Mi padre emocionalmente abusivo

4 min de lectura

La crueldad y el abuso, físicos o emocionales, nunca deberían ser tolerados.

P: Mi padre ha estado ausente o ha sido emocionalmente abusivo durante toda mi vida. Todo intento de mi parte de conectarme con él fracasó miserablemente. Incluso ya de adulta he sido incapaz de lograr tener una relación con él. Acostumbra mentir, es verbalmente abusivo y pareciera disfrutar el desilusionar a la gente y el crear un caos completamente innecesario a su alrededor.

No sé qué es lo que le pasa; sólo sé que sus mentiras y su rechazo a mí y a mi familia me han causado años de dolor. Y por más que lo ame y que desee que las cosas fueran mejores entre nosotros, a los 50 años me doy cuenta de que esto nunca pasará. Me aseguré de que mi hijo no se vea afectado por la indiferencia y la grosería de su abuelo.

¿Es correcto dejar de intentar y alejarme de él? Él tiene mucho dinero y no necesitará de mi ayuda. Yo quiero hacer lo correcto, pero al ser buena con él me lastimo a mí misma, porque me trata como si ni siquiera fuese su hija. Reconoce sólo a su hijo, pasándome a mí, a mi hermana y a nuestras familias completamente por alto.

¿Qué corresponde que haga?


Querida Lectora:

Somos prisioneros de aquellos cuya aprobación buscamos constantemente. Tristemente, has tratado de estar en buenos términos con tu padre durante buena parte de tus 50 años, y ha sido en vano. Finalmente te estás dando cuenta. Estás despertando a la idea de que esta situación no cambiará; hacer las paces con la realidad es un paso importantísimo para sanar y tener una vida sana.

Hasta ahora tus expectativas te prepararon para frecuentes desilusiones y, peor aún, para el resentimiento. El resentimiento es como beber veneno y esperar que la otra persona muera. De hecho, como bien sabrás, quien guarda el resentimiento es quien sufre el debilitante dolor y la angustia. Tú, mi querida lectora, te has consumido viva durante todos estos años. Ahora es el momento de hacerse a un costado.

Te has consumido viva durante todos estos años. Ahora es el momento de hacerse a un costado.

No deberíamos intentar controlar, en realidad ni siquiera modificar, el comportamiento de los demás. La jurisdicción se extiende solamente a nuestras propias respuestas. El comportamiento de tu padre hacia ti durante todos estos años ha probado la veracidad de este principio, como tú has dicho: "todos mis intentos han fracasado miserablemente".

A menudo operamos con un guión preconcebido para nuestras vidas y nuestras relaciones. En este caso, has tenido una expectativa sobre cómo debería ser un padre. En algún punto, la confrontación con la verdad se hace inevitable. Él es lo que es. Por supuesto hay factores que influyen en quién uno termina siendo –experiencias de la infancia, padres, maestros, amigos, traumas (como el Holocausto), etc. Explorar información del entorno, su pasado o sus años formativos puede que ayude a generar un entendimiento y hasta sentimientos de compasión hacia él; o quizás no. De todos modos, la relación, como te hubiera gustado que sea, es muy poco probable que se dé.

Postura peleadora

La aceptación sería, por supuesto, el enfoque ideal. Reconocer lo que es –sus limitaciones, y abandonar las expectativas- sería liberador. Te permitiría no hacerlo desaparecer de tu vida, mientras que podrías despojarlo de ese poder que tiene sobre ti. Esto puede ser hecho de dos formas:

Primero: una modalidad copiada de las artes marciales también puede ser efectiva en el área emocional. Las posturas en la lucha física involucran equilibrio, alineación, distribución del peso y postura. Una postura de lucha sicológica requiere muchísimo equilibrio emocional –aceptarse a uno mismo, aferrarse al código moral propio, perdonarse por no lograr alcanzar la perfección (un logro muy raro) y, finalmente, ofrecerse a uno mismo tanta compasión como le daría a un amigo amado.

Esto funciona porque la crueldad, para ser efectiva, debe aterrizar en algún lugar del sistema de creencias de la víctima donde sea bien recibida. Como es expresado por el consejo inmortal de Eleanor Roosevelt: "Nadie puede hacer que te sientas inferior sin tu consentimiento". Si nos aferramos a nosotros mismos seguros en la convicción de que estamos bien (algo que usualmente requiere mucho esfuerzo), es muy improbable que alguna otra persona nos dé un fuerte sacudón. Por lo general es la inseguridad con la que vivimos lo que permite que quienes nos marginalizan tengan éxito.

Otra táctica es ser absolutamente frontal y desarmadora, haciendo declaraciones como: "Papá, esto realmente me lastima, debes dejar de hacerlo, necesito que me escuches". Comparte abiertamente tus sentimientos y necesidades. No esperes que él lo entienda por sí mismo, déjale bien en claro lo angustiante que un determinado comentario o interacción contigo ha resultado para ti.

Por otro lado, puedes continuar la relación a la distancia. Envía saludos por fiestas y cumpleaños o deja un mensaje de voz cuando sepas que no te va a atender. Esto te permitirá mostrarle respeto sin tener que interactuar directamente. Pareciera, basado en tu carta, que aún deseas tener una conexión, y esto significa que no tienes que cortar la relación de forma abrupta.

Respetar los límites

Imagina la historia de Sara, cuyo padre la sofocaba y buscaba controlarla con incesantes pedidos de atención. Nada de lo que hacía era alguna vez suficiente. Su marido e hijos consideraban que sus interminables críticas y quejas eran opresivas. Sara finalmente se mudó a otra ciudad. Las llamadas telefónicas eran más manejables porque podía no responder o cortar repentinamente. Habiendo tomado un poco de distancia y mejorado la perspectiva, Sara invitó a su padre a ir juntos a terapia para poder trabajar hacia una relación que fuese más satisfactoria para ambos.

Ahora, unos años después, papá va de visita pero respeta los límites de su hija –cuándo ir, por cuánto tiempo quedarse y cuándo irse. Las llamadas telefónicas se realizan en momentos convenientes para ambos. En ocasiones, cuando las cosas se salen de control, vuelven al terapista para hacer arreglos.

No te sientas culpable por elegir alejarte para protegerte a ti y a tu familia.

Entre paréntesis, Sara se esforzó mucho para estar cómoda consigo misma y para mejorar la confianza en sí misma, elementos que le permitieron permanecer firme y hacer lo que ella sabía que era correcto en lugar de permitir que el miedo al rechazo y la culpa la desviasen.

A final de cuentas, la crueldad y el abuso –ya sea físico y/o emocional- no son normales y nunca deberían ser tolerados. No te sientas culpable por elegir alejarte para protegerte a ti misma y a tu familia. Nuestra obligación de honrar a nuestros padres no significa que debamos poner nuestro bienestar emocional en peligro.

En el caso que las sugerencias propuestas arriba no te hayan servido o no te servirán, te recomendaría que busques ayuda profesional. Mereces encontrar la paz, llegar a un acuerdo y apaciguar esa tormenta que lleva tantos años.

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