Gracias a las mujeres

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Cuando la situación económica es mala, podemos aprender una importante lección de las mujeres en Egipto.

Si hubo una etapa en la historia que más nos marcó a los judíos para todo el futuro, entonces esa fue la época en la cual fuimos esclavizados en Egipto. Si tantas veces nos recuerda la Torá que no olvidemos nuestra pasada condición de esclavos, es para que esta marca no se borre de nuestra memoria y que, por siempre, seamos sensibles al dolor ajeno y a las injusticias que surgen a partir del adueñarse los unos de las vidas de los demás y del aprovechamiento del más débil a manos de los más poderosos (1).

Podemos observar los nombres de los lugares en los cuales los israelitas construyeron para el Faraón. Uno era Pitom y el otro Ramsés. Pitom y Ramsés no eran lugares aptos para la edificación. Pitom se llamaba así, porque la tierra se “tragaba” las construcciones que allí se erigían. Por otro lado, el nombre Ramsés significa que a medida que montaban sus construcciones, éstas se iban desmoronando.

Si el ser humano se siente bien consigo mismo y con la actividad que desarrolla, entonces mira hacia adelante con optimismo y su mente se mantiene sana e íntegra.

Lo cual nos deriva a una pregunta obvia. ¿Qué sentido tenía para el Faraón ocupar a la gente edificando cosas que no durarían en el tiempo? No podemos atribuir esta conducta aparentemente tonta a la falta de eficiencia en la jerarquía egipcia, pues en ese sentido los egipcios demostraron ser sumamente sabios y racionales.

Todo ello nos lleva a suponer que había otra intención oculta en la cabeza del Faraón, que estaría directamente relacionada con su objetivo de desmoralizar al pueblo de Israel para que perdieran su identificación con su raíz y su pasado común. Si el ser humano se siente bien consigo mismo y con la actividad que desarrolla, entonces mira hacia adelante con optimismo y su mente se mantiene sana e íntegra. Puede ocurrir que tenga mucho trabajo, pero eso no lo va a desalentar. Al contrario, el trabajo y no el ocio, dignifica al individuo.

Sin embargo, cuando la labor que hace no es para nada productiva y no se ven resultados de su esfuerzo, esto en sí, es un factor que desanima y quita todas las ganas de vivir y de ser “alguien”. La persona a quien esto le sucede se va sumiendo en una peligrosa caída de abatimiento y desesperación (ieush) que no le permite ver más allá sino solo con pesimismo. Los Sabios nos advirtieron en distintas citas del Talmud, que nos cuidemos de no caer en ese tipo de desesperanza. De ahí, la importancia que se da a la simjá (alegría) en todos los emprendimientos de la vida.

Al cansancio anímico que sentían por la humillación y la falta de efectividad de su tarea, se sumó el decreto de arrojar los niños israelitas recién nacidos al Nilo. Se escuchaba decir a la gente: ¿para qué procrear y gestar hijos, si de todos modos, los tendrían que tirar al río? Esta sensación confirmaba el hecho de que los egipcios los dominaban totalmente, hasta en su vida íntima (Rashi sobre Bamidbar 26:5).

Parecía ser que estaban por “tocar fondo”.

Las mujeres hicieron lo suyo para salvar a sus maridos de desmoronarse psíquicamente.

Fue en esa situación, que las mujeres hicieron lo suyo para salvar a sus maridos de desmoronarse psíquicamente. Según algunas fuentes del Talmud Bavlí, (Sotá 11), las mujeres también tenían que cumplir tareas para los egipcios, y, acorde a la manera sádica de someter de los amos egipcios, las obligaciones de las mujeres eran tan poco adecuadas para su forma de ser femenina, como la de los hombres para la suya. Igual apoyaron a sus esposos para que no se sumieran en la depresión espiritual y el desánimo.

Con intrepidez y energía, estas mujeres valerosas salían al campo donde sus maridos construían, para ofrecerles comida caliente y brindarles el ánimo suficiente para imaginar un futuro mejor. No por nada nos dice allí el Talmud que “en mérito de las mujeres valerosas de aquella generación, salieron los israelitas de Egipto”.

Estamos acostumbrados a que la fuente de ingresos para sostener a la familia fluctúe pues eso ya es moneda corriente para quienes meditamos sobre los vaivenes de la vida. Desde que Adam fue echado del Gan Eden, sabemos que el pan se gana con incertidumbre (“beitzavón tojelena”), con el sudor de la frente (“bezeat apeja tojal lejem”) y que un día puede haber trabajo, y otro - no. La cuestión pasa por la actitud que toma quien quiere ayudar a aquel que está mal.

“Mal” porque no alcanza el dinero, “mal” porque no puede cumplir con las expectativas habituales de su cargo de ser padre y no llega a alimentar a su familia, “mal” porque siente la condena de la sociedad por su fracaso laboral.

No es fácil ayudar a una persona que perdió las esperanzas de todo. Casi siempre, al que está decaído le falta la energía para emprender cosas nuevas. La reacción común frente a los consejos y las buenas intenciones de los demás, es de escepticismo y descreimiento, porque cree que no lo entienden. Si las sugerencias vienen por parte de la propia esposa, a quien por la ley de la Torá el marido debe alimentar, pues entonces la vergüenza que percibe es aún mayor, porque siente que se están invirtiendo los roles y que deja de ser “hombre”.

No es fácil ayudar a una persona que perdió las esperanzas de todo.

Como resultado, muchas veces, la reacción a la falta (aparente) de hombría se manifiesta en una mayor agresividad, verbal o física, para mostrar su fuerza y mantener “su cargo” en el seno familiar y social.

Es muy difícil aconsejar al otro, sin que éste se sienta como si fuese que la intención oculta es la de ocupar o avasallar puestos ajenos. Saber escuchar al otro, puede ser útil en la auto-estima de la persona que está mal y ayuda a relajar las tensiones creadas en el ambiente laboral.

Quien relata sus pesares a la persona en quien confía, lo hace para descargarse y para sentir que no está solo. Al prestar atención con empatía, uno no debe apresurarse en comparar la vida del otro con la propia, ofrecer soluciones instantáneas y obvias, ni aleccionar al otro sobre temas filosóficos. No hay peor sensación que la de aquel que está embotellado en un callejón sin salida.

La vida en Egipto, de acuerdo a lo que describimos por las citas del Talmud, no habrá sido muy distinta a la mala situación económica que estamos pasando hoy en día. Quizá sea este, uno de los significados del versículo: “Las sabias entre las mujeres construyen sus hogares” (2).

En la situación límite de la vida de aquella época tan difícil, con sus maridos abatidos sirviendo a amos tan severos y ofensivos, en una tarea degradante e interminable, las mujeres demostraron que, desde su rol de esposas bien cumplido, pudieron levantar el ánimo de sus maridos para que miren hacia adelante. “Gracias a ellas —dicen los Sabios— salieron nuestros padres de Egipto”.

Extracto del libro Banim Atem, de Rav Daniel Oppenheimer


Notas:

(1) Irmiahu - Jeremías Cap. 34

(2) Mishlé - Proverbios 14:1, según la explicación de Rashi 

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