Turbulencia

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Cómo escapar de las agobiantes presiones de nuestra vida diaria.

El avión estaba luchando con el aire, golpeando las nubes, moviéndose hacia adelante y hacia atrás. Las alas se estaban meciendo. Voy a morir aquí, pensó mi amiga. El avión bajaba y subía una y otra vez. El cinturón estaba fuertemente ajustado, a pesar de que sabía que eso no era lo que la salvaría. Dijo el único capítulo de Salmos que sabía de memoria. Una y otra vez.

“¡Dios, por favor, sácame de esto!”, clamó. Aterrada, ella estaba olvidando respirar.

Su pánico fue interrumpido por algo que dijo el rabino Elimelej Goldberg, fundador de Kids Kicking Cancer: “Un dolor en el pie es en el pie. No necesita apoderarse de ti por completo”.

Esto no necesita apoderarse de mí por completo, se dijo. Entonces, sacó algo de fuerza interior: Imágenes. Cerró sus ojos y trató de pensar en un lugar en donde un movimiento de este tipo sería normal. Un paseo en jeep. Estoy en un paseo en jeep todo terreno, conduciendo sobre rocas, rebotando contra montículos de tierra, imaginó. Volvió a respirar por un minuto, pero no pudo convencerse de esta realidad por mucho más que eso, y volvió a sus plegarias desesperadas y a los dispersos ¡Por favor, Dios, sálvame de esto!

Oyó arcadas y el llanto de niños. Más arcadas. Más llanto. Miró hacia atrás, a sus propios hijos. Estaban poniendo calcomanías en un libro para colorear. ¿Cómo pueden estar tan tranquilos? pensó. Ah, porque el padre que tenían más cerca, el padre al que estaban mirando, era su marido.

Más sonidos de arcadas. Miró algunas filas atrás. Había una madre sentada entre dos chicos. Estaba pasando una bolsa de papel desde la barbilla de un niño a la del otro. Pero la bolsa no estaba siendo de gran ayuda. Los chicos estaban cubiertos en vómito. La madre también. Una madre en un avión, sola con dos chicos pequeños vomitando al mismo tiempo. ¿Hay algo peor que eso?

Mi amiga me contó que desabrochó su cinturón y se puso de pie, agarrándose de los asientos para no caerse. Llamó la atención del asistente de vuelo y tomó un par de toallas de papel. Le trajo a la madre otra bolsa, y le sostuvo la bolsa a uno de los chicos. Los chicos continuaron descompuestos unos diez minutos más, hasta que el avión finalmente se asentó en la tierra. Sacó una botella de agua y un paquete de toallitas húmedas, y ayudó a la madre con el lío. Le dio a uno de los chicos un par extra de pantalones, y su esposo lo bajó del avión.

Cuando mi amiga me contó la historia, me di cuenta de que había una gran lección, y no sólo una lección de bondad hacia extraños y gratitud a Dios por haber aterrizado a salvo.

A veces tienes que ayudar a otra persona en su adversidad para olvidarte de la tuya. Mi amiga estaba consumida por su propio miedo, por su propio pánico. Y el avión seguía en la turbulencia mientras ella estaba ayudando, pero ya no lo sentía más.

Acercarnos a los demás bondadosamente nos distrae de nuestras propias dificultades y nos cambia.

Es fácil quedar atrapado en la complejidad de nuestra vida diaria: temas financieros, asuntos maritales, dilemas de la educación de los hijos, enfermedades. Y, a veces, la situación se apodera de nosotros, y terminamos sin cabeza ni tiempo para nada que no sean nuestros problemas. Pasamos a ser sólo nuestras quejas. Empezamos a ser nosotros mismos el problema. Terminamos encerrados en nuestra propia vida, y la vemos sólo desde un único punto de vista: el nuestro.

Acercarnos a los demás bondadosamente nos distrae de nuestras propias dificultades, aunque sea por un rato, y nos cambia.

Una amiga mía es una “organización de benevolencia” auto-proclamada. Recauda dinero para novias huérfanas, compra trajes para niños pobres en edad de bar mitzvá, encuentra departamentos de fácil acceso para mujeres con enfermedades. Mi amiga tiene problemas de espalda. Su esposo tiene un trabajo inestable. Ella acaba de tener una operación en un diente que la alejó de su trabajo. Tranquilamente podría ser consumida por su propia vida, pero sus adversidades no la consumen. Y tampoco niega la realidad. Menciona su falta de sueño, sus dolores, todo el tiempo que su esposo debe viajar sólo para ganar un pequeño salario. Pero si le hablas sobre las personas a las que ayuda, brilla. Estate con ella mientras está haciendo un acto de bondad, y sus dolores son olvidados temporalmente.

La creencia popular es que “mientras más demos, menos seremos”, que tener menos tiempo para nosotros nos hará peores. Pero el judaísmo enseña lo contrario: darle a los demás no nos hace ser peores, por el contrario, nos hace ser mucho mejores. Más amables. Más compasivos. Más felices. Al dar, traemos luz y bondad al mundo, y nos convertimos más en las personas que Dios quiere que seamos.

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