¿Dónde se han ido todos los buenos hombres judíos?

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El miedo al compromiso está afectando tanto a hombres como a mujeres.

Cada año nacen un número equivalente de niñas y niños judíos, pero veinte años después, hay muchas más mujeres pensando en la jupá que hombres. La escasez de hombres judíos en etapa de matrimonio es bien conocida, pero el misterio de su desaparición sigue sin resolverse para la mayoría de nosotras.

Una de las razones podría ser la palabra “c” (compromiso), de la cual los hombres supuestamente están notoriamente asustados. ¿Qué deberíamos hacer en relación a esto?

La sociedad occidental pareciera creer que la solución es simplemente renunciar al compromiso y dejar que los niños sean niños. Pensé sobre eso hace poco, cuando una de mis alumnas, después de quejarse de que su novio no quiere fijar una fecha para la boda (a pesar de su relación de tres años), suspiró con resignación y dijo, “Bueno, supongo que era de esperarse. Después de todo, es un hombre…”.

¿Eso es un hombre, alguien de quien no se puede esperar demasiado? ¿Cómo afecta a los hombres cuando los miramos de esa forma? ¿Cómo afecta a las mujeres? ¿Qué debemos pensar del hecho que, por primera vez en la historia, hay más mujeres solteras que casadas en Estados Unidos y que, sorprendentemente, uno de cada tres bebés nace de una madre soltera? ¿Dónde están los hombres en las vidas de estas mujeres?

Es fácil romper corazones

Para una mujer, que vino al mundo en el contexto de una relación —Eva fue creada como la esposa de Adam—, la vida muchas veces se trata de la relación. Generalmente no es ella la que debe ser arrastrada gritando y pateando hacia el compromiso. A ella le importa, por lo que ya está ahí.

¿Pero qué puede hacer ella si el hecho de llevar su corazón en la mano es una excelente forma para que se rompa? ¿Qué hace si su deseo de exclusividad, compromiso y una relación profunda es considerado inconveniente, pintoresco e ingenuo en el mejor de los casos? La respuesta es que en ese caso los entierra muy profundamente en su interior, y sale a negociar en un mundo de hombres.

Y ese mundo de hombres no es un lugar divertido. Cuando a los hombres se les dice reiteradamente cuán poco se espera de ellos, a veces terminan hundiéndose profundamente en las arenas movedizas de un autoservicio hedonista, centrados en sí mismos.

Recientemente conocí a un hombre de 38 años que me dijo que, a su parecer, la peor tragedia habría sido si se hubiera casado con una mujer que no lo entendiera. En mi mente, la mayor tragedia ya ha pasado: he aquí un hombre de 38 años que no se da cuenta que la cosa más importante en la vida no es ser entendido, ¡sino ser lo suficientemente hombre como para entender a otro!

El amor requiere vulnerabilidad, pero es peligroso ser vulnerable ante alguien que no está enfocado en ti, sino en satisfacer sus propias necesidades.

El amor requiere vulnerabilidad, pero es peligroso ser vulnerable ante alguien que no está enfocado en ti, sino en satisfacer sus propias necesidades. Si cuando él dice: “Te quiero, pero no puedo comprometerme”, ella escucha: “Me quiero y es divertido para mí estar contigo, pero no puedo comprometerme porque podría aparecer alguien incluso más divertido”, ella reacciona de la única manera posible. Quizás es preferible no estar en una relación antes de agonizar por tratar de mover una pared de concreto. A nadie le gusta que le pisoteen su yo más vulnerable.

¿Qué es un hombre?

El judaísmo tiene una visión completamente diferente de lo que es un hombre. La palabra en hebreo para hombre es guever. Guever comparte la misma raíz que la palabra guevurá, ‘fortaleza’. La Mishná pregunta: “¿Quién es fuerte? Aquel que controla sus deseos” (Avot 4:1). En el judaísmo, ser un hombre implica ser disciplinado, enfocado, responsable y comprometido. La Torá nos dice, “Es bueno para un hombre llevar una carga en su juventud [esto es, casarse joven]” (Lamentaciones 3:27). Cuidar de una familia, tomar responsabilidad, estar comprometido con las personas a su cargo y poner las necesidades de ellos primero es lo que convierte a un hombre en hombre. Puede que para las mujeres no sea bueno cuando los hombres esperan hasta tener 35 años para establecerse, pero para los hombres es algo desastroso: puede que nunca conozcan al héroe que podrían haber sido.

Leonard Sax, en su libro Boys Adrift (Niños a la deriva), describe un interesante escenario. Tres investigadores fueron enviados por la Fundación Ford para observar una sala de clases en escuelas de niños con un maestro masculino. Luego de observar, los investigadores criticaron lo que sintieron que era una representación inaceptable de género:

Los tres autores [de la investigación] condenaron [a la escuela]… bajo el argumento de que fortalecía estereotipos de género… Un maestro que recibió criticas particularmente severas fue aquel que se atrevió a hablarles a sus alumnos, todos hombres, sobre lo que significa ser un hombre productivo. El maestro dijo:

“Hablamos de fuerza, de autocontrol y de ser capaz de controlar tus emociones y hacer sacrificios por los demás. Ya sabes, hablamos sobre cómo, si tienes una familia y solamente tienes dinero para dos hamburguesas, tú no vas a comer… sabes que vas a alimentar a tu esposa y a tus hijos, y tú tendrás que esperar”.

Los investigadores censuraron a este maestro y castigaron la tendencia de otros maestros de reforzar los tradicionales estereotipos de género… Se decepcionaron de que a niños “…se les estaba diciendo que fueran hombres fuertes y cuidaran de sus esposas… Los estereotipos de roles de género tradicionales eran reforzados y el género fue representado de una forma fundamentalista” (Boys Adrift, 203-204).

Uno puede ver fácilmente por qué la imagen del hombre como el “fuerte cuidador” y la mujer como una “persona que es cuidada” arriesga crear una relación patriarcal que pone a las mujeres y a los niños en la misma categoría. Sin embargo, requerir que el hombre tome responsabilidad no significa necesariamente que la mujer no pueda cuidarse por sí misma.

Requerir que un hombre tome responsabilidad no significa necesariamente que la mujer no pueda cuidarse por sí misma.

Obligar al hombre puede ser visto como un reconocimiento de que si ser vulnerable no es algo seguro para ella, entonces la mujer podría —simbólicamente— sacarse el corazón de la mano y esconderlo detrás de una pared de concreto para mantenerlo seguro. ¿Cómo quedaría la sociedad con eso?

La ley judía le exige al hombre que tome responsabilidad, no porque las mujeres son débiles y necesitadas, sino porque nosotros, como sociedad, somos necesitados; la vida se trata de amor, así que tenemos que hacer que sea un lugar seguro para el amor.

Quizás la mujer exitosa de la actualidad puede luchar sola contra todos los leones y tigres y osos, pero cuando lo hace, puede que no esté dejando suficiente espacio para la vulnerabilidad. Cuando un hombre está obligado a ella, cuando él es responsable de “alegrar el corazón de su esposa”, ella ya no tiene que ser un agente secreto. Entonces ellos pueden enseñarle al mundo sobre el amor.

El judaísmo —que está más a favor de la equidad que de la igualdad—, no tiene problema en decir que los hombres y las mujeres se relacionan de forma diferente con las relaciones. También nos dice que debemos asegurarnos que no se aplaste la voz del amor, porque sin ella la vida se convierte en una isla muy solitaria.

Campo de entrenamiento para hombres

Si tuviéramos que encontrar una palabra para describir la diferencia entre hombres y mujeres en la ley judía, esta palabra sería obligación. Los hombres tienen que rezar tres veces al día y salir al minián sin importar el clima. Tienen que ponerse talit y tefilín. Tienen que estudiar Torá en todos sus momentos libres. Para un hombre que toma sus obligaciones religiosas en serio, la vida es un asunto bastante comprometedor.

Bajo la jupá, es él quien le da a ella un ketuvá. En vez de ponerlo a él como un reacio participante en una ceremonia diseñada para robarle su libertad —que es el mensaje implícito de las salvajes despedidas de soltero que se realizan antes de la boda—, la ley judía lo presenta como el proactivo iniciador. Él se compromete con ella, promete mantenerla, se obliga a sí mismo a satisfacer sus necesidades.

Darle la ketuvá bajo un cielo estrellado conecta la prosa con la poesía: el amor comienza con mi obligación hacia ti. Mi responsabilidad será el terreno en el cual nuestro amor florecerá.

Podemos esperar tanto de hombres como de mujeres que juntos entiendan que la base de la vida es el amor, y que la base del amor es el compromiso y la obligación.

La autora está trabajando en un segundo artículo titulado, “¿A dónde se han ido todas las buenas mujeres judías?”.

Una versión de este artículo apareció originalmente en Jewish Press.

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