La enseñanza de Januca que me dejó Bob Dylan

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El mundo puede ofrecernos todos los premios que quiera: fama, belleza, dinero; pero nosotros no estamos obligados a aceptarlos.

Hace unos días le entregaron el premio nobel de literatura a Bob Dylan. Esa decisión generó una pequeña revolución, en especial en los ámbitos literarios y musicales: por un lado, hubo escritores indignados porque creyeron que entregar el premio más importante de la literatura a un músico era una falta de coherencia. Por otro lado, algunos músicos sintieron que un talento inconmensurable como el de Dylan se vería disminuido al ser reconocido por una institución ajena a su arte.

La polémica siguió cuando Dylan no realizó ninguna declaración oficial. Las cámaras y micrófonos del mundo lo apuntaron, pero él eligió callar. Ni siquiera contestó los insistentes llamados de la excelentísima Academia Sueca ni reaccionó ante la felicitación del presidente Obama. Algunos entendieron ese silencio como la confirmación de una sospecha mítica que sostiene que Dylan sufre un grado de autismo. Otros especularon y atribuyeron esa actitud a una campaña de promoción para su próximo disco.

Finalmente, la polémica llegó a su cumbre cuando Dylan anunció que no viajaría a Estocolmo a la ceremonia de entrega de premios por tener "compromisos preexistentes". Hubo quienes lo acusaron de vanidoso, excéntrico y mal educado, mientras que otros lo aplaudieron al interpretar su gesto como una señal de protesta.

Hace más de 2000 años y hoy también

Ser un Nobel ser percibe como el máximo prestigio al que una persona puede aspirar. Quien obtiene ese premio se encuentra en la cima, es homenajeado por reyes y príncipes y admirado por toda la humanidad. Un Nobel sería la realización del sueño de la cultura griega.

La relación de Dylan con la Academia Sueca me recuerda la lucha de los macabim contra la cultura helenista en la historia de Januca. Por un lado, Antíoco y la cultura griega intentaban que el mundo entero aceptara su “premio”. Por otro lado, el pueblo judío luchaba por mantenerse firme en sus convicciones.

Vivimos en mundo obsesionado con la estética y la belleza; la exacerbación del materialismo y la búsqueda de satisfacción instantánea; el amor por la ciencia y el arte. Para el pueblo judío nada de esto representa un peligro en sí mismo. Ni ahora ni hace 2000 años. El peligro se despierta cuando pretenden imponerlo como única forma de vida. Cuando la única manera en la que se nos permite la existencia como pueblo y como individuos, es alejándonos de nuestra esencia espiritual.

La guerra ba-iamim hahem (en aquellos días) es la misma que libramos ba-zmán hazé (en este tiempo). Hoy el mundo entero parece gritar que los valores judíos merecen estar en desuso. Para existir hay que vestirse de una manera concreta, pensar de la forma establecida y hacer lo que hace la mayoría. Quien no comparta esos valores será llamado loco —o autista—, excéntrico o mal educado.

La respuesta está soplando en el viento

En la carta de agradecimiento que fue leída en su nombre en la ceremonia en Estocolmo, Dylan acepta el premio humildemente, pero de alguna manera se desliga: "Estoy demasiado ocupado en el ejercicio de mis actividades creativas" escribe en uno de los últimos párrafos. Demasiado ocupado como para preocuparme de asuntos que nos son los míos, se entiende entre líneas.

La verdad es que no sabremos por qué Dylan no quiso ir a recibir el premio Nobel hasta que él mismo se decida a aclararlo, sin embargo, una cosa es segura: no aceptó ninguna presión y se mantuvo fiel a sus compromisos preexistentes. No dejó que ni la presión del mundo entero lo confundiera.

La enseñanza que me dejó Dylan es que nada ni a nadie tiene el poder de desviarnos. Nadie puede obligarnos a recorrer un camino que no es el nuestro. No hace falta hacer lo que el mundo espera de uno. Somos individuos originales con una misión personal y no deberíamos perder el rumbo por presión externa. Pueden querer imponernos lo que sea, pero la decisión de recibir esa imposición es nuestra.

Compromisos preexistentes

El pueblo judío tiene una riqueza infinita en sus tradiciones, un caudal maravilloso de sabiduría al que deberíamos aferrarnos y defenderlos de cualquier cosa que intente desprenderlo de su anclaje.

El mundo puede ofrecernos todos los premios que quiera: fama, belleza, dinero; pero nosotros no estamos obligados a aceptarlos pagando el precio de alejarnos de nuestra esencia.

Desde hoy cuando me ofrezcan una oportunidad imposible de desaprovechar pero que me aleja de mis creencias: gracias, tengo compromisos preexistentes. Cuando la presión social quiera llevarme por un camino que me desvía: gracias, estoy siguiendo mi propio camino. Cuando quieran imponerme convicciones: gracias, estoy ocupada con lo mío.

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