Con un rifle en una mano y un bebé en la otra

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La perversamente brillante estrategia de Hamás de usar escudos humanos debiera ser un llamado de alerta para la humanidad.

En la era nuclear hay muchos países que tienen la capacidad de destruir completamente no sólo a otros países, sino al mundo entero. Con este ilimitado poder que no tiene precedentes en la historia humana, viene el miedo de que la civilización esté condenada a desaparecer. ¿Terminará el mundo tal como comenzó, con una gran explosión, pero esta vez no de creación sino de total destrucción?

Para prevenir este fatal escenario, los preocupados líderes mundiales han puesto sus esperanzas en los tratados de desarme, en limitar la fuerza de los poderosos y en la disuasión por medio de DMA (destrucción mutua asegurada), en la cual la amenaza de usar armas poderosas en contra del enemigo disuade a la otra parte de usar esas mismas armas. Se ha asumido de forma casi universal que el mal sólo podrá triunfar si el malvado es más fuerte que aquellos a quienes busca destruir.

Por eso los eventos recientes son tan reveladores.

Ha quedado en evidencia que las sociedades civilizadas tienen una debilidad moral de la cual pueden sacar ventaja los más vulnerables. Hamás mostró en su guerra contra Israel un arma tan ingeniosa que si fuera adoptada de forma masiva haría imposible que cualquier país civilizado, sin importar cuán poderoso sea, venciera a su enemigo.

Imagina el siguiente escenario. Un ejército completo va a la guerra con un rifle en una mano y un bebé en la otra. El primero es para matar, y el otro para evitar que sus oponentes le disparen de vuelta. Este ejército podría saquear, violar y conquistar confiando en que su protección es el código moral de sus víctimas, cuya desarrollada consciencia —y quizás el miedo a las críticas de los medios de comunicación por su insensibilidad ante la muerte de infantes— no les permite responder.

Es una estrategia perversamente brillante. Neutraliza toda arma sin importar cuán avanzada sea. Les da ventaja a quienes no les importa la santidad de la vida. Les da poder a quienes están dispuestos a renunciar a cualquier comportamiento ligeramente civilizado ante quienes aún están comprometidos con su humanidad.

Esto es lo que Amos Oz remarcó en una notable entrevista que dio a la revista alemana Deutsche Welle. Oz siempre ha sido considerado como parte de la izquierda israelí. Sin embargo, cuando se sentó a hablar con un periodista que ciertamente le preguntaría sobre su visión del conflicto de Gaza, así comenzó él:

Amos Oz: Me gustaría partir esta entrevista de una forma sumamente inusual: Presentando una o dos preguntas a sus lectores y oyentes. ¿Puedo hacerlo?

Desutsche Welle: ¡Adelante!

Pregunta 1: ¿Qué harían si su vecino del otro lado de la calle se sentara en su balcón, pusiera a su pequeño hijo en su regazo y comenzara a disparar al cuarto de los hijos de ustedes?

Pregunta 2: ¿Que harían si su vecino del otro lado de la calle cavara un túnel desde el cuarto de sus hijos hasta el cuarto de los hijos de ustedes con el objetivo de asesinarlos o de secuestrarlos? Con estas dos preguntas, ahora podemos comenzar con la entrevista.

Obviamente no hubo respuesta.

He observado obsesivamente la falange de expertos que con indignación continúan condenando al ejercito israelí por su crueldad con quienes fueron puestos intencionalmente entre misiles y morteros disparados indiscriminadamente por Hamás en contra de civiles en la tierra de Israel. Su mantra, el cual ha sido repetido incluso por el presidente de los Estados Unidos, es que obviamente Israel tiene permitido defenderse a sí mismo, pero que tiene que "hacer más" para evitar dañar a quienes fueron intencionalmente puestos en posiciones estratégicas para proteger a sus atacantes.

Ninguno de estos sabios hombres ha siquiera sugerido cómo se podría hacer esto. Los "golpes en el techo", las llamadas telefónicas y los panfletos que urgen a que los civiles dejen las áreas en las que es necesario efectuar una operación militar nunca son suficiente para apaciguar a quienes llegan con los prejuicios de los libelos de sangre antisemitas con los cuales los judíos han sido cruelmente calumniados a través de los siglos.

Lo que ninguno de estos críticos parece notar es que los judíos, como ha sido notado en numerosas ocasiones, son los “canarios en las minas de carbón de la humanidad”. Cuando los mineros de las minas de carbón descendían a las profundidades, siempre llevaban consigo canarios porque temían de los vapores tóxicos que no son detectados inmediatamente por los humanos pero que sí matan primero a los canarios, por los que estos les servían como advertencia. Los canarios morían primero y los mineros entendían que si no salían rápido, ellos seguirán en la lista.

La mayor tragedia sería que el mal triunfara porque la gente buena es demasiado buena como para combatirlo.

Los judíos siempre han sido la primera víctima de aquellos que tienen metas mucho más grandes. Los Nazis comenzaron con los judíos, pero su verdadero plan era dominar el mundo. De la misma manera, el Islam afirma que: "Primero nos ocuparemos de la gente que santifica el sábado y luego liquidaremos a aquellos que santifican el domingo".

Ya hemos visto lo que pasará con los cristianos si ISIS y sus seguidores tienen éxito en Irak decapitando a quienes se rehúsan a convertirse al islam. Pero por ahora sólo los judíos han sido víctimas de la inhumana estrategia de los escudos humanos.

Como un miembro de la "familia canaria", permítanme advertirle a los países que cargan con el peso de las restricciones de la consciencia: Las tácticas de Hamás están esperando tras bambalinas, y quienes planean la destrucción de las sociedades civilizadas con la estrategia de sostener un bebé en una mano y un rifle en la otra, podrían ser una amenaza mucho mayor y más real para el mundo que un holocausto nuclear.

La mayor tragedia sería que el mal triunfara porque la gente buena es demasiado buena como para combatirlo.

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