El Estado Islámico y Jim Foley: Confrontando el mal

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No es suficiente condenar el mal; debe ser confrontado y conquistado.

En la secuela del Holocausto, Romain Gary, en su poderosa obra maestra The Dance of Genghis Khan, resumió de esta forma a la civilización: “Los antiguos Simbas, una tribu primitiva de crueles caníbales, hervían a sus victimas y luego los consumían. Los alemanes de la época moderna, herederos de miles de años de cultura y civilización, convirtieron a sus victimas asesinadas en jabón. Esto, esta pasión por la limpieza, eso es civilización”.

La semana pasada James Foley, un periodista estadounidense, fue brutal y sádicamente decapitado con un cuchillo de 15 centímetros por un terrorista enmascarado con un educado acento británico, y un video del espantoso asesinato fue subido inmediatamente a YouTube. Esto, esta maravilla tecnológica que permite que el virus de la violencia difunda su mensaje alrededor del mundo en un instante, esto es lo que rápidamente se está convirtiendo en el signo de la civilización del siglo XXI.

No se preocupen, dice el Presidente de los Estados Unidos en su respuesta a los recientes horrores que emanan del EI, el Estado Islámico jihadista en Irak. Él está consciente del asesinato de inocentes, el genocidio de aquellos con creencias diferentes, el secuestro, la tortura, violación y esclavización de mujeres y niños. Él sabe, nos dice, que el EI no tiene lugar en el siglo XXI. Pero él nos tranquiliza, basándose en su entendimiento de la historia y nos dice que: “el Estado Islámico finalmente fracasará”.

¿La razón? El Presidente Obama explicó: “Ellos fracasarán porque el futuro es definido por aquellos que construyen y no por aquellos que destruyen, y el mundo existe por personas como Jim Foley, y la arrolladora mayoría de la humanidad que está horrorizada con aquellos que lo mataron”.

Pero eso no es lo que la historia, ni tampoco la Biblia, nos ha enseñado.

La buena voluntad no triunfará sobre el mal simplemente porque una arrolladora mayoría de la humanidad está horrorizada.

Sí, en muchas formas hemos evolucionado. Hay sociedades civilizadas que valoran la vida humana y rechazan el racismo y el prejuicio. Pero el futuro de la raza humana no ha sido asegurado. Hay aún demasiado mal como para que nos sintamos tranquilos. Y la única cosa que necesitamos reconocer desesperadamente es que el bien no triunfará sobre el mal simplemente porque una arrolladora mayoría de la humanidad está horrorizada.

La Alemania Nazi tenía una visión para la supremacía mundial. Incluía el genocidio de un pueblo entero, la subyugación de todas las otras naciones y culturas, tanto como la eventual exterminación de aquellos que no eran arios. Al principio el alcance de sus espantosas intenciones no fue reconocido por un mundo que no podía imaginar la realidad de un mal de esta magnitud, incluso cuando su autor no dudó en dejar en claro sus metas y su “solución final”. Hitler publicó su manifiesto, Mein Kampf, y el mundo civilizado se horrorizó. Pero no hizo nada. Los chambelanes predicaron la aceptación pasiva del mal por el bien de la paz. El mundo siguió horrorizado a medida que los Nazis construyeron sus campos de concentración y crematorios. Sin embargo la indignación moral no logró nada.

La civilización y los valores de la sociedad civilizada sobrevivieron hasta el día de hoy por una sola razón. Los Estados Unidos y sus aliados afortunadamente se dieron cuenta que horrorizarse no era una respuesta suficiente ante el tipo de mal que amenaza la misma justificación para la continuada existencia de la raza humana.

Lo que salvó al mundo fue “la generación más grandiosa” que se tomó en serio una verdad bíblica: el mal no debe solamente ser condenado, sino que debe ser confrontado y conquistado.

Un paradigma bíblico

Poco después de que los hijos de Israel adquirieron su identidad como nación y encontraron salvación de la esclavitud de Egipto cruzando el Mar Rojo, ellos fueron atacados por un pueblo conocido como los Amalekitas. Fue entonces, en ese preciso instante, que se les dijo lo que tenían que hacer. “Y Moisés le dijo a Yehoshua: 'Escoge para nosotros hombres y sal y pelea en contra de los Amalekitas'”. Sólo entonces Moisés, Aharon y Hur ascendieron a una montaña desde donde se veía la batalla y rezaron a Dios para salir victoriosos.

Cuando Yehoshua y sus soldados prevalecieron, Dios le ordenó a Moisés que escribiera esto en un libro eterno como memorial. Los Amalekitas se convirtieron en un paradigma del mal en cada generación y la respuesta registrada en la Torá es un mensaje para todos los tiempos: recen, y no se conviertan en víctimas del mal, desafíenlo y luchen contra él.

Hay Amalekitas en cada generación. Los judíos en particular han estado bastante familiarizados con ellos. Y la historia nos ha enseñado, en las inmortales palabras de Eclesiastés, que “hay un tiempo para la paz y un tiempo para la guerra”.

En su discurso en una reciente conmemoración del Holocausto en agosto pasado en Berlín, Yair Lapid, el Ministro de Economía israelí, se preguntó, “¿Por qué no lucharon? Esa es la pregunta que me acecha. Esa es la pregunta con la que el pueblo judío ha luchado desde que el último tren dejó Auschwitz. Y la respuesta, la única respuesta, es que ellos no creyeron en la realidad del mal”.

Solamente podemos rezar para que la pregunta que planteó Lapid en su discurso no sea la misma pregunta que planteen los historiadores en unos años más cuando traten de entender el peligroso descenso de Occidente y sus valores ante el barbarismo islámico. ¿Por qué no lucharon? Por qué Estados Unidos —que alguna vez fue el país más poderoso en el mundo y el abanderado de los ideales democráticos— se mantiene alejado y se siente satisfecho con simplemente verbalizar su desaprobación mientras los Amalekitas de la época moderna destruyen las bases de la civilización.

Así como Bernard Lewis perspicazmente señaló hace años, “[lo que vemos hoy en día es un verdadero] choque de civilizaciones y una reestructuración de órdenes mundiales”. En un sorprendente eco de la elección bíblica que fue presentada ante el pueblo judío en el libro de Deuteronomio, estamos ahora enfrentando la misma elección verbalizada por Moisés: “Pongo hoy por testigos ante ustedes al cielo y a la tierra: he puesto delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Deberás escoger la vida, para que vivas tú y tu descendencia”. (Deuteronomio 30:19).

La decapitación de James Foley debe provocar más que indignación moral. Debe convertirse en el punto de quiebre para todos aquellos que están comprometidos con la supervivencia de la santidad de la vida por sobre el culto a la muerte. Debe alertarnos ante la realidad de un mal que no nos atrevemos a imaginar y que en nuestra ingenuidad aún seguimos rehusándonos a reconocer.

Lo más importante de todo es que reconozcamos que ya no basta con simplemente condenar verbalmente estos actos. Debemos estar mucho más que horrorizados. Debemos enfrentarnos cara a cara al mal y destruirlo si no queremos ser culpables de suicidio.

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