Los hombres son de los días de la semana, las mujeres son del Shabat

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Judaismo, Shabat y la mística femenina.

Una mujer embarazada, ¿es una o dos personas? Es difícil estar seguro. Es cierto, el corazón del bebé late bajo el de ella, pero la mujer embarazada sigue viviendo su propia vida, pensando sus propios pensamientos y haciendo sus cosas. El bebé da vueltas en su interior, le gusta o no le gusta la música que ella escucha y se mantiene distintivamente separado, aunque su propio ser es nutrido por ella. Madre y bebé siguen siendo dos, aunque son uno.

Luego viene la etapa siguiente, cuando el nacimiento se convierte en el acto de separación para volver a unirse. Madre y bebé se abrazan nuevamente en un capullo de breve pero intensa unión durante el amamantamiento.

A pesar de que ese bebé que amamanta pronto dará los primeros pasos hacia la independencia, algunas madres sostienen que ese cambio de identidad —esa ampliación de los límites del yo— nunca desaparece realmente. La madre que entra a la sala de partos descubre que es un viaje en una sola dirección.

Biológicamente, las mujeres personifican una confusión de límites entre dos entidades separadas. En vez de claras demarcaciones entre dónde estoy yo y dónde estás tú, la femineidad mana por encima de esos límites con una fluidez ondulante.

Cuerpo y alma, imágenes espejo

Desde una perspectiva cabalista que ve al mundo físico como paralelo al mundo espiritual con una exactitud exquisita, la mujer biológica se convierte en una metáfora de lo que es la relación, la conexión y el vínculo. La “mujer”, creada opuesta al “hombre” porque “no era bueno para el hombre estar solo”, desde el primer día experimentó la vida como un dialogo.

Por otro lado, la masculinidad, en la cual la relación es externalizada, representa separación e individuación. Este deseo de autonomía e independencia fácilmente puede desviarse hacia un foco en la competencia, la codicia y la jerarquía, en el determinado intento de mantener rígidos los límites entre las personas.

Pese a esta metáfora biológica, por supuesto que no todas las mujeres están orientadas hacia una relación. Muchas mujeres nunca dieron a luz o amamantaron a un bebé y otras, a pesar de haberlo hecho, no se identifican con el concepto de los límites fluidos. Asimismo, está de más decir que hay muchos hombres que viven sus vidas centrados en las relaciones. El género aquí es usado para delinear dos ritmos diferentes que animan al alma humana; claramente ambos pueden manifestarse tanto en hombres como en mujeres.

Las relaciones con los demás, con Dios y con uno mismo son las características que definen la vida judía.

Interesantemente, de los dos modelos en el judaísmo resuena con más fuerza el femenino. Las relaciones con los demás, con Dios y con uno mismo —uniendo los abismos que nos separan— son las características que definen la vida judía. En el judaísmo el éxito se mide de acuerdo con nuestras relaciones: el bienestar emocional, espiritual y moral propio y de las personas en nuestra órbita.

En la vida real es difícil recordar esta verdad, porque la filosofía occidental valora lo masculino y por lo tanto considera a las personas como intrínsecamente egoístas. La filosofía occidental sostiene que lo mejor a lo que podemos aspirar es a convencer a la gente del beneficio de los contratos sociales. Gana amigos e influencia a los demás porque nunca sabes cuándo necesitarás a esas personas en tu resuelta carrera hacia el Monte Éxito.

En este contexto, la voz femenina que comprende que no sólo yo soy yo y tú eres tú, sino que también yo soy tú y tú eres yo, es pisoteada, ridiculizada y prácticamente ahogada.

Pero la voz femenina (la cual, por supuesto, también puede ser articulada por los hombres) tiene un crítico respiro: el Shabat.

¡Feliz día de las relaciones interpersonales!

Shabat es el día de las relaciones interpersonales, motivo por el cual en las fuentes cabalistas se refieren al mismo en femenino: la Reina Shabat, la novia Shabat. Shabat es el día en el cual guardamos nuestra lista de cosas por hacer dentro del cajón, bajamos de la cinta de correr y nos liberamos de esa sofocante venda que nuestros juguetes tecnológicos colocan sobre nuestros ojos. En Shabat respiramos profundo y miramos a nuestro alrededor a la familia y amigos, quienes estuvieron en la periferia de nuestra visión toda la semana; a Dios, que estuvo esperando todo este tiempo que lo viéramos; y a nuestras propias almas, malnutridas y descuidadas, esperando ansiosamente un poquito de atención.

Completamente desconectados, sin ningún trabajo al cual escapar, entramos a un mundo atemorizante y desconocido en el cual nos convertimos en seres humanos en vez de hacedores humanos.

Shabat es un día extrañamente vulnerable. Sin tener en la mano las llaves del auto, con nuestros dígitos tecnológicos ausentes, sin un trabajo al cual escapar, entramos a un mundo atemorizante y desconocido en el cual nos convertimos en seres humanos en vez de hacedores humanos. Habitamos un mundo en donde lo que es importante no es lo que logras sino quién eres.

Al encender las velas que iluminan nuestro camino hacia el mágico mundo del Shabat, nuestra familia y amigos buscan una guía que los ayude a pasar el umbral hacia ese misterioso lugar.

Las mujeres representan metafóricamente el concepto de la relación, y en la vida real a menudo son quienes protegen y nutren los lazos familiares (hay una razón por la que tardamos tanto más en cortar el teléfono cuando llama mamá que cuando lo hace papá). De esta forma, las mujeres brindan un regalo único a la experiencia del Shabat. Más allá de la sopa de pollo e incluso de la jalá recién horneada, es el regalo de tener a alguien que habla el idioma del Shabat.

Nacer en un cuerpo femenino no garantiza una inmediata afinidad con darle prioridad a las relaciones, pero dado que nuestros cuerpos son el medio a través del cual nuestras almas interactúan con el mundo, Dios les ha regalado a las mujeres una metáfora fácilmente accesible para ayudarlas a ayudar a sus familias y amigos —y a ellas misma — a entonar el cántico del Shabat.

El viernes antes del anochecer, las mujeres encienden dos velas —dos entidades separadas— faros brillantes que nos conducen al mundo del Shabat. El sábado por la noche, recitamos el servicio de havdalá usando una vela, la cual —nos dice la ley judía— debe tener al menos dos mechas. Después de un fin de semana en el mundo femenino del Shabat, esas dos velas separadas que encendimos el viernes por la noche se unen en una vela con dos mechas; dos que en verdad son uno, uno que es realmente dos, iluminando con el regalo de la femineidad el resto de la semana.

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