El Valor de la vida de Mi Hija

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Presionada por los doctores para desconectar el respirador artificial de su joven hija, una madre busca entender el valor de la vida humana.

Me han pedido matar a mi hija. Ellos han tratado de convencerme, tratan de ayudarme a ver la luz. Y cada vez que estoy de pie ante ellos, luchando para hacerles entender el valor de una vida humana tal como yo lo veo, y que logren entender que lo que hace a un ser humano ser tan preciado para Dios no es sólo su capacidad para hacer, sino también de simplemente ser, de existir, me encuentro en un callejón sin salida.

Aquellos doctores y yo no estamos en la misma historia. El mundo de ellos es triunfalista, donde uno es alabado por sus logros y abucheado por sus fracasos, donde la pérdida de la independencia es equivalente a la muerte y donde "la calidad" de vida percibida de alguien es el factor que decide en los asuntos de vida y muerte. En el mundo de hoy el carácter sagrado de la vida es irrelevante; si uno no puede producir, uno no merece vivir. Y si uno está en la posesión de sus facultades, ellos probablemente esperan que uno no quiera vivir.

Antes de que el accidente ocurriese, me acuerdo haber escuchado una cinta de un renombrado orador, mientras mi marido y yo íbamos en el auto. La cinta se llamaba "Calidad de Vida versus la Santidad de la Vida". Era fascinante. El conferencista hablaba con elocuencia, explicando a su audiencia el valor de una vida humana, aun una vida que no tuviese nada para contribuir - una vida dependiente de la sociedad y aparentemente desprovista de todo significado. Recuerdo que me conmovió casi hasta llorar. La cinta tuvo un gran impacto sobre mi marido y sobre mí. Nos identificamos con ella, y sentimos casi como si él nos estuviera hablando directamente a nosotros. Y así fue. Sólo que nosotros aún no lo sabíamos.

El Accidente

Era temprano en la tarde, durante un día de un caluroso verano cuando recibimos la llamada; aquella llamada que cambiaría nuestras vidas y rompería nuestros sueños para siempre.

Fue un error. Un accidente. Nuestra pequeña hija se ahogó y por ello tuvo un paro cardíaco. Llevó 25 minutos hacer latir otra vez su corazón, pero para ese entonces ya era demasiado tarde. El horroroso daño ya había sido causado.

Nos sentamos en la Unidad de Terapia Intensiva, con máquinas que constantemente emiten una señal sonora, que trazan líneas sobre los monitores que indican la estabilidad del paciente, o Dios no lo permita, indicando lo opuesto. Nos encontrábamos en shock. Nuestra hija estaba acostada allí sin moverse, sin ver, en su propio mundo. Le hablamos, le pedimos que despertara, pero ella nunca se movió.

Supongo que uno siempre puede rezar por un milagro, pero no podemos esperar uno.

Cuando nos dieron las horribles noticias ellos trataron de ser amables. Nosotros ya lo habíamos sospechado; el diagnóstico sólo confirmó nuestros miedos. El cerebro estaba casi muerto. Ella nunca se despertaría otra vez a no ser que tuviéramos un milagro. Supongo que uno siempre puede rezar por un milagro, pero no podemos esperar uno.

Recuerdo estar sentada junto a mi hija una mañana cuando una joven y encantadora voluntaria entró en el cuarto con su niña. Ella había venido en "una misión de piedad" y traía el alimento a aquellas almas desafortunadas como la mía que soportaban la vigilia junto a las camas de sus enfermos. Casi con orgullo ella me informó que ella también sabía todo sobre lo que significaba estar en el hospital con un niño, como su hija (y ahí ella indicó a su pequeña, hermosa, y absolutamente sana hija) había estado en el hospital cuando era un bebé por algún tipo de complicación gastrointestinal.

La miré fijamente con incredulidad. Traté de entenderla y me topé con una pared de ladrillos. Seguramente ella no pensaba que yo me sentiría consolada sabiendo que su hija había tenido una cirugía de estómago y había sobrevivido intacta gracias a Dios. Probablemente ella nunca entendió lo que significaba tener a un niño que nunca se despertaría otra vez.

Sí, siempre que un ser amado requiere hospitalización hay mucho stress, incluso tristeza, sobre todo si la hospitalización es por una razón seria, ¿pero acaso ella no podía entender lo que significaba el hecho de no tener - literalmente - ninguna esperanza? Al parecer no. Ella siguió contándome toda la historia de su hija, mientras yo estaba de pie al lado de la cama de mi hija, en estado de coma, aferrada a la vida por un hilo, mientras su inflamado cerebro amenaza con herniarse a sí mismo en cualquier momento.

Una Nueva Realidad

Más tarde entendí. Algunas cosas son simplemente demasiado dolorosas, demasiado incomprensibles como para ser manejadas por una mente humana media, a no ser que los fuercen a mirar fijamente la áspera realidad a la cara. La joven mujer probablemente nunca entendería. Ella no podía saber lo que la palabra "para siempre" significa. Yo sólo podía entenderlo, porque tuve que hacerlo. De pronto me sentí fortalecida; preparada para afrontar la vida. Entendí una realidad que ella nunca comprendería, y yo lo estaba afrontando.

Luché para comprender el significado de una vida en un estado vegetativo constante.

Entonces pensé. Luché para comprender el significado de una vida en un estado vegetativo constante, una vida que no sabría de alegrías ni tristezas, no sabría de comodidad ni dolor; una vida de existencia en su forma más primitiva. Era un trabajo duro el entender esto en términos concretos. Incluso dentro de nuestro propio marco de judaísmo, siempre estamos siendo incitados para tratar de hacer - para lograr – lo máximo que podamos mientras todavía estemos sobre esta tierra. Siempre nos enseñan que "el día es corto y hay mucho trabajo por hacer" (Ética de Nuestros Padres 2:20). Entonces debemos juntar la mayor cantidad de buenas acciones como sea posible antes de que nos llamen para presentarnos ante el Trono Divino. ¿Cuál entonces podría ser el objetivo de una vida donde no hay ninguna colección de buenas acciones, ninguna posibilidad para el alma de avanzar, por camino que nos conduce, para llegar más cerca de Dios?

Comencé a trabajar en entender el objetivo general de un ser humano sobre esta tierra. Pensé en las cosas que me habían enseñado, y desde luego, en aquellas palabras estimulantes que había oído tiempo atrás sobre el carácter sagrado de la vida. Comprendí que cada persona tiene un trabajo específico para lograr y por lo cual es puesto en esta tierra. Para la mayor parte de nosotros, esto implica hacer todos los tipos de buenos acciones, marcando alguna diferencia sobre este mundo de alguna manera. Pero para otros el trabajo es desconocido. Dios creó a cada ser humano b'tzelem elokim, a Su imagen y semejanza, por lo que con su existencia escarpada ellos realizan una misión divina.

La vida humana tiene un valor intrínseco. De hecho, es tan valiosa que uno no puede tocar a una persona a punto de morir, ni siquiera sostener su mano o cerrar sus ojos, ya que él podría traer la muerte de la persona un momento antes. Maimónides explica que una persona que está a punto de morir es como una vela parpadeando; si uno la toca, podemos extinguirla (Leyes de Luto). Y el Talmud dice que si uno trae la muerte aunque sea un momento antes es considerado como si uno hubiese asesinado (Shabat 151:2). Obviamente, cada segundo de vida es preciado para Dios, aún aquellos momentos de la vida de una persona que va morir de todos modos. Esto me consoló.

Cuando ellos estuvieron parados allí otra vez al día siguiente, aquel montón de doctores, intentando convencerme con persuasión apacible, con coacción, y hasta con amenazas disfrazadas, yo ya estaba lista. "Usted sabe, si usted la desconecta, ella morirá", me advirtió amablemente el neurólogo.

"Sí, sé", le contesté con calma. "Pero no tengo la intención de hacer eso. No quiero matar a mi niña. Yo no tomo esa clase de decisiones. Dios decidirá cuando sea el momento apropiado de ella para marcharse".

"Pero ella está sufriendo. ¿Cómo puede, con plena conciencia, mantener a un niño que sufre, vivo?".

"Pensé que usted dijo que ella no podía sentir nada. Que su cerebro no puede procesar la idea de que ella pueda estar sufriendo. Pensé que usted dijo que su cerebro no podía procesar nada".

El neurólogo se quedó perplejo durante un momento. Pero rápidamente recuperó su calma y contestó "Ah, pero la ausencia de cualquier alegría es el dolor. Su vida no tiene ningún significado. Esta no es una vida que valga la pena ser vivida".

"Siento discrepar con usted, Doctor", le contesté. "Pero usted debe saber, que como judíos religiosos, creemos en el valor intrínseco de la vida humana, aun una vida que no tiene ninguna "calidad". Por lo que no desconectaremos a nuestra hija del respirador artificial".

Luego, cuando tuve tiempo para pensar un poco más, comencé a comprender que aun una persona en un estado vegetativo podría traer bondad al mundo simplemente por el hecho de existir. Pensé en mi hija. Cómo muchos voluntarios hicieron tanta bondad visitándola, trayendo alimento al hospital, manejando cuando nosotros estábamos demasiado cansados para conducir, rezando para su pronta recuperación... ella probablemente había causado más buenas acciones en sus pocos y cortos años de vida en la tierra de lo que yo habría podido lograr en diez años.

No dejaremos de mantenerla conectada al respirador artificial, Doctor. Y cuando llegue el momento en que nuestra hija deba unirse con su Creador cerca del Trono Divino, seremos consolados al saber que ella ha realizado su trabajo sobre esta tierra del mejor modo posible. Usted no puede hacer que le quitemos eso.

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