Dos Historias, Un Mensaje

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Hace algunos días discutí con un joven que venía a entregarme un documento del banco. La situación fue la siguiente:

Hace algunos días discutí con un joven que venía a entregarme un documento del banco. La situación fue la siguiente:

Tocó el timbre y yo bajé a abrir. Me informó que venía a entregar el documento del banco que yo estaba esperando hace ya algunos días. Me comentó que para hacerme entrega debía mostrarle mi IFE, es decir, la credencial de identidad que se utiliza aquí en México. Le contesté que no tengo IFE porque soy extranjera y le pregunté si le servía la credencial de identidad de mi país. Me dijo que no, que dado que no tenía IFE lo único que servía era mi pasaporte o licencia de conducir. Le dije que subiría a buscar mi licencia de conducir.

Subí y por algún motivo no la encontraba en mi billetera donde normalmente la guardo. Encontré sin embargo, la licencia anterior vencida, entonces con el objetivo de no hacer esperar al joven, bajé con esa, pensando que iba a servir dado que tiene nombre y foto igual que la vigente. Al bajar y preguntarle al joven si servía me dijo que no. Inmediatamente, le dije que entonces me esperara por favor, para poder ir a buscar mi pasaporte. Y aquí es donde la situación tomó un giro inesperado. El joven respondió, para mi sorpresa, que no podía esperar. Que tenía un tiempo máximo de espera en cada domicilio y que yo ya me había demorado mucho. Le dije que iba rápido y que no me iba a tomar más de dos minutos. Me respondió con un rotundo ¡NO! Le pregunté cómo podía hacer para recibir mi documento y me contestó que él lo iba devolver a la sucursal y que me lo iban a volver a enviar en unas tres semanas. Le pedí que por favor me esperara para traer el pasaporte, pero no cedió. Me enojé y le dije que no podía creer que me iba a hacer esperar tres semanas por no esperar dos minutos. Me respondió que yo no entiendo los horarios de su trabajo. En ese momento, le dije que si él no me iba a esperar, la verdad yo no iba a seguir perdiendo mi tiempo hablando con él, ya que definitivamente yo también tengo mis horarios. Me dirigí a mi puerta y él me deseó burlonamente un buen día… a lo que respondí “igualmente”.

Me dio mucha rabia toda la situación. Realmente necesitaba ese documento y el joven no cedió. Es más, casi parecía un acto de mala voluntad, como si definitivamente yo le hubiera caído mal o algo así. Después de unos minutos de enojo me dediqué a buscar mi licencia. Abrí mi billetera, la busqué donde normalmente está y… ¡¡¡estaba ahí!!! No lo podía creer, después de toda la discusión y el mal rato, la licencia estaba en su lugar, igual que siempre.

Hoy en la mañana, por otra parte, todo empezó como de costumbre, me levanté y luego desperté a los niños, los vestí, les di desayuno y dado que estaba algunos minutos adelantada, decidí realizar un trámite por teléfono que tenía pendiente.

Como es típico en las grandes compañías, me presentaron uno de esos menús telefónicos que te hacen esperar 10 minutos hasta dar con la persona con la que realmente necesitas hablar. Así fue. Mientras esperaba que pasaran mi llamada, mis niños fueron a buscar juguetes y otras cosas y se pusieron a jugar, olvidándose completamente de la rutina y del orden que tiene la mañana. Cuando por fin, logré cortar el teléfono, ya estábamos un par de minutos atrasados. Fuimos rápido a que los niños se lavaran los dientes y se pusieran sus delantales del Gan. Pero en ese proceso nos atrasamos otros dos minutos. Balance total, 4 minutos de atraso. Salimos corriendo a la puerta de la casa para esperar al bus y respiramos tranquilamente al comprobar que aún no estaba ahí. Esperamos y esperamos … hasta que luego de unos 15 minutos, decidí llamar al Gan y preguntar si había habido algún problema.

Grande fue mi sorpresa al descubrir que el bus efectivamente había pasado, pero se había ido sin ni siquiera tocar el timbre o la bocina. Nuevamente me enojé, justo hoy tenía mil cosas que hacer.

Al reflexionar un poco sobre esta situación, me acordé de la historia anterior, que había ocurrido unos días antes. Y empecé a encontrar algunas coincidencias que me llevaron a pensar que estaban relacionadas.

El judaísmo plantea que todo lo que ocurre es por voluntad de Hashem, es decir, que Hashem quería que no me entregaran ese documento y también quería que yo tuviera que modificar toda mi agenda porque el bus dejó a mis niños. Y entonces la pregunta es, ¿Por qué quería que pasara eso?

La respuesta que nos dan nuestros sabios es que cada cosa que nos ocurre, lejos de ser al azar, es para transmitirnos un mensaje. Este mensaje, es tan individual y preciso, que si bien puede confundirse con un hecho absolutamente cotidiano, es realmente algo en lo que se debe reflexionar en forma profunda y cuidadosa.

Si nos damos ese espacio para analizar lo sucedido, es muy probable que logremos descifrar el mensaje y entendamos qué aspecto de nuestro carácter, de nuestra relación con los demás o de nuestra relación con Hashem, necesita mejorar. El proceso requiere obviamente, mucha honestidad porque en vez de culpar al joven del banco o al chofer del bus, que es lo más fácil, debemos concentrarnos en nosotros mismos, aceptar nuestros errores y debilidades, y eso por lo general, no es una de nuestras actividades favoritas. Al llevar a cabo este proceso, es probable que lleguemos a alguna conclusión que de repuesta al por qué nos pasó.

Finalmente, logré obtener mi documento bancario y mis hijos están ya en el Gan. Ahora lo que queda es todo ese proceso de reflexión que debe seguir a estas dos experiencias y que probablemente termine en un mismo mensaje.

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