Stephen Hawking y las imperfecciones de un gran hombre

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La muerte de Stephen Hawking implica la pérdida de una gran persona, pero una persona con grandes defectos

En 1963 diagnosticaron que Stephen Hawking sufría de ELA (esclerosis lateral amiotrófica) y le dijeron que le quedaban dos años de vida. Esta semana, Hawking falleció a los 76 años, tras haber alcanzado fama a nivel mundial como una de las mentes científicas más brillantes de nuestra generación, y quizás de muchas otras.

Todo esto lo logró mientras estaba confinado a una silla de ruedas y escribiendo, a través de un sintetizador de voz, un libro de avanzada en el cual explicó al público sus ideas creativas. Un libro que vendió más de diez millones de copias.

Su historia, sin ninguna duda milagrosa, merecía una película y de hecho se convirtió en la base del exitoso film del 2014 “La teoría del todo”, por la cual Eddie Redmayne, quien interpretó al Dr. Hawking, ganó un premio de la Academia.

Los numerosos tributos que se llevan a cabo en todo el mundo dan testimonio de la grandeza de Hawking. Por definición, estos discursos son una colección de reminiscencias y elogios. Inmediatamente después de su fallecimiento es adecuado enfocarse en lo positivo, llorar por lo que se ha perdido, enfatizar las cualidades de la persona que ha partido, quien merece nuestro reconocimiento y respeto.

Sin ninguna duda Stephen Hawking poseía una abundancia de dones singulares por los que merece toda nuestra admiración. No sólo su obra científica, sino también su actitud hacia la vida merecen ser recordadas. En una entrevista con Diane Sawyer, él resumió su perspectiva sobre la vida con estas palabras: “Uno: recuerda mirar hacia arriba, a las estrellas, y no hacia abajo, a tus pies. Dos: nunca te rindas ni dejes de trabajar. El trabajo te da significado y propósito y sin eso la vida es algo vacío. Y tres: si tienes la fortuna de encontrar el amor, recuerda que está allí y no lo pierdas”.

Respecto a vivir con una discapacidad, en una entrevista con el New York Times, él dijo: “Mi consejo a otras personas discapacitadas es que deben concentrarse en cosas que su incapacidad no les impida hacer bien. Y no lamentar aquellas cosas con las cuales sí interfiere. No deben ser discapacitados espirituales además de serlo físicamente”.

Algunos pueden pensar que no es necesario decir nada más que estas palabras de elogio. Pero cuando la persona que recordamos tiene importancia histórica y sus opiniones respecto a todos los temas reciben legitimidad debido a su brillantez científica, considero que es necesario agregar algunos detalles que, tal como ocurre con todos los seres humanos, nos recuerdan la falta de perfección.

Voltaire tenía razón; “A los vivos les debemos respeto, pero a los muertos sólo les debemos la verdad”. Y la verdad es que en formas que son cruciales para quienes creemos en la existencia de Dios y Su rol como el Creador del cielo y de la tierra, Stephen Hawking se equivocó. En el pasado, había una pequeña dosis de ambigüedad respecto a la opinión de Hawking sobre la existencia de una fuente Divina para el universo. En Breve historia del tiempo, Hawking escribió que el descubrimiento de una serie de principios científicos unificadores, conocidos como la 'teoría del todo', permitiría que los científicos llegaran a “conocer la mente de Dios”. Pero en un libro posterior sobre la búsqueda de la teoría del todo, llamado El gran diseño, Hawking dijo que el mecanismo subyacente al origen del universo estaba llegando a ser tan bien conocido que, Dios, ya no era necesario. En respuesta directa a Pablo Jauregui de El Mundo, quien le preguntó sobre sus referencias a Dios, esta fue la respuesta del científico:

“Antes de entender la ciencia, es natural creer que Dios creó el universo. Pero ahora la ciencia ofrece una explicación más convincente. A lo que yo me refiero al decir que ‘vamos a conocer la mente de Dios’, es que sabremos todo lo que Dios puede saber, si es que hay un Dios, pero en verdad no lo hay. Yo soy ateo”.

No distorsionemos la perspectiva de Hawking, ni nos desilusionemos ni nos sintamos intimidados por ellas. Hawking era un ateo. Era un científico brillante, pero no era un teólogo. Y no son los científicos quienes nos darán alguna vez la respuesta respecto a la validez del primer versículo de la Biblia. La iluminación de los teólogos es lo que nos dará el apoyo necesario para lo que, en un análisis final, es una cuestión de creencia. Maimónides y Moshé son mejores guías para llegar a Dios que los grandes maestros de física que nunca encontraron una respuesta satisfactoria para explicar la primera causa del universo o la fuente de las ley que gobiernan su existencia si en verdad no hay un Máximo Director.

Sólo porque Hawking era un genio en su campo, no significa que fuera infalible cuando se trataba de áreas externas a su especialidad. Esto quedó claramente demostrado cuando Hawking se involucró políticamente como un firme defensor del movimiento palestino. Él apoyó por completo los boicots BDS a Israel, además de ser un ardiente defensor de aquellos que apoyaron por completo el movimiento de BDS y rechazaron a los académicos israelíes.

Su brillantez científica no se tradujo en un entendimiento de los aspectos morales y éticos de la agenda del odio árabe contra el pueblo judío. La gente sigue cometiendo el error que Paul Johnson, uno de los principales historiadores y autores, identificó de forma fascinante en su maravilloso libro Intelectuales. Johnson relata las historias de las grandes mentes del siglo XVIII, XIX y XX, personas como Rousseau, Marx, Ibsen y Tolstoi, así como Hemingway, Sartre, Orwell, Baldwin, Chomsky y otros… De todos ellos sabemos que: “Sin ninguna excepción, fueron personas miserables que vivieron vidas deplorables, y muchos fueron culpables de haber cometido actos depravados o de tener severas conductas antisociales”.

Rousseau, quien proveyó las ideas modernas de educación y la crítica al capitalismo, era paranoico, egoísta y tuvo cinco hijos a quienes llevó a un orfanato apenas nacieron, aunque la tasa de muerte allí era superior al 90%. Percy Bysshe Shelley, la gran poetisa inglesa, utilizó la poesía para difundir mensajes políticos y morales. Pero también él se casó con una jovencita de 16 años a quien abandonó cuatro años más tarde por otra mujer, luego de lo cual su primera esposa se suicidó. Karl Marx apoyó al proletariado, pero no tuvo nada que ver con ellos. El único proletario que Karl Marx llegó a conocer en persona fue la pobre mucama que trabajó para él por décadas y a quien nunca le pagaron por sus labores, excepto darle una habitación y alimento. Además, dos de sus tres hijos se suicidaron. Tolstoy, el grandioso autor de Guerra y Paz, y de Anna Karenina, acostumbraba a pasar su tiempo con prostitutas, sufrió de diversas enfermedades venéreas, era un casanova y un jugador empedernido.

Tras estudiar las vidas de los más brillantes genios de las últimas generaciones, Johnson llegó a una importante conclusión: “Se debe tener cuidado de los intelectuales. No sólo se los debe mantener alejados de los diversos niveles de poder, sino que también se debe sospechar de ellos cuando intentan ofrecer consejos colectivos”.

Los genios tienes sus límites. Yo no quiero sugerir que Hawking también haya sido culpable de tener defectos morales. Sin embargo, lo que quiero resaltar es que a pesar de ser un científico grandioso, tenía un punto ciego. Su brillantez no le impidió ser antisionista, incluso antisemita. Las mentes brillantes pueden cometer errores. Y el hecho de que Hawking apoyara la causa árabe es tan insignificante en un sentido moral como las publicidades que promueven una marca particular de automóviles por ser la preferida de una actriz conocida. La brillantez no viaja bien hacia otras fronteras de sabiduría más allá de la propia especialidad.

El fallecimiento de Stephen Hawking simboliza la pérdida de una gran persona, pero de una persona con grandes defectos. Si los reconocemos, podemos llegar a entender bien la razón por la cual en inglés la palabra imperfect (imperfecto) tiene las mismas letras que I’m perfect (yo soy perfecto). Son casi lo mismo, con excepción de un espacio que las convierte en dos afirmaciones opuestas.

En los seres humanos “yo soy perfecto” sólo puede aplicarse hasta cierta medida. Nuestra realidad es la imperfección. Con respecto a Stephen Hawking, el espacio entre las letras puede permitirnos admirar su brillantez científica o sentirnos repelidos por un genio que no logró reconocer a Dios y la justicia de la causa de Su pueblo.

Que podamos responder a este desafío con la sabiduría de nuestra tradición.

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