La La Land y los límites del romance

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Con su controversial final, la premiada película difiere drásticamente de la típica película de romance de Hollywood.

(Si aún no viste la película, te advierto que en este artículo se revelan partes importantes de la trama)

Se espera que el exitoso musical La La Land se lleve 14 estatuillas en la próxima entrega de los Premios Oscar a efectuarse el 26 de febrero. Ya se ha llevado seis Globos de oro y otros muchos premios de la industria cinematográfica, y es la favorita para llevarse el premio a la mejor película el próximo domingo.

La película, protagonizada por Emma Stone y Ryan Gosling, es una prueba de que los musicales siguen siendo un género querido en la cultura americana. La La Land es una canción de amor a los musicales, a la idealizada belleza y encanto de Los Ángeles, y a una época pasada de Hollywood. Además, es moderna y tradicional al mismo tiempo.

El escritor y director Damien Chazelle está claramente enamorado del concepto de que Hollywood sea tanto un lugar físico como un estado mental. Es un lugar donde las pasiones creativas pueden florecer si uno logra sobrevivir a los rasguños, esfuerzos e incluso humillaciones que son parte de aquella feroz industria.

La película explora la tensión entre la búsqueda del amor y la ambición profesional.

Pero además de las canciones y bailes, la película explora un tema sumamente profundo: la tensión entre la búsqueda del amor y la ambición profesional.

La historia se centra en Mía, una aspirante a actriz, y en Sebastián, un aspirante a músico de jazz. La tendencia purista de Sebastián hacia el Jazz lo hace completamente intolerante ante cualquier tendencia más moderna dentro de su amado género musical. Para enfatizar este punto, Sebastián conduce un antiguo coche que aún tiene una casetera. Mía, más práctica y moderna, conduce un Prius.

Cuando se conocen, tanto Mía como Sebastián están luchando por surgir profesionalmente. Mía comparte un departamento con varias otras aspirantes a actrices, y trabaja en la cafetería de un estudio de cine, sacándose el delantal tan pronto como recibe un llamado a una audición. Cuando la vemos pasar por una sala de espera llena de otras jóvenes y atractivas mujeres, todas vestidas prácticamente con las mismas ropas para sus audiciones, compartimos el desesperanzador sentimiento de Mía de que las probabilidades de obtener un ‘sí’, incluso para un rol secundario, son sumamente bajas.

Sebastián es un músico apuesto, arrogante y poco realista, que se rehúsa a tocar la lista preseleccionada en el restaurante donde trabaja como pianista. En lugar de eso, vierte su corazón sobre las teclas con clásicos del jazz. Este sentido de “pureza musical” hace que lo despidan en repetidas ocasiones.

La La Land alterna entre divertida y triste. A medida que se desarrolla el romance de Mía y Sebastián, nos complacemos de ver cómo la soledad de ambos se disipa y cómo cada uno ha encontrado un apoyo para sus ambiciones. Pero el éxito viene con un precio. Cuando sus carreras individuales comienzan a despegar, ninguno puede divisar una forma de mantener el romance mientras el otro está de viaje o trabajando. Ninguno ve cómo “acortar la distancia” —literal o metafóricamente— por la relación.

De esta forma, La La Land difiere drásticamente del típico y predecible final de “y vivieron felices para siempre” de las películas musicales de las generaciones pasadas. Aquí, el amor no lo puede todo, pero la ambición sí.

Luego de que a Mía le ofrecen la inesperada opción de viajar a París, donde se filmará una película sobre ella, la película avanza cinco años en el tiempo. Mía se ha convertido en la estrella de cine que soñaba mientras servía los latte en el estudio cinematográfico. También está felizmente casada —no con Sebastián—, y es madre de un pequeño. Sebastián finalmente tiene su propio club de jazz. Cuando Mía y su esposo entran al club, los ojos de los antiguos amantes se cruzan por un momento. Esto detona una fascinante secuencia de sueños en la que vemos como Mía y Sebastián fantasean sobre la vida que podrían haber tenido, si tan sólo hubiesen elegido permanecer juntos.

Algunos críticos de cine y comentaristas sociales han descrito a ambos protagonistas como egocéntricos por elegir sus carreras por sobre la relación. ¿Tomaron la decisión correcta después de todo? La secuencia de sueños sugiere que en gran parte cada uno obtuvo lo que quería, a pesar de que Sebastián aparentemente sigue solo.

El judaísmo enfatiza la importancia del matrimonio y de la familia, pero también está de acuerdo con que el amor no es lo único que importa. A pesar del amor entre Mía y Sebastián, ambos entienden que sus impulsos personales por alcanzar los placeres más elevados de una vida con significado, propósito y creatividad son una prioridad mayor, y ambos están preparados para sacrificar su amor para lograr lo que consideran que es su “misión única” en el mundo.

La vida nos exige hacer sacrificios y elegir nuestras prioridades.

No pude evitar preguntarme si no había alguna manera en que Mía y Sebastián podrían haber arreglado las cosas para cumplir sus sueños profesionales sin sacrificar la relación. ¿Por qué no podían mantener una relación a distancia? ¿Por qué Sebastián no podía abrir su club de jazz en París? ¿Por qué Mía no podía regresar a Los Ángeles luego de filmar en París? Quizás ese es justamente el punto que quería presentar Damien Chazelle: La vida nos exige hacer sacrificios y elegir nuestras prioridades. Nadie puede tenerlo todo. Y si las trayectorias de Mía y Sebastián iban a diferir, es mucho mejor que se hayan dado cuenta antes de seguir adelante, para evitar así la más dolorosa eventualidad de un divorcio futuro.

La La Land merece las loas de la crítica y del público. Además de su espectacular cinematografía y creatividad, la “limpia” trama y lenguaje de la película es refrescante, agregando por sí mismo un nuevo nivel de placer al musical. La película ofrece una historia mayormente optimista, aunque realista, sobre el poder de los sueños y los sacrificios que son necesarios a lo largo del camino.

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