La vejez

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No mires el envase, sino lo que contiene.

“Viejos son los trapos” es una expresión conocida, y la gente la usa cuando habla de las personas mayores en forma despectiva. Esto no significa, sin embargo, que cuando se hable con otras palabras más presentables cambie la idea en su esencia. Por ejemplo, en los medios, se trata con frecuencia el tema de la “clase pasiva”, lo que tampoco sería un término que halague a los mayores. Lo que sí nos están diciendo es, en términos productivos, que existen personas —los ancianos— que ya no “rinden”, sino que sólo “consumen” y, por lo tanto, no son activos. Para la mentalidad de la sociedad que nos rodea, entonces, la vida podría ser dibujada como una curva en la cual los niños van educándose y creciendo hasta llegar a una edad madura. En estos años los jóvenes se van preparando “para la vida”. De algún modo, la sociedad considera que este es un grupo que debe ser protegido (“en este país, los únicos privilegiados son los niños”) brindándosele educación y oportunidades, en algunos casos. Más tarde, cuando ya pasó “los mejores momentos de la vida”, va decreciendo en su capacidad de generar bienes y “le debe dejar el lugar a los más jóvenes”.

En el mejor de los casos, la clase activa se preocupa, por solidaridad o para prever su propio futuro, que no les falte a sus mayores en sus necesidades básicas de comida, vivienda y salud. De todos modos, en raras ocasiones se los tiene en cuenta para considerar su valiosa opinión. En los peores casos, como ocurrió con los nazis, la Sonderbehandlung (término acuñado por los Nazis para tratar con especial dureza a ciertos judíos) se ocupó de eliminar a todos aquellos que sufrían de enfermedades mentales o de sufrimientos crónicos, aparte de todas las demás atrocidades. De una manera u otra, la vejez es considerada un mal necesario y, si se pudiera evitar, terminando la vida en la plenitud de la fuerza y de la energía, cuánto mejor.

La debilidad que antecede en muchos casos a la muerte, fue un pedido expreso a Dios para que la persona se pueda retirar de esta vida terrenal en forma ordenada.

¡Qué distinto que es todo esto al pensamiento de la Torá! Escuchemos, pues, nuevamente, cómo la Torá siempre revoluciona nuestra manera de pensar. Cuenta el Midrash (1) que nuestros patriarcas solicitaron a Dios que nos regale la vejez y la fragilidad que la acompaña. Lejos de verlo como algo negativo, la debilidad que antecede en muchos casos a la muerte, fue un pedido expreso a Dios para que la persona se pueda retirar de esta vida terrenal en forma ordenada. Dado que la muerte (que en realidad debiera ser vista como algo cercano y factible) es vista como un factor remoto para uno mismo, el ser humano tiende a no pensar que le puede tocar en cualquier momento y por lo tanto, no se preocupa por dejar las cosas dispuestas y organizadas para su posterior ausencia.

Es verdad. También rezamos como el rey David “no me abandones al momento de mi ancianidad...” (2), lo cual puede significar, entre otras explicaciones, que la inconsistencia física de la vejez no redunde en la merma de la sabiduría adquirida a lo largo de los años. El dolor y el sufrimiento en sí, no son un valor. Sí cumplen, en cambio, un rol educativo en nuestra persona. En el caso de la vejez, un objetivo sería, pues, ocuparse de ciertas cosas que no se hizo en la juventud. “Y recuerda a tu Creador en tu mocedad...” nos advierte Kohelet (3). La teshuvá óptima es aquella que se realiza cuando la persona está aún en su plenitud de fuerzas y cuando la tentación está aún en todo su vigor. Así lo dictamina el Rambam. Sin embargo, si uno tiene la oportunidad, nunca es tarde. Uno nunca se vuelve “pasivo” de acuerdo a la Torá.

Volvamos a nuestros patriarcas para aprender algo más para nuestras propias vidas.

Yaakov extraña a su querido hijo Iosef de una manera tal, que quienes no tuvimos que atravesar el dolor que sufrió Yaakov en todos los años de soledad, no podremos comprender jamás. Apenas escucha que Iosef está vivo y que, en medio de la corrupción moral egipcia, se mantuvo y educó a sus hijos en las enseñanzas que recibió de su padre, se apresta para ir a verlo personalmente. Yaakov comienza a viajar y se detiene en Beer Sheva para ofrecer Korbanot (ofrendas) a Dios, Quien le permitió vivir ese momento, junto a su familia. En el sueño profético que ve a la noche, Yaakov entiende que no sólo va a ver a su hijo y salvar a su familia de la terrible hambruna que atraviesa el país, sino que se está dirigiendo y dando comienzo al exilio de Egipto. De ahí en más, los hijos “cargaron” a su padre en el remanente del viaje. Yaakov ve lo que sus hijos —en su deseo de sobrevivir la “crisis económica”— no ven. Si bien, al momento de haber llegado a Egipto, tenían bien claro que su visita al país era de carácter temporario, el tiempo hizo lo suyo. Yaakov vivió su vida en Egipto en forma provisoria, mientras que su familia se asentó y echó raíces en el lugar.

“Dijo Rav Shimón ben Eleazar: Si los ancianos te indican demoler y los jóvenes construir, ¡demuele!...”

Pasaron unos años. Yaakov estaba cerca de su muerte y Iosef trajo a sus hijos para que el abuelo los bendijera. Yaakov colocó sus manos sobre las cabezas de los jóvenes cruzándolas. Su derecha posó sobre la cabeza de Efraim, el menor. La izquierda sobre Menashé, el mayor. Iosef creyó que su padre se había equivocado y trató de cambiar las manos del padre. “Iadati, bni, iadati” (‘supe, mi hijo, supe’), respondió Yaakov. “Sé mucho de lo que Tú desconoces” (4). El Talmud considera de vital importancia la sabiduría de los mayores en numerosos lugares. “Dijo Rav Shimón ben Eleazar: Si los ancianos te indican demoler y los jóvenes construir, ¡demuele!” (5). Yaakov, a su vez, no tuvo la visión de su padre Itzjak, cuando éste era anciano: “y lloró por él” (por Yaakov, que hacía duelo por la desaparición de Iosef) su padre (Itzjak, quien conocía el paradero de Iosef, pero sentía que no se lo podía informar a Yaakov).

El cuerpo puede ya estar endeble. La fuerza lentamente nos abandona. La robustez de la juventud está ausente. Sin embargo, vemos que de acuerdo a la Torá, la ancianidad es la edad de oro, si la persona acumuló sabiduría en el transcurso de su vida. “Dijo Rav Shimón ben Akashiá: La mente de los ignorantes, a medida que envejecen, se vuelve más turbia. Pero los Sabios de Torá, a medida que maduran, su sabiduría se va asentando” (6). Los años no vienen solos - dice la gente. Todo depende de la inversión que haya habido en ellos - dice la Torá. Sin embargo, a veces, la cosa puede ser al revés. “No mires el envase, sino lo que contiene”, dice Rav (7). Puede también ocurrir que el joven bebiera su conocimiento de la fuente de lo añejo —la experiencia—, mientras que el anciano haya pasado su vida en forma totalmente vacía... A su vez, los sabios nos advierten de no perder el respeto por ancianos que, por circunstancias de enfermedad, se tornaron seniles y perdieron la frescura de su saber. Simbólicamente, lo expresaron: Tanto las Lujot (‘Tablas de la ley’ que bajó Moshé del Monte Sinaí) enteras, como así también las primeras rotas, que estaban colocadas en el Arca del Templo Sagrado.

La preocupación por la vida de los ancianos aun en circunstancias desfavorables y de mucho dolor, también responde a este modo de pensar. Mientras hay vida, hay oportunidad. Si físicamente, o incluso mentalmente, el ser humano está limitado, su espíritu no caducó. En más de una oportunidad encontré que la prensa habla en tono despectivo cuando llegan noticias de que en Israel consultan temas de importancia nacional con los Rabinos y líderes de las Ieshivot (Roshei Ieshivot). Para la prensa son “ancianos nonagenarios” más bien parecidos a los “Ayatolas” extremistas de los musulmanes y la consulta, en el mejor de los casos, sería una “cábala” de buena suerte. Nada que ver. Ningún Rosh Ieshivá impone su autoridad en la vida de la gente. Además, son las personas de Torá que saben consultar con sus mayores, quienes por su estudio, tienen una visión más profunda y completa de los acontecimientos de la vida. La tecnología puede avanzar y el mundo puede parecer distinto desde lo superficial. En lo íntimo, sin embargo, la esencia del desafío humano, no se modifica. Se requiere una mirada sabia para poder trascender la cáscara y ver las cosas en su tamaño real.

Una vez más, vemos cómo la Torá nos enseña a vivir la vida en forma distinta a nuestro entorno. Cuesta mucho desprendernos de las ideas de moda. Los años no vienen solos. Dependen de nuestra inversión.

Extracto del libro Veshinantam Levaneja, de Rav Daniel Oppenheimer


Notas:

(1) Bereshit Rabá 65:4
(2) Tehilim 71:9
(3) Kohelet 12:1
(4) Bereshit Rabá 97:6
(5) Meguilá 31
(6) Final de la Mishná Kinim
(7) Pirkei Avot 4:20

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