No Soy un Nazi

9 min de lectura

El sorprendente descubrimiento del diario de vida de la Segunda Guerra Mundial de Friedrich Kellner.

El tesoro está guardado dentro de la bóveda de un banco, en una caja de seguridad.

Él lo trajo a casa una vez para mostrárselo a una visita.

“Se pone más frágil cada año”, se dijo a si mismo, y lo sacó gentilmente el objeto de su caja.

Robert Scott Kellner, 66, es un hombre pequeño y fino, con ojos marrón claro y la cabeza llena de canas.

 

 

 

Habla con una voz suave, suspirando, como si estuviese teniendo cuidado de no despertar a un bebé.

Uno podría asumir que este hombre de habla suave ha ido de puntillas por la vida, tratando de pasar desapercibido. En realidad, él ha dedicado su vida adulta a contarles a todos acerca del significado y el valor de la reliquia que posee. Compartir este mensaje es su vocación, su profesión.

Kellner cree de todo corazón que las anotaciones meticulosas en viejo manuscrito alemán que se suceden página tras página son esclarecedoras y relevantes hoy en día, y le pertenecen no sólo a él (y a su familia), sino a todo el mundo, a cada uno de nosotros.

Él guarda en sus manos una responsabilidad sagrada: el diario secreto de Friedrich Kellner.

Entre 1939 y 1945, su abuelo alemán se arriesgó a ser enviado a la cárcel (y hasta a ser ejecutado) por escribir sobre la atmósfera política en su amada patria durante el reinado de Adolf Hitler y el Tercer Reich.

Oficial gubernamental de rango medio, y miembro del Partido Social Democrático, que Hitler prohibió después de llegar al poder en 1933, Friedrich Kellner denunció al Fuhrer como un “vendedor ambulante y un demagogo fanático” en su diario. Él desafió apasionadamente las mentiras de la propaganda nazi y relató acerca de numerosas atrocidades en contra de los judíos que él mismo presenció.

En las 860 páginas, Kellner le pidió a los Estados Unidos y a otras democracias que se unieran y que pelearan en contra del régimen terrorista.

Temiendo que la historia se repitiese, impulsó a las generaciones futuras a combatir el resurgimiento de prejuicios absurdos y del totalitarismo.

Scott Kellner, ex-profesor de inglés de Texas A&M, pasó más de 35 años traduciendo el legado de Friedrich Kellner y cumpliendo una promesa.

El diario, de 10 volúmenes, lleno de recortes de periódicos, fue mostrado el año pasado en la "George Bush Presidential Library & Museum" en College Station.

Una compañía de televisión de Toronto produjo recientemente un documental de una hora sobre el diario de Friedrich Kellner y su vida.

El nieto está tan comprometido con su misión que el año pasado le escribió a Mahmoud Ahmadinejad, después de que el presidente iraní declaró públicamente que el holocausto fue un “mito” y llamó a que Israel fuera “borrado del mapa”.

En su carta, Scott Kellner pidió tener una cita con el líder iraní para poder entregarle una copia del diario.

“Cualquier ideología que no tiene como valor principal la vida y la libertad personal de los seres humanos, es una ideología malvada”.

“No soy tonto. No soy un idealista”, dijo él, como respondiendo a los que lo etiquetan como tal. “No espero que nada de lo que le digo a Ahmadinejad cambie su manera de pensar. Pero cualquier ideología, como el fundamentalismo islámico por ejemplo, que no tiene como valor principal la vida y la libertad personal de los seres humanos, es una ideología malvada”.

“Sé que suena cursi, pero la realidad es que debemos confrontarlo. Yo lo puedo hacer con el diario de mi abuelo, con la verdad”.

Observando fijamente sus hojas quebradizas, Kellner sonrió suavemente con un pensamiento privado.

Las palabras manuscritas de su abuelo le traen afectuosos recuerdos del canoso autor, un hombre que tenía 75 años cuando se conocieron.

Kellner también pensó en su padre, que lo abandonó cuando era pequeño.

Y con su imaginación también captó la imagen de si mismo, un huérfano que nunca conoció el amor de una familia, hasta que, por un giro del destino, encontró a sus abuelos en un pequeño pueblo alemán. Y así comenzó una historia de descubrimiento que es tan asombrosa como el diario mismo.

Una Búsqueda en Alemania

Fred Kellner dejó a su familia cuando Scott tenía diez meses.

Cuando tenía cuatro años, Scott, su hermano mayor y se hermana fueron a vivir a un hogar para niños judíos en New Haven, Connecticut. Fueron abandonados a esa amarga existencia por su madre, quien se fue y se convirtió en una bailarina de carnaval.

Él abandonó la escuela después del noveno grado, y se enroló en la marina a los 17.

Dos años después, en 1960, el joven marinero estaba en Frankfurt, Alemania, yendo a servir en Arabia Saudita. Durante una escala de 48 horas, Kellner pidió permiso para salir de la base para buscar a sus abuelos paternos alemanes, y se lo negaron. Siendo impetuoso y tozudo, ignoró las órdenes y se ausentó sin permiso.

Kellner no hablaba alemán. Comenzó su búsqueda con una sola pista: un pedazo de papel que tenía escrito “Laubach”, el nombre de varias ciudades alemanas. Viajando en bus, fue a tres pueblos, preguntándole a extraños si conocían a Friedrich y Paulina Kellner. En alemán, el apellido significa “mesero”, por lo que algunos entendieron mal la pregunta y lo mandaron al café más cercano. Kellner se fue de cada ciudad frustrado, preguntándose si estaba dejando a sus parientes detrás.

En el tercer día, Kellner se sentó en una terminal de trenes en Hungen. Cuando una adolescente saludó al militar estadounidense con una mirada insinuante, Kellner se presentó a sí mismo y le pidió ayuda. Ursula Cronburger hablaba inglés. Ella vivía en una ciudad a diez millas, llamada Laubach. Y no sólo eso, también le dijo a Scott que una pareja anciana de apellido Kellner vivía en su barrio, y tomaron un bus. Sin saber con certeza que Scott Kellner y los ancianos eran parientes, Cronburger y sus padres fueron a la casa de un hombre solitario y su esposa y les dijeron que un joven marinero de los Estados Unidos estaba buscando a sus abuelos y que quería conocerlos.

Vestido con su uniforme, Kellner se sintió excitado y ansioso a medida que caminaba por un camino sucio hacia el chalet, con una atmósfera invernal, en ese día de octubre.

Scott asumió que su abuelo, un inspector de justicia retirado, había sido un nazi durante la Segunda Guerra Mundial.

Él asumió que Friedrich Kellner, un inspector de justicia retirado, había sido un nazi durante la Segunda Guerra Mundial.

Así llamaba la madre de Scott a Fred Kellner, su marido, el hombre que se fue y la dejó con sus tres hijos. “Ese nazi (palabrota)”.

Fred Kellner creció en Alemania y se enamoró de la ideología nazi cuando era un adolescente. En 1935, Friedrich y Paulina enviaron a su hijo incorregible de 19 años a Estados Unidos para evitar que fuera reclutado por el ejército de Hitler. Fred se involucró en la Coalición Alemana Estadounidense, un movimiento nazi americano de pre-guerra, y fue acusado ante el FBI por hacer declaraciones anti americanas. Para demostrar su lealtad hacia los Estados Unidos se unió al ejército y al final de la guerra sirvió en Francia como un guardia e intérprete en un campo para prisioneros alemanes.

El padre de Scott nunca volvió a los Estados Unidos. Después de la guerra, se metió en el mercado negro europeo. En 1953, habiendo fallado como padre y sintiéndose un hombre despatriado, encendió una cocina a gas y se suicidó. Tenía 37 años.

Friedrich y Paulina siguieron adelante con el corazón roto. Sintieron como si sus propias vidas hubieran terminado con el suicidio de su hijo.

Ahora, milagrosamente, uno de los hijos del único hijo de Friedrich Kellner se encontraba de pie en su puerta.

Su presencia fue como un rayo de luz que iluminó la casa oscurecida por la pena del anciano y su esposa.

Cualquier duda de que Scott era realmente el hijo de Fred Kellner se desvaneció cuando mostró una foto de su padre.

Los tres lloraron cuando Friedrich Kellner abrió un álbum y le mostró a su nieto la misma foto.

“Sabía que los había encontrado”, recordó Scott Kellner con los ojos brillando, mientras contaba la historia.

El Diario

Su visita duró cuatro días. Dentro de los primeros treinta minutos juntos, su abuelo fue al comedor y se arrodilló delante de una antigua caja adornada. Giró la llave y abrió una puerta de un compartimiento. Desde dentro de un escondite secreto, sacó un grueso fajo de papeles – registros – que habían sido escritos meticulosamente con su propia mano. Aun en 1960, él mantenía el documento escondido. Friedrich había escrito dos palabras en la tapa: “Mein Widerstand”, que significa “Mi Oposición”.

En un momento de claridad, el joven norteamericano entendió. Esto era un diario, el diario de su abuelo, escrito con gran peligro durante uno de los períodos más peligrosos de la historia. Friedrich Kellner fijó su mirada en su nieto. Él quería desesperadamente que el joven supiera que él había resistido y rechazado la locura de la dictadura de Hitler.

“¡Ich war kein nazi!”, dijo el abuelo, levantando su voz. “¡Yo no era un nazi!”.

Él enfatizó “no” haciendo un gesto de negación con su mano abierta.

En los años treinta, Friedrich había predicado en contra del poder nazi. Sostuvo desafiantemente una copia de “Mein Kampf” en manifestaciones y ridiculizó la autobiografía de Hitler y su ideología política.

“Yo no podía pelear contra los nazis en el presente… por lo tanto decidí hacerlo en el futuro”.

Friedrich le dijo a su nieto: “Yo no podía pelear contra los nazis en el presente, porque ellos tenían el poder para silenciar mi voz, por lo tanto decidí hacerlo en el futuro”. El diario de los tiempos de guerra, él explicó, era un regalo a las generaciones futuras, para ser usado como un arma “en contra de cualquier resurgimiento de esta maldad”.

Por horas, el anciano y su nieto se sentaron a la mesa. Utilizando diccionarios, conversaron pacientemente, traduciendo palabra por palabra. Scott aprendió que después de la guerra su abuelo fue designado como intendente en Laubach, en donde ayudó a restablecer el Partido Social Democrático. Friedrich le dijo a su nieto que quería que un día él llevara el diario a Estados Unidos, pero primero, el abuelo fue rotundo, el joven necesitaba regresar a la escuela. Debía obtener toda la educación que pudiera. Simplemente debía hacerlo.

Cuando Kellner volvió a la base militar en Frankfurt después de una ausencia de una semana, fue puesto bajo custodia pero no fue severamente castigado por su insubordinación.

“Habría aceptado pasar un año en la cárcel”, dijo. “Era simplemente algo que tenía que hacer”.

Pasaron ocho años hasta que Scott pudo ver a sus abuelos nuevamente.

Durante ese tiempo, se ganó su diploma de estudios secundarios y fue a la Universidad de Massachusetts, especializándose en inglés y en historia europea. También estudió el idioma alemán y consiguió un Doctorado. Volvió a Alemania en 1968 y trajo el diario a casa. Dos años después, como había prometido, tomó los primeros pasos esmerados y transcribió el viejo manuscrito en alemán de su abuelo hacia algo más legible para luego traducirlo a inglés.

Él necesitaba ayuda. Le escribió a cada una de las editoriales importantes de Estados Unidos, pero recibió respuestas negativas.

“Esto no es como el diario de Anna Frank”, dijo Kellner. “Mi abuelo eligió deliberadamente no escribir sobre sí mismo o sus eventos cotidianos”.

A medida que Kellner leía las anotaciones, sólo deseaba eso, un poco de información personal sobre su abuelo.

Aun así, mientras más leía más crecía su respeto y admiración por la sabiduría y la visión de su abuelo, y por su amor ilimitado por el país.

Kellner continúa tratando de utilizar el diario para bien. Todavía tiene esperanza de que el documento sea publicado en inglés y distribuido ampliamente antes de ofrecérselo a un museo importante, posiblemente al museo canadiense por los derechos humanos en Winnipeg, próximo a ser construido.

Donar el regalo que recibió sería el último capítulo de lo que es, es su esencia, una historia de amor.

El abuelo de Kellner tenía 83 años, y su abuela 81, cuando volvió a Alemania en 1968.

Dos años antes de sus muertes, llevaron a su nieto a un festival en un majestuoso castillo a orillas del río Rin. Un coro alemán cantó, y también cantantes estadounidenses. Esa noche, mientras la alegre música llenaba la antigua fortaleza en la ciudad de Mainz, donde la pareja había vivido antes de la guerra, Friedrich Kellner se emocionó tanto que comenzó a cantar junto con la música.

Algunas personas sentadas cerca de nosotros lo miraron con desaprobación.

El hombre que fue herido siendo soldado durante la Primera Guerra Mundial, este poeta y artista que una vez se enfrentó a los racistas nazis, este patriota elocuente, amante de la libertad, ignoró alegremente a los que lo quisieron callar.

Si él quería, él iba a cantar. ¿Y por qué no?

En alemán, y con una sonrisa, le dijo a Scott, que estaba sentado a su lado: “El mundo entero debería estar cantando”.

Extractos del Diario de Friedrich Kellner

Sept. 18, 1939: 'La testaruda obstinación de nuestro "Fuhrer" (líder) nos ha conducido a nuestra situación actual. Realmente no hemos aprendido nada de la historia'.

Oct. 9, 1939: 'Una y otra vez debemos formularnos estas preguntas: ¿Cómo es posible que personas cultas como los alemanes puedan haberle entregado todo el poder a un solo hombre? ¿Cómo es posible que esas personas hayan renunciado voluntariamente a la democracia a cambio de una dictadura?… Todo lo que nuestros antepasados lucharon y consiguieron a través de los siglos se perdió en el año 1933por la incomprensible, estúpida y descuidada credulidad… Cuando ya no hayan esperanzas para los sueños del "Fuhrer" (líder) todo se derrumbará. Entonces, naturalmente, todos insistirán en que no estaban de acuerdo con el nazismo. Nadie admitirá haber formado parte del partido nazi'.

Oct. 28, 1941: 'Un soldado que volvió del frente de batalla reportó haber sido testigo ocular de terribles atrocidades en los territorios ocupados en Polonia. Él vio con sus propios ojos como mujeres judías desnudas y hombres judíos desnudos fueron alineados en frente de un gran foso, y fueron fusilados por ucranianos que cumplían órdenes de la SS. Después de eso los taparon con tierra, mientras todavía se escuchaban gritos y llantos de algunos agonizantes dentro del foso. Estas atrocidades inhumanas son tan espeluznantes que los ucranianos que participaron en el fusilamiento sufrieron posteriormente colapsos nerviosos… No existe un castigo que sea lo suficientemente duro como para castigar a estas bestias nazis'.

Todos los Derechos Reservados, 2007, Fort Worth Star-Telegram.

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