El vuelo Delta 15

6 min de lectura

Una sorprendente historia real sobre un avión que se vio forzado a aterrizar en la Isla de Terranova el 9 de septiembre del 2001.

Era la mañana del martes 11 de setiembre y habíamos salido hace unas cinco horas de Frankfurt. Volábamos por sobre el Atlántico Norte cuando de repente se abrieron las cortinas y me pidieron que fuese de inmediato a la cabina para ver al capitán. Apenas entré me di cuenta que la tripulación tenía cara de malas noticias. El capitán me pasó un mensaje impreso —que provenía de la oficina central de Delta en Atlanta—, el cual decía: “Todas las vías aéreas sobre el territorio continental de Estados Unidos están cerradas al tráfico comercial. Aterrice lo antes posible en el aeropuerto más cercano. Informe su destino”.

Sabíamos que pasaba algo grave y que necesitábamos encontrar tierra firme con presteza.

Nadie dijo nada sobre qué podía estar pasando. Sabíamos que pasaba algo grave y que necesitábamos encontrar tierra firme con presteza. El capitán determinó que el aeropuerto más cercano estaba 600 kilómetros detrás nuestro, en el pueblo de Gander, en la Isla de Terranova. Consecuentemente, pidió aprobación para un cambio de ruta al controlador de tráfico canadiense, la cual fue otorgada de inmediato sin pedir explicaciones. Más tarde nos enteramos por qué aprobaron tan fácilmente nuestro pedido.

Mientras la tripulación de vuelo preparaba el avión para el aterrizaje, llegó otro mensaje de Atlanta informándonos sobre actividad terrorista en el área de Nueva York. Pocos minutos después se corrió la voz sobre los secuestros.

Decidimos mentirles a los pasajeros mientras aún estuviéramos en el aire. Les dijimos que el avión tenía un simple problema instrumental y que necesitábamos aterrizar en el aeropuerto más cercano, en el pueblo de Gander, para que lo chequearan.

Prometimos dar más información después de aterrizar. Hubo muchas quejas entre los pasajeros, lo cual no era nada nuevo. Cuarenta minutos después aterrizamos en Gander. La hora local era 12:30 p.m.… las 11 am en Nueva York.

Cuando llegamos ya había allí otros 20 aviones provenientes de todas partes del mundo que habían tomado este desvío en su camino a Estados Unidos. Después de estacionar en la rampa, el capitán hizo el siguiente anuncio: "Señoras y señores, probablemente se estarán preguntando si todos estos aviones tienen el mismo problema instrumental que nosotros. La verdad es que estamos aquí por otra razón". Luego procedió a explicar lo poco que sabíamos sobre la situación en Estados Unidos. La gente quedó boquiabierta y hubo miradas de incredulidad. El capitán les informó a los pasajeros que el Control de Tierra en Gander nos había dicho que nos quedáramos en el avión.

El gobierno de Canadá estaba a cargo de nuestra situación y nadie tenía permitido dejar el avión. Nadie en tierra tenía permitido acercarse a ninguno de los aviones. Sólo la policía del aeropuerto venía cada tanto, nos inspeccionaba y continuaba hacia al avión siguiente. En la siguiente hora aterrizaron más aviones y Gander terminó con 53 aviones de todo el mundo, 27 de los cuales eran vuelos comerciales de Estados Unidos.

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Mientras tanto, comenzamos a escuchar por la radio del avión algunas noticias y nos enteramos que algunos aviones habían sido estrellados contra las Torres Gemelas en Nueva York y contra el Pentágono en Washington DC. La gente estaba tratando de usar sus teléfonos celulares, pero no podían conectarse porque en Canadá el sistema de telefonía celular es diferente. Algunos pudieron realizar llamadas, pero sólo logaron llegar al operador canadiense que les decía que las líneas a Estados Unidos estaban bloqueadas o saturadas.

Durante la tarde nos enteramos que las Torres Gemelas habían colapsado y que un cuarto avión secuestrado había caído. Para ese entonces los pasajeros estaban tanto emocional como físicamente exhaustos, por no decir también aterrorizados, pero todos permanecieron asombrosamente calmos. Sólo bastaba con mirar por la ventana a los otros 52 aviones varados para saber que no éramos los únicos en este apuro.

Nos dijeron que se le permitiría bajar a la gente de los aviones de a un avión por vez. A las 6 p.m. el aeropuerto de Gander nos dijo que nuestro turno para desembarcar sería a las 11 a.m. de la mañana siguiente. Los pasajeros no estaban contentos, pero se resignaron sin mucho alboroto y comenzaron a prepararse para pasar la noche en el avión.

Gander nos había prometido atención médica en caso de ser necesaria, agua y servicio de baños. Cumplieron con su palabra. Afortunadamente no tuvimos ninguna situación médica preocupante. Teníamos una joven que estaba en la semana 33 de embarazo. La cuidamos muy bien. La noche pasó sin incidentes a pesar de la incomodidad para dormir.

La población de Gander es de 10.400 personas y tuvieron que atender a unos 10.500 pasajeros.

Alrededor de las 10:30 de la mañana del 12 de setiembre llegó un convoy de autobuses escolares. Bajamos del avión y nos llevaron a la terminal, en donde pasamos por Inmigración y Aduana y luego nos tuvimos que registrar con la Cruz Roja.

Después de eso, nos separaron (al personal de vuelo) de los pasajeros y nos llevaron en un autobús a un pequeño hotel. No teníamos idea adónde estaban yendo nuestros pasajeros. La gente de la Cruz Roja nos dijo que la ciudad de Gander tenía una población de 10.400 personas y que tenían que atender a unos 10.500 pasajeros, provenientes de los aviones que se vieron forzados a aterrizar allí. Nos dijeron que nos relajáramos en el hotel y que seríamos contactados cuando los aeropuertos de Estados Unidos abrieran de nuevo, pero que no esperáramos que esa llamada fuera pronto.

Recién cuando llegamos al hotel y encendimos el televisor —24 horas después de que todo había comenzado— nos enteramos del alcance total del terror.

Mientras tanto, teníamos mucho tiempo libre y descubrimos que la gente de Gander era extremadamente amigable. Comenzaron a llamarnos la gente del avión. Disfrutamos de la hospitalidad, exploramos la ciudad de Gander y tuvimos una muy grata estadía.

Dos días después recibimos la llamada y nos llevaron de vuelta al aeropuerto. Ya en el avión, nos encontramos con los pasajeros y nos enteramos de lo que habían hecho ellos durante los dos días. Lo que nos contaron fue increíble.

Gander y todas las comunidades de alrededor (dentro de un radio de 75 kilómetros) habían cerrado todas las escuelas secundarias, los salones, los refugios y todos los lugares grandes para reuniones. Convirtieron todas esas instalaciones en áreas de alojamiento masivo para los pasajeros varados. Algunos tenían cunas, otros colchonetas con sacos de dormir y almohadas.

Les pidieron a todos los estudiantes secundarios que donaran su tiempo para cuidar a los huéspedes.

Les pidieron a todos los estudiantes secundarios que donaran su tiempo para cuidar a los huéspedes. Nuestros 218 pasajeros terminaron siendo alojados en una escuela secundaria en el pueblo de Lewisporte, ubicado a unos 45 kilómetros de Gander. Si alguna mujer quería estar en una instalación exclusivamente para mujeres, se hacían los arreglos para que así ocurriera. Las familias fueron alojadas juntas. Todos los pasajeros ancianos fueron llevados a casas de familias.

¿Recuerdan la joven embarazada? La pusieron en una casa que estaba frente a una Sala de Emergencias. Hubo un dentista de guardia y tanto enfermeros como enfermeras permanecieron con la multitud durante toda la estadía.

Una vez al día toda la gente tenía acceso a realizar llamadas y enviar emails a todo el mundo. Durante el día, la gente del lugar les ofreció a los pasajeros hacer excursiones. Algunos fueron a un crucero por los lagos y los puertos. Otros hicieron caminatas por los bosques locales. Las panaderías locales permanecieron abiertas para hornear pan fresco para los huéspedes. Todos los residentes prepararon comida y la llevaron a las escuelas. Toda la gente recibió fichas para lavar sus ropas en lavadoras automáticas, dado que el equipaje aún estaba en el avión. En otras palabras, todas las necesidades de los viajeros varados fueron cubiertas. Los pasajeros lloraban mientras nos contaban sus historias.

Finalmente, cuando les dijeron que los aeropuertos de Estados Unidos habían vuelto a abrir, los pasajeros volvieron al aeropuerto a tiempo y sin que faltase nadie. La Cruz Roja local tenía toda la información sobre el paradero de cada uno de los pasajeros; sabía en qué avión debía estar cada uno y cuándo saldrían los aviones. Coordinaron todo maravillosamente. Fue absolutamente increíble.

Cuando los pasajeros abordaron parecía como si hubieran estado en un crucero. Todos se conocían por el nombre y estaban intercambiando historias de su estadía e impresionándose unos a otros con cuánto habían disfrutado. Nuestro vuelo hacia Atlanta parecía un vuelo privado alquilado para una fiesta. El personal de vuelo los dejó tranquilos. Fue asombroso; los pasajeros se habían hecho amigos y estaban llamándose por sus nombres e intercambiando números telefónicos, direcciones y correos electrónicos.

Luego pasó algo muy extraño. Uno de nuestros pasajeros se me acercó y me preguntó si podía hacer un anuncio por el micrófono. Nunca, nunca permitimos eso, pero esta ocasión era diferente. Tomó el micrófono y le recordó a todo el mundo lo que acababan de vivir. Les recordó la hospitalidad que habían recibido por parte de completos extraños. Luego dijo que le gustaría hacer algo para devolverle el favor a la gente de Lewisporte.

Anunció que iba a organizar una fundación con el nombre de Delta 15. El objetivo de la fundación sería proveer becas universitarias para los estudiantes secundarios de Lewisporte. Pidió donaciones de cualquier monto a los demás pasajeros. Cuando el papel con las donaciones nos llegó con los montos, los nombres, los teléfonos y las direcciones, el total era más de 14.000 dólares.

La fundación ha recaudado más de 1.5 millones de dólares y ha ayudado a 134 estudiantes con su educación universitaria.

El caballero, un doctor de Virginia, prometió igualar las donaciones y comenzar el trabajo administrativo para las becas. También dijo que le enviaría esta propuesta a la Corporación Delta y les pediría que también donaran. Actualmente la fundación ha recaudado más de 1.5 millones de dólares y ha ayudado a 134 estudiantes con su educación universitaria.

Me da esperanza saber que algunas personas en un lugar muy lejano fueron amables con unos extraños que literalmente les cayeron encima. Me recuerda la gran cantidad de bondad que hay en el mundo.

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