoso golpecito en la ventana del niño que se chupaba el dedo se había convertido en un ritual diario, a pesar de que ni una sola vez él había levantado su mirada o movido su cabeza en señal de reconocimiento. Y cada mañana, acostumbro a de despedirme de Chassia hasta que la van desaparece de mi vista. Ella muy rara vez ha volteado a verme, pero igual lo hago, por si acaso. Porque cuando me ha visto ocasionalmente allí parada sonriendo y despidiéndome, ¡se ha puesto tan contenta! Agregar sólo un poco más de alegría al día de un niño especial marca una diferencia inmedible en su vida (en la vida de cualquiera en realidad).

De pronto, escucho un fuerte golpeteo en el vidrio. Y levanto mi vista para ver al niño en la ventana.

Una mañana de primavera, un vehículo diferente se detuvo en la acera y nos tomó por sorpresa. Era un modelo antiguo, un poco maltratado. La rústica puerta de la van se abrió lentamente y el chofer le sonrío amigablemente a Chassia, dirigiéndola a un asiento un poco más lejos que de costumbre. El pasillo era más angosto que el anterior y era difícil para Chassia maniobrar con su mochila entre los asientos. Luego de ayudarla a sentarse en su nuevo asiento, me alejé cuidadosamente de la van. En ese momento me di cuenta que había perdido mis pocos segundos con el Sr. Cara-Triste-Dedo-en-la-boca.

Mientras estaba parada en la vereda, esperando para realizar mi rutina de despedida, de repente escuché un fuerte golpeteo en el vidrio. Levanté mi vista y era el niño en la ventana – ¡Sí, era él! – agitando sus manos vigorosamente hacia mi, con una intensa mirada de reconocimiento en su expresión.

Había tomado muchos meses, pero finalmente, yo sabía que había creado una conexión con él. La recompensa demoró en llegar, y valió cada segundo de espera.

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