Obviando lo Obvio

4 min de lectura

Una experiencia cercana a la muerte abrió mis ojos al amor de Dios.

Durante lo que parecía el parto normal de mi octavo hijo, fui abatida por un insoportable dolor. He tenido mucha experiencia en trabajos de parto, gracias a Dios, pero este dolor era simplemente insoportable. De pronto estaba pensando, “esto no parece bien”, y al minuto siguiente vi todo negro, las voces se volvieron distantes y sentí sólo un dulce vacío.

Al día siguiente me desperté en la UTI (Unidad de Terapia Intensiva) con el sonido de las máquinas y los monitores. Mis manos estaban atadas a la cama para evitar que arrancara accidentalmente los tubos de respiración; mis piernas envueltas en pantalones neumáticos para prevenir coágulos sanguíneos. No tenía idea que había pasado.

Él me dijo que había ocurrido un milagro.

Mi esposo y mi cuñada estaban al lado de mi cama. Después, rápidamente llegaron mi padre, madre, suegra, hermano y 3 cuñados. Mientras salía del estado de sedación, mi querido esposo me explicó lo que había ocurrido. Me dijo que había ocurrido un milagro.

Lo que había ocurrido era una pesadilla para los doctores, una condición completamente impredecible, llamada 'Embolia de Líquido Amniótico'. Una rara emergencia obstétrica en la cual liquido amniótico, células fetales, cabello u otros fragmentos entran al torrente sanguíneo, causando un colapso cardiorrespiratorio. Los doctores junto con casi todo el personal del servicio de maternidad y especialistas fueron llamados para realizar una cesárea de emergencia. Trabajaron arduamente por más de cuatro horas para detener la hemorragia, salvar al bebé, y mantenerme con vida.

También estuve complicada con una 'Coagulación Intravascular Diseminada' (CID), otra condición causada frecuentemente por la Embolia de Líquido Amniótico. La Coagulación Intravascular Diseminada produce hemorragias profusas en todo el cuerpo. En la mayoría de los casos CID significa "la muerte esta llegando", y es verdad. Perdí más que la cantidad completa de mi sangre y recibí transfusiones de sangre igual que 2 veces mi volumen de sangre. La mortalidad materna en estas circunstancias se acerca al 80%, con 50% que no llega a atravesar la primera hora desde el inicio de los síntomas. Aquellos que sobreviven generalmente quedan con daños neurológicos permanentes.

Mi esposo describió como se sentó en la sala de parto con nuestro recién nacido bebé en sus brazos (lo cual fue otro milagro en si mismo) y rezó y rezó. El describió como durante esas horas una gran cantidad de personas de todo el mundo atormentaron las puertas del cielo con rezos y lágrimas pidiéndole a Dios que salvara mi vida. Mi madre, quien estaba en Israel en ese momento, formó un grupo de rezos en el Muro de los Lamentos, y luego tomó el siguiente vuelo de vuelta a casa. Escuelas en diferentes ciudades detuvieron las clases para rezar. Personas fueron a recibir bendiciones de Rabinos en mi nombre. Otro grupo de gente se reunió en la tumba de mi hermano para rezar.

Mientras lo miraba tratando de entender sus palabras, estaba superada por la emoción. Todo mi ser estaba temblando mientras fragmentos de entendimiento comenzaban a penetrar. Tibias lágrimas corrían por mis mejillas. Mi alma se hizo escuchar a pesar de que mi voz no podía pronunciar un sonido. Una canción surgió; “Dios me ama. ¡Dios me ama mucho!”.

Estaba agradecida e incrédula. ¿Dios, Tú hiciste esto por mí? ¿A mí imperfecta? ¿A mí egocéntrica?

Luego, mi esposo dejó la habitación para ocuparse de las necesidades del bebé. Estaba sola y asustada. Y al mismo tiempo, sentí como si un grupo de ángeles me rodeaban. Sentí el amor de Dios de una manera que nunca antes había sentido. Fue como si una cortina hubiera sido levantada para revelar una claridad imponente.

Esos días en el hospital trajeron consigo lágrimas, curación y muchas plegarias de agradecimiento. También trajeron a la luz una profunda y simple verdad, Dios nos ama.

Mientras yacía en la cama, me preguntaba como había olvidado eso hasta ahora. Seguro, siempre había sabido que esto es verdad, pero mi mundo interno no se veía como si lo creyera. Comenzaría cada día con grandes intenciones, excitada por cumplir todo lo que había planeado. Entonces, en vez de simplemente tener placer por mis tareas terminadas, guardaría un segundo para cuestionarme a mí misma. En algún lugar de mi mente había una crónica completa de todas las cosas que podría haber hecho mejor. Había una lista de cosas que no había hecho, o que no había hecho lo suficientemente bien. Mis juicios de prioridades estaban bajo constante escrutinio. Subconscientemente, me estaba relacionando con Dios como si Él dijera constantemente, “¡ESPERO MÁS DE TI!”.

 ¿Cómo pude obviar algo tan obvio? Amor. El amor tiene ánimo compasivo, no criticismo. El amor es constante e incondicional; hay lugar para errores y reparos.

Dios nos ama. Él es el padre que desea que su hijo tenga éxito. Él no es el padre que dice, “Pudiste haberlo hecho mejor, ¡Debería darte vergüenza!”. Esa es nuestra propia voz. La voz de la negatividad arraigada en la inclinación al mal. No es la voz de la verdad.

Todos nosotros queremos que nuestros hijos sean serviciales, amables y obedientes. Pero todo nuestro amor por ellos no disminuye cuando están fuera de línea. Entendemos que es parte de crecer. En realidad, si nuestros hijos fueran perfectos, ¿Dónde estaría el lugar para las relaciones?

Dios no demanda perfección, sólo que continuemos esforzándonos.

Somos los niños de Dios. Él nos conoce y entiende nuestros conflictos. Él no demanda perfección, sólo que continuemos esforzándonos. Nuestros esfuerzos para hacer Su voluntad son tan preciosos para Él, incluso cuando fallamos.

¿Que nos exige Él? Que le devolvamos Su amor. Esas son las palabras que decimos cada día en el primer párrafo del Shemá, “Y amarás a Dios. Con todo tu corazón, con toda tu alma, y con todas tus fuerzas”. Esas palabras del Shemá son un mensaje personal para cada uno de nosotros. “Tu Dios”. Estoy aquí para ti, sólo tienes que elevar tus ojos hacia Mí y sentir Mi amor.

Recuerdo algunos años atrás, estaba en una nueva sinagoga para Rosh Hashaná. Las plegarias eran tan familiares como hermosas. Estábamos en el medio de una plegaria que describe en un vívido color como Dios juzga nuestros actos. Inesperadamente, el público estalló en una vívida melodía. Estaba esperando sollozos, corazones rotos, pero este público estaba feliz.

Me tomó un tiempo, pero lo conseguí. Existen demasiadas razones para ser felices… ¡jubilosos de hecho! Aquí tenemos una genuina oportunidad para un nuevo comienzo. Dios no quiere que estemos distantes, entonces Él construye en nuestras relaciones sitios para los errores y métodos para repararlos. Rosh Hashaná y Iom Kipur son enormes regalos para nosotros, un momento especial donde podemos sentir el amor de Dios y su cercanía. No es tiempo para culpar y luchar con uno mismo.

Hay tanto que Dios quiere para mí y tanto que el mundo necesita de mí, de cada uno de nosotros. No quiero gastar otro trozo de energía en negatividad y dudas acerca de uno mismo. Podría escuchar su voz alentándonos, “Te amo, ahora ¡Haz que este día cuente!”.  

Haz clic aquí para comentar sobre este artículo
guest
0 Comments
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
EXPLORA
ESTUDIA
MÁS
Explora
Estudia
Más
Contacto
Lenguajes
Menu
Donar
Únete a nuestro newsletter
Redes sociales
.