4 formas de manejar el miedo

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No permitas que el miedo te detenga.

Danny Foster —el presentador del programa de televisión Build it Bigger de Discovery Channel, el cual trata sobre la construcción de rascacielos y grandes puentes— le tiene terror a las alturas. En su primera jornada como presentador, la acrofobia de Foster casi le cuesta el trabajo. Él viajó con los productores del programa a Glendale, Arizona, para evaluar el primer objetivo del show: el Estadio de la Universidad de Phoenix, la flamante casa de $455 millones de dólares del equipo de fútbol americano Arizona Cardinals. El plan era que el programa abriera con una escena en la que Foster aparecería trabajando sobre el techo de tela del estadio, a 80 metros de altura. Cuando le pidieron que subiera la escalera, al principio se rehusó. ¿Habían contratado a la persona equivocada?

La pasión de Foster por la construcción lo empujó a comenzar a subir. Ascendió hasta grandes alturas en andamios y se trepó al techo, no porque hubiera superado su miedo a las alturas, sino porque estaba dispuesto a tener miedo y de todas formas trabajar.

Los productores se dieron cuenta de que el miedo a las alturas de Foster lo hacía más humano y éste se convirtió en un atractivo del show. El rostro de terror que tenía Danny al estar colgado de los lados de los edificios enfatizaba la escala real de los rascacielos y, al poco tiempo, todos los episodios de Build it Bigger comenzaban con una imagen del rostro aterrorizado de Foster mirando hacia el precipicio y diciéndose: “Esta no es una buena situación, ¿me estoy poniendo pálido?”.

La pasión de Foster por la construcción fue más grande que su miedo. Se obligó a sí mismo a cumplir con sus obligaciones laborales y a continuar a pesar de que su instinto lo empujaba a correr hasta la planta baja. Foster se sorprendió al descubrir que en cierto punto, comenzó incluso a disfrutar de las alturas y de escalar; pero lo más importante es que pudo permanecer fiel a lo que realmente valoraba en la vida, sin importar si tenía miedo o no.

La historia de Danny Foster nos enseña cuatro formas de enfrentar el miedo:

  1. Vívelo. La mayoría de los miedos están profundamente arraigados en nuestra mente y no desaparecen sólo porque queramos que lo hagan. Y evitar las cosas que nos dan miedo sólo intensifica nuestros temores. Entonces, sube la escalera incluso si estás aterrado. Llega al edificio siguiente y continúa hacia adelante. Vive el miedo y acéptalo como parte del ascenso.

  1. Enfócate en el presente. Cuando estés viviendo un miedo, no pienses ni en ayer ni en mañana y ni siquiera pienses en el minuto siguiente. Permanecer en el presente nos enfoca y nos permite pensar en lo que es importante en el momento. Foster lo hizo hablando constantemente mientras subía. Si hubiera dejado de hablar y se hubiera enfocado en que estaba a cientos de metros del piso, probablemente la angustia lo habría paralizado.

  1. Entrena. La práctica y la experiencia son cruciales por dos razones. Una es que cuanto más practiquemos en un área determinada, más confianza tendremos en nosotros mismos. La segunda es que mientras más experiencia tenemos, mejor podemos lidiar con obstáculos inesperados cuando estamos en situaciones que nos atemorizan.

  1. Enfócate en tus valores. Lo que realmente nos motiva para enfrentar nuestros miedos es estar comprometidos con un valor u objetivo más elevado. No importa cuál sea nuestro objetivo. Para Foster eran las construcciones y compartir su pasión con el mundo. Algunas personas enfrentan sus miedos porque están enfocadas en su amor por otra persona; otras lo enfrentan porque les apasiona una causa más elevada. Enfocarse en un valor más elevado —sea cual sea— debilita la potencia de nuestro miedo.

Enfrentando mi miedo

Pensé en estas ideas cuando luché para enfrentar uno de mis propios miedos. Estábamos en un bar mitzvá cuando surgió el tema de salir a correr y unos pocos de nosotros que corremos con regularidad comparamos nuestros tiempos. Nunca antes había corrido una carrera, pero corría sola controlando el tiempo.

Cuando uno de los maratonistas veteranos vio mi promedio de velocidad, se rió y dijo: “Si puedes correr así de rápido, deberías estar participando en carreras. ¿Por qué no lo intentas?”.

No me lo tomé en serio. ¿Para que querría participar en una carrera? Pero en mi interior sabía la razón: estaba asustada, temía correr delante de otra persona, temía fracasar, temía incluso comenzar.

Fue en ese momento que decidí intentarlo. La inscripción a la carrera no fue tan difícil como pensé que sería. En la mañana de la carrera, a pesar de que estaba nerviosa, mi miedo real no apareció sino hasta que vi a los cientos de corredores entrando en calor cerca de la línea de partida.

Puse mi número en mi remera y miré alrededor. Todos parecían corredores verdaderos. ¿Y si yo ni siquiera terminaba la carrera? Analicé la posibilidad de volver a casa. Si hubiera desprendido el número y vuelto a casa, ¿acaso hubiese importado? Pero cuando se escuchó por el parlante: “En sus marcas, listos, ¡ya!”, supe que importaba. No por la carrera, sino por mi miedo a la carrera.

Cuando comencé demasiado rápido y me quedé sin aliento para el segundo kilómetro, me di cuenta de que estaba llegando a un muro. Un muro de miedo y límites que estaba en mi interior. Ya no quería estar más detrás de ese muro. Si podía superar este miedo, más allá de lo insignificante que fuera, quizás podría aprender algo sobre los miedos más importantes que hay en mi vida: podría vivir con ellos.

Logré llegar a la meta (en realidad gané la carrera). El maratonista veterano tenía razón. Nunca sabes qué tan rápido eres hasta que lo intentas. Nunca sabes qué tan alto puedes construir si temes escalar. Cuando llegues a la cima de un edificio que has construido, o cuando cruces la línea de llegada que jamás imaginaste posible, verás que tu miedo continúa allí. La gran diferencia es que has aprendido a enfrentarlo; a correr con él; a vivir con él.

Y sin siquiera darte cuenta, habrás ganado.

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