¿Por qué dejamos que nuestras hijas se vistan para causar sensación?

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¿Por qué dejamos que nuestras hijas se vistan así?; Cómo darle a nuestras hijas poder genuino.

Un artículo que apareció recientemente en el diario “The Wall Street Journal” (Why do we let them dress like that?) hizo que se me desgarrara el cuello por todos los vigorosos asentimientos que hice en señal de aprobación. En la pieza, la autora Jennifer Moses se lamentaba de que tantas madres de su generación le permitieran a sus hijas adolescentes y preadolescentes vestirse – utilizando sus palabras – “como prostitutas”. Es un tema bastante conocido, cada cierta cantidad de meses hay un escándalo sobre aquel provocativo anuncio publicitario o sale una nueva línea de ropa inapropiada para la edad, y luego la tempestad se calma en unos minutos y todo vuelve a la normalidad. Y el hecho de que todo “vuelva a la normalidad” es un gran perjuicio para nuestras hijas.

Ciertamente, vestirse como una mujer madura es algo muy emocionante para una niña. El sexo es poder, por lo tanto "sexy" debe ser igual a "poderoso". Sin duda, es divertido ver como los muchachos pierden la cabeza al ver a sus compañeras con muy poca ropa, sin embargo, con toda honestidad, una niña no necesita mucho poder para lograr esa hazaña en particular. En todos y cada uno de los aspectos, este "poder" es sólo una ilusión.

Al visualizar a las mujeres que estas adolescentes respetan, una cosa es evidente: Ellas tienen clase. Tienen dignidad. Ellas exigen respeto.

Cuando discuto este tema con niñas adolescentes, siempre hablo de mujeres verdaderamente poderosas. Cuando les pido ejemplos, ¿qué nombres resaltan? Hillary Clinton. Margaret Thatcher. Indira Gandhi. Michelle Obama. Nombres de ese calibre. Al visualizar a las mujeres que estas adolescentes respetan, una cosa es evidente: Ellas tienen clase. Tienen dignidad. Ellas exigen respeto.

Celebridades como Lady Gaga y Paris Hilton pueden ser ricas y famosas. Pueden ser divertidas. Puede ser interesante actuar como ellas interna o externamente, pero no demandan respeto. Ellas tienen talento, tienen dinero y pueden adquirir, se podría decir, literalmente cualquier cosa, pero a sus ojos, no son lo que los chicos buscan. (De manera similar, no puedes evitar preguntarte si los problemas legales de Lindsay Lohan no estarían expuestos en menor medida si ella estuviera vestida más para la corte que para los paparazzis)

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No hay nada de malo en verse atractiva. Nadie nunca acuso a Jackie Kennedy o a Michelle Obama por ser anticuada. Pero hay un mundo de diferencia entre verte apropiadamente bien vestida y verte lista para subir al escenario a bailar en un bar de mala muerte.

En el libro de los Salmos (45:14), el Rey David nos enseña que el honor de una princesa es interno. La princesa no tiene que exponerlo todo para que el mundo se quede viéndola con la boca abierta. Ella llama nuestra atención por lo que tiene adentro. Tiene algo que decir y nosotros queremos oírlo. En resumen, cuando hablamos con ella, la miramos a los ojos. En el judaísmo, creemos que todas las mujeres judías son princesas. Esta es la base de la modestia, el ideal judío de comportamiento y vestimenta. ¿No debería cada niña ser una princesa a los ojos de sus padres?

Entonces, si vestirse provocativamente y darle a los chicos un ataque virtual de apoplejía no es poder, ¿qué es poder?

La respuesta es: Decir no. Rehusarse a ceder ante las tendencias sólo porque resultan ser tendencias. La presión de los pares es la fuerza singular mas convincente en el mundo de un adolescente, y la habilidad de rechazarla es lo más valiente y más poderoso que una chica puede hacer. Le corresponde a cada padre impulsar en sus hijas la habilidad de mantenerse según convicciones elevadas incluso en los momentos en que los pares pueden hacerla descender hasta el lodo.

La habilidad de rechazar la presión de los pares es el acto más valiente y poderoso que una chica puede hacer.

La Sra. Moses atribuye un número de factores a la renuencia de las madres a negarles el acceso a las prendas provocativas – incluso a pagar por ellas, ¡lo cuál va mucho más allá de la aprobación tácita! El primer factor parece ser que las madres pertenecen a la primera generación “libre”. Como parte de la revolución sexual, con acceso al control de natalidad en cómodas píldoras, ellas fueron más libres que la generación previa en su propia experiencia sexual. Negarle esta “oportunidad” a sus hijas, las convierte en lo peor de todo – hipócritas.

De hecho, hay cosas que un padre puede ser que son peor que un hipócrita. Un facilitador es una de ellas.

La autora comparte su propia experiencia anecdótica de que “ninguna mujer a la que le hayan preguntado ha dicho que le gustaría haber experimentado más”. Después de décadas de haber trabajado con adolescentes – quienes eventualmente se convierten en adultos y padres – esa también ha sido mi experiencia. En vez de resignarnos ante una conclusión “inevitable”, ¿no le debemos a nuestros hijos los beneficios de nuestra experiencia? Sí, nuestros hijos siempre cometerán sus propios errores en el camino a la adultez; es parte de madurar. Pero si bien sabemos que se pueden caer en un hoyo ocasionalmente, no debemos cubrirles los ojos, darlos vuelta y empujarlos. Debemos gritar “¡Hey, cuidado! ¡Hay un hoyo en la tierra!”. Si ellos no escuchan, por lo menos lo intentamos.

Y por cierto, nuestros hijos sí escuchan. Puede ser que den vuelta sus ojos, puede ser que griten o que den portazos, pero no te rindas: muy en el fondo, nuestros hijos están escuchando. Nunca lo van a admitir, porque oye, no somos “cool”, pero lo que los padres dicen tiene un impacto tremendo.

Y lo que no decimos negligentemente, tiene un impacto aún más fuerte.

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