Un ataúd simple

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Un ataúd caro es una distracción. Nuestro amor no se mide por la cantidad de dinero que gastamos en el féretro.

Con gran dignidad y amor, preparamos a dos mujeres (cada una de ellas de casi cien años) para ser enterradas al día siguiente. Después de efectuar la tahará (el ritual judío de lavar el cuerpo después de la muerte), las vestimos con mortajas blancas similares a las que usaba el Gran Sacerdote en el Templo Sagrado en Iom Kipur.

Esparcimos arena de Israel sobre sus ojos cerrados, sus corazones y sus cuerpos. Las envolvimos en una sábana de lino y dijimos plegarias para que fueran llevadas rápidamente a los reinos superiores y que Dios les diera refugio bajo Su sombra protectora; brindándoles la vida eterna.

Entonces colocamos cada cuerpo sobre ataúdes muy caros, de caoba sólido.

El contraste fue asombroso. Acabábamos de dedicarnos a un acto completamente sagrado y espiritual de preparación para el entierro y ahora las colocamos en cajones caros, brillantes y acolchados.

Hace muchos años trabajo en la sociedad de entierros local, tocando muertos varias veces por semana. En esa habitación de preparación sentimos el alma de cada mujer a nuestro cuidado. Nuestras almas se entrelazan en ese espacio; es una experiencia sumamente poderosa. La muerte es el final de nuestro camino en este mundo donde se unen lo físico y lo espiritual. Estamos obligados a disfrutar de este mundo y elevar lo físico utilizándolo de la forma correcta. En nuestras vidas nos esforzamos por focalizarnos en lo espiritual mientras nos movemos en el mundo físico.

La muerte da comienzo al proceso de desacoplamiento del alma del cuerpo. Cuando nos despedimos de nuestrros seres amados nos concentramos en el bien que ellos hicieron en el mundo. Elevamos sus almas al efectuar actos de bondad y al dar caridad en su memoria. La moneda del Mundo Venidero es la bondad que hemos efectuado en este mundo. Vestimos a la persona fallecida con una mortaja blanca y simple, sin bolsillos, para recordarnos que no nos llevamos nada excepto nuestro buen nombre y el crecimiento espiritual que alcanzamos durante nuestro tiempo de vida.

En el funeral nos concentramos en la naturaleza espiritual de la persona. Un ataúd caro es una distracción. El muerto no lo necesita. Nuestro amor no se mide por la cantidad de dinero que gastamos en el féretro.

Cuando efectuamos actos de bondad, estudiamos Torá, decimos Kadish, ayudamos a los demás y damos caridad en el mérito de nuestros seres queridos, cambiamos el mundo para mejor y el alma de la persona fallecida recibe el crédito.

¿Qué valor tiene gastar miles de dólares en un ataúd que será enterrado unas pocas horas después de comprarlo y nunca más se lo volverá a ver?

Todos los féretros kasher tienen agujeros en la parte inferior para conectar al cuerpo con la tierra. De acuerdo con la ley judía, no necesitamos un ataúd. Esto es una concesión a la ley occidental. De hecho, en Israel no hay féretros. El cuerpo se envuelve en un lienzo y se coloca directamente sobre la tierra.

La muerte es el nivelador por excelencia. Todos pasamos por este mundo. Para cada mujer que debemos atender, decimos las mismas plegarias, la lavamos de la misma manera y la vestimos con las mismas prendas. En algún aspecto el ataúd es una molestia al proceso requerido de retornar a la tierra. Amamos a la persona que está en el cajón, no al cajón mismo. Elegir un cajón simple de madera de pino saca el foco del ataúd y pone énfasis en el tesoro que se encuentra adentro.

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