Aferrándose a la Vida

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Este era mi tercer embarazo e iba felizmente bien. Cómo las cosas pueden cambiar en un solo instante.

“Tienes ese brillo”, me decía mi marido, como a menudo percibe cuando estoy embarazada. Me encanta estar embarazada. La alegría de ser continuamente creativa, incluso cuando duermo, impregna cada parte de mi ser.

Este era mi tercer embarazo e iba felizmente bien, con mi típica nausea e imposibilidad de comer carne, pero no mucho peor. Mis embarazos anteriores habían sido fáciles, de bajo riesgo, y sencillamente maravillosos, y yo no estaba esperando nada diferente. Supongo que nadie lo hace.

Cómo las cosas pueden cambiar en un solo instante. Mis hijos se despertaron temprano una mañana y estaban llorando en sus cunas. Acostada en la cama lamentándome por mis tempraneros, sentí repentinamente un enorme flujo de sangre; luego vino mucha más. Me paré con dificultad de la cama y me vestí justo cuando mi esposo estaba regresando de la sinagoga. “Estoy sangrando. Creo que necesitamos ir al hospital”. Una vez que los niños estaban levantados y vestidos, decidimos ir al hospital local en donde nos ingresaron para ver a un doctor.

Mientras esperábamos para un ultrasonido, yo me preparé mentalmente para escuchar que el feto no estaba vivo. “Hay un latido”, dijo la doctora. Ella explicó que no había ninguna causa para el sangrado que se pudiera ver en el ultrasonido. Su consejo fue descansar, rezar y programar un ultrasonido de seguimiento para la próxima semana.

Regresamos a casa e hicimos los preparativos para que yo pudiera descansar lo máximo posible. Mi esposo se encargaría de la ropa sucia y de las compras del supermercado, y yo conseguí alguien que ayudara con la limpieza y busqué niñeras para las tardes. Discutimos la posibilidad de regresar a Estados Unidos para estar cerca de nuestros padres. Yo estaba sólo en mi décima semana; 30 más por recorrer. Pero haríamos lo que fuera necesario para asegurar un bebé sano y un parto sano.

Luego de una larga semana de estar sentada en el sofá, fuimos al ultrasonido de seguimiento esperando que todo estuviera bien. No lo estaba. “Hay algo de líquido alrededor del saco y no debería estar ahí”, nos dijo la técnico. Ella hizo los arreglos para que regresáramos al día siguiente para ver a la doctora del ultrasonido. Me di cuenta que había escrito en hebreo algo de que la estructura de la cabeza no era apropiada.

“¿Viste eso?”, le pregunté a mi esposo.

“Ella sólo se refería a que no puede ver la cabeza por el liquido extra”, fue su respuesta. Yo la acepté nerviosamente.

Llegamos al día siguiente para ver a la doctora. Estudié el póster en la pared con imágenes del feto en las diferentes semanas de embarazo. A las 11 semanas, el feto ya se ve como un bebé. Tiene menos de cinco pulgadas de largo, tiene rostro, manos y piernas. Me froté mi pancita pensando que así es como se veía mi bebé.

Así nada más. Había estado llevando vida, y ahora estaba llevando muerte.

El doctor pasó un rato examinando el ultrasonido y luego dijo repentinamente, “Hay un problema”. Las palabras que ninguna mujer embarazada quiere escuchar. “Hay un orificio en el cráneo, y el cerebro no está en el cráneo. Este bebé no va a vivir, y usted debería interrumpir su embarazo”.

Así nada más. Había estado llevando vida, y ahora estaba llevando muerte. Las lágrimas comenzaron a brotar.

“¿Cuan seguro está? Preguntó mi esposo.

“Noventa porciento”, contestó él.

Nos dijo que hiciéramos una cita para un raspado uterino. Yo esperé afuera mientras terminaban con el papeleo, intentando hacer sentido de todo lo que pasaba, pero nada me hacía sentido. Todo lo que quería era terminar de una vez. El pensamiento de llevar muerte era demasiado inconsolable para poder manejarlo. Me senté allí llorando y sobando mi pancita, agonizando por el hecho de que este bebé, cuyo corazón estaba latiendo y aferrándose a la vida, iba a morir. Al mismo tiempo, estaba lidiando con mi hijo de menos de un año en el coche, que estaba lloriqueando y pidiendo atención.

Consultamos con nuestro rabino, él dijo que deberíamos esperar para el raspado uterino y buscar una segunda opinión. Tuvimos que esperar hasta el lunes para ver a mi ginecólogo (era jueves). Este iba a ser un largo fin de semana.

Cuando llegamos a casa, me di cuenta que el doctor había escrito “encefalocele” en la impresión del ultrasonido como diagnóstico. Encefalocele es uno de los tres defectos del tubo neural, el más conocido de ellos es espina bífida. El tubo neural en un feto es lo que eventualmente pasa a ser el sistema nervioso central, con el cerebro arriba bajando hasta la médula espinal. Espina bífida es una afección que ocurre cuando hay un cierre incompleto de la medula espinal, y se desarrolla un saco en el punto de cierre afuera del cuerpo. Esta es una de las razones por las cuales se les dice a las mujeres embarazadas que tomen altas dosis de ácido fólico, el cual ha sido comprobado que ayuda a prevenir este terrible defecto de nacimiento.

El segundo defecto del tubo neural es llamado anencefalia y ocurre cuando el cráneo no se cierra, y el cerebro no se desarrolla apropiadamente. Estos bebés mueren horas o días después del nacimiento.

Un encefalocele es cuando el cráneo no se cierra completamente, y un saco se desarrolla fuera de la cabeza, conteniendo fluido y a menudo tejido cerebral. Dependiendo de cuanto tejido cerebral haya en el saco, el bebé puede vivir o no, o será retardado en el nacimiento.

Los siguientes días fueron muy difíciles mientras comenzábamos a imaginarnos el tener a este bebé que probablemente moriría en mis brazos. ¿Qué le diríamos a la gente cuando se empezara a notar mi panza? “¡Beshaá tová, es tan emocionante!”, dirían ellos. ¿Cómo les respondería? Seguía pensando que si esto es lo que Dios quería de nosotros, entonces esto es lo que íbamos a hacer. Era reconfortante saber que todo estaba en las manos de Dios.

Yo estaba muy débil y cansada, mas aún de lo que usualmente estoy cuando estoy embarazada, y me di cuenta que probablemente era por que el bebé me estaba sacando todo para poder sobrevivir.

Finalmente nos reunimos con el Dr. Nagari, un destacado médico, quien tenía una máquina de ultra sonido en 3D. Mientras examinaba al bebé, vi su pequeño cuerpo todo enrollado, moviéndose. El doctor se sentó con mi esposo y yo, y yo estaba temblando de ansiedad. “Este bebé tiene anencefalia”, comenzó el doctor. “Él no va a vivir”.

No podía creer lo que oía. “¿Cuan seguro está usted de que él no va a vivir más de 30 días?”, preguntamos.

“100% seguro. Este bebé no puede vivir”.

Cuando se ven enfrentadas a este terrible pronóstico, algunas valientes mujeres deciden continuar con el embarazo a pesar de que saben cual será el resultado. Yo no soy una de ellas.

Por más extraño que suene, un tremendo alivio me invadió. Aparentemente el bebé tenía una especie de esta malformación de nacimiento en la que el cerebro no está en el cráneo y por lo tanto se estaba desintegrando en el líquido amniótico.

Cuando se ven enfrentadas a este terrible pronóstico, algunas valientes mujeres deciden continuar con el embarazo a pesar de que saben cual será el resultado. Yo no soy una de ellas. Con consejo de nuestro rabino, decidimos salvar mi limitada fuerza para cuidar a mis hijos que están vivos, quienes dependen de mí, quienes necesitan que yo sea capaz y amorosa, quienes me necesitan para ayudarlos a desarrollarse para alcanzar su máximo potencial.

No sabemos por qué fuimos elegidos para esta prueba. Pero han habido resultado obvios. Siento tremenda compasión por todas las personas en situaciones difíciles. Veo a mis hijos, mucho más que antes, como un increíble regalo de Dios. Me doy cuenta de que no estamos en control de lo que pasa en este mundo, y que la única cosa que está en nuestro poder es elegir ser buenos. Nada en la vida es dado, y debemos estar tan agradecidos por todo el bien que Dios, quien quiere lo mejor para nosotros, nos otorga. El bien es mucho mayor que las dificultades, que en comparación son minúsculas.

No olvidaremos a este bebé, y yo llevaré siempre su recuerdo conmigo. Se que el alma de mi bebé volverá a mi cuando el Mashiaj llegue, y nos deleitaremos juntos en el brillo de la absoluta calidez y amor de Dios.

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