La masacre en la sinagoga de Pittsburgh

3 min de lectura

Una celebración de la vida que se transformó en tragedia.

No hay palabras para describir la terrible tragedia ocurrida en Pittsburgh.

Once personas fueron brutalmente asesinadas mientras se encontraban en medio de sus rezos. Otros seis, incluyendo oficiales de la policía, fueron heridos. El agente del FBI encargado de la zona de Pittsburgh, Bob Jones, dijo que era la escena de crimen mas espeluznante que había visto en sus 22 años de carrera.

El asesino, Robert Bowers, gritó “todos los judíos deben morir” mientras llevaba a cabo la masacre. Los comentaristas ya han catalogado lo ocurrido como el ataque más mortífero contra los judíos en la historia de Estados Unidos.

Lo que hace que esto sea aún más trágico es el evento que acontecía allí en ese momento. La sinagoga se encontraba en la mitad de la celebración de un Brit Milá y el nombramiento del bebé, confirmando la identificación del bebé con el pueblo judío.

Una celebración de la vida que se transformó en tragedia. Y sólo podemos preguntar, ¿alguna vez terminará?

Estamos de duelo. Tenemos el corazón roto. Pero sería un error percibir esto meramente como un ataque contra los judíos, como otro evento en la larga lista de atrocidades antisemitas de la historia.

Cuando judíos son asesinados en una casa de Dios, es una afrenta a toda persona que cree que la humanidad fue creada “a imagen de Dios”. Representa el mayor rechazo existente a la sociedad civilizada.

Lamentablemente, lo ocurrido en Pittsburgh no fue un incidente aislado. Es una muestra del mal que hemos visto en el último tiempo. Y es un mal que, ya sea en un nivel subconsciente o consciente, tiene un poderoso motivante.

Los ataques terroristas son un crimen atroz, sin importar dónde ocurran. Pero cuando ocurren en lugares de rezo, su malevolencia no sólo es multiplicada varias veces, sino que su razón de ser toma también un significado diferente. Y eso es lo que lamentablemente hemos visto cada vez con mayor frecuencia. 

En julio del 2008, Jim David Adkisson disparó en la iglesia universal del valle de Tennessee, matando a dos personas e hiriendo a otras siete. Adkisson justificó su actuar por las políticas históricamente progresivas de la iglesia. Cuatro años más tarde, un supremacista blanco llamado Wade Michael Page, atacó un templo Sikh en Wisconsin, matando a seis personas e hiriendo a otras cuatro más antes de suicidarse. En junio del 2015, Dylenn Roof, un supremacista blanco que publicaba frecuentemente comentarios sobre sus deseos de matar personas de color, asesinó a nueve miembros de la iglesia metodista episcopal africana de Charleston, Carolina del Sur. Y el año pasado, 26 personas fueron asesinadas en el ataque más mortífero ocurrido en una iglesia en la historia de Estados Unidos, ocurrido en la Primera Iglesia Baptista en Texas.

¿Qué explica este sorprendente paralelo? ¿Por qué iglesias y sinagogas y otros lugares de rezo se han transformado en atractivos blancos de odio?

Casi con seguridad los perpetradores de estos crímenes sabían que pueden cometer el mayor grado de devastación emocional cuando atacan el corazón mismo de la espiritualidad de la comunidad. Las casas de Dios son lugares de inspiración para el bien. Son la base de la civilización, del respeto, de la diseminación de valores que hacen posible la supervivencia humana.

Y eso es lo que las transforma en atractivos blancos sobre los cuales expresar sus prejuicios, fanatismo y —en el más profundo sentido psicológico—, odio por sí mismos.

Simón Wiesenthal nos advirtió hace varios años que “la combinación de odio y tecnología es el mayor peligro que amenaza a la humanidad”. Hace mucho tiempo que nos hemos concentrado en los peligros de la tecnología y en su terrible potencial de destrucción del ser humano. Pero debemos poner igual énfasis en combatir el odio que no conoce límites y que encuentra su mayor expresión contra aquellos lugares que traen al mundo la belleza de Dios y el amor.
 

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