No seas indiferente ante el acoso escolar

3 min de lectura

¿Estás educando a tu hijo a ser sensible ante el dolor de los demás?

Demasiadas veces he abierto un periódico y me he encontrado con un triste o incluso trágico artículo que describe el sufrimiento de algún niño por causa del abuso escolar. El periódico New York Times relató hace un tiempo la historia de un niño de unos 15 años de edad que estaba apenas comenzando su segundo año de preparatoria en la Escuela Secundaria Greenwich:

Los niños molestaron a Bart Palosz prácticamente desde el momento en que su familia se mudó a esta afluente ciudad hace siete años. Su hermana contó que se burlaban de él por su acento —nació en Polonia—, lo empujaban hacia los arbustos o escaleras abajo y destruyeron su nuevo celular Droid. Después del primer día de clases, Bart se suicidó con la escopeta de la familia. La Sra. Palosz dijo que la familia había implorado a los funcionarios de la escuela que intervinieran. “Cada vez que hay un incidente, hay una junta y no se hace nada después. Pedimos ayuda una y otra vez”.

Obviamente nos sentimos mal cuando escuchamos sobre casos de abuso escolar. Hay talleres que se imparten sobre cómo reconocer las señales y hay muchos artículos que han sido escritos para explicar por qué los niños incurren en ello. Pero el discurso que dio un amigo de la familia de Bart en su funeral se enfocó en pedir que los adultos tomasen más responsabilidad.

“Su muerte solamente puede tener significado si confrontamos el abuso escolar y la indiferencia, que fueron los que hicieron que Bart sintiera aislamiento y desesperación. Decir que los niños pueden ser crueles no es ‘acción’. Es una excusa. Un injusto perdón para aquellos cuyas acciones causaron que hoy estemos aquí, y una excusa por no educar bien a nuestros hijos”.

De indiferencia a responsabilidad

¿Nos hemos vuelto indiferentes a estas historias de exclusión y burla? ¿Hemos perdido nuestra sensibilidad y nos ha comenzado a parecer normal que algunos niños sean extraordinariamente malos? “Quizás, así son los niños hoy en día”, pensamos con asombro. Pero si esto es cierto, ¿entonces qué dice de nosotros, los padres que hemos forjado un camino para esta generación? ¿Nos hemos acostumbrado a la conducta grosera, a niños que mutilan con sus lenguas y adultos jóvenes que utilizan los medios sociales para burlarse y aislar a sus pares? Si permanecemos en silencio, ¿no estaremos acaso fallando en dar una correcta educación a nuestros hijos?

Si tu hijo es suficientemente afortunado como para haber sido bendecido con el regalo de la popularidad, la destreza en los deportes, o si las exigencias de la escuela le resultan fáciles, entonces tienes una obligación de educar bien a tu hijo. Estos regalos son entregados por Dios y nosotros tenemos la responsabilidad de hacer de este mundo un lugar mejor a través de nuestros talentos. Un capitán de equipo puede escoger a un niño que tiene baja autoestima y que usualmente está parado a un lado sin que nadie le preste atención. Una niña popular puede hacer espacio para otra en su mesa de almuerzo o en el autobús y hacer que una compañera de clase se sienta como un ser humano en vez de sentirse como un mueble viejo inadvertido. Un niño que es rápido para las matemáticas puede ayudar a que un estudiante a quien le cuesta más gane confianza y habilidades.

En vez de crecer en una burbuja, podemos ayudar a nuestros hijos a acercarse y volverse más bondadosos y más sensibles. ¿Cómo podemos permitirles a nuestros hijos hacer una fiesta sabiendo que estarán celebrando mientras otro niño está en su casa llorando?

Encoger nuestros hombros y decir que así es como son los niños hoy en día es una actitud simplemente inaceptable. Nosotros somos responsables.

Bondad de los niños

Aún creo en la bondad de los niños. Aún tengo fe en la chispa que está dentro de cada niño. Depende de nosotros, los adultos, buscar esa luz y encender una llama de compasión dentro del corazón y el alma de cada niño.

Hace algunos años se realizaron unas Olimpiadas Especiales en Seatlle, Washington. Un grupo de niños con Síndrome de Down se pararon en la línea de partida. Sonó la señal y los niños comenzaron a correr. Cada paso era un triunfo personal. Pocos minutos después de que hubiese comenzado la carrera, una niña pequeña se cayó; la pequeña se sentó en la pista y comenzó a llorar. Los niños que estaban corriendo más adelante escucharon sus llantos. Entonces regresaron todos juntos, extendieron sus manos y ayudaron a esta niña a levantarse. Luego unieron sus brazos y juntos caminaron orgullosamente hacia la meta.

Piensa en esto. ¿Quién es realmente el discapacitado aquí? Estos niños nos enseñaron la lección más grande de todas: cuando podemos parar lo que estamos haciendo y sentir el dolor del otro; cuando encontramos en nosotros la habilidad de extender nuestras manos a alguien que se ha caído —ya sea física o emocionalmente— entonces probamos que somos completos. Es nuestra obligación educar bien a nuestros hijos.

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