¿Es Dios mi amigo?

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Creer en Dios fue fácil. Forjar una amistad exigió mucho más trabajo.

Poco después de mi bat mitzvá decidí que era tiempo de profundizar en mi entendimiento de Dios. ¿Realmente existe? Y si existe, ¿lleva la batuta aquí en la tierra y en particular en mi vida?

A pesar de haber asistido durante muchos años a la escuela judía y de haber escuchado innumerables sermones del rabino en Shabat, mi entendimiento de Dios era remoto, difuso e infantil. Imaginaba que Dios se veía como las ilustraciones que normalmente se ven de Moshé, sólo que Dios probablemente tendría una barba más larga y se sentaría en un trono inmenso. Mi superficial educación judía me había enseñado un poco de hebreo conversacional, un poco sobre las festividades y a amar y estar orgullosa del estado de Israel. Pero Dios sólo aparecía ocasionalmente en las discusiones.

A pesar de haber asistido muchos años a la escuela judía, mi entendimiento de Dios era remoto, difuso e infantil.

Yo quería creer en Dios, ya que pensaba que la posibilidad de que un universo físico hubiera surgido a partir de una colisión aleatoria de materia era absurda. Sin embargo de todas formas busqué una confirmación más autoritativa.

Mi búsqueda para entender lo que pudiera sobre Dios se había ido volviendo lentamente cada vez más urgente ya que mi hermano Alan había fallecido unos años atrás en un accidente a los 17 años. Un tsunami emocional había golpeado a nuestra familia y la confusión emocional permaneció durante años. Hablar sobre los sentimientos propios ya no estaba de moda y por lo tanto sufrimos juntos, pero solos. En retrospectiva, me sorprende que nadie haya tratado de ayudarme a lidiar con mis sentimientos de pena o al menos ayudarme a reconocerlos, porque yo sólo tenía nueve años cuando Alan murió.

No sabía que el judaísmo creía en un alma inmortal; pensaba que sólo los cristianos creían en eso. El haber sabido que esta era una auténtica creencia judía hubiese aliviado parte de mi dolor psíquico, y quizás también el de mis padres y hermana. Al no saber que Dios existe, que nos cuida a pesar de esta tragedia y que todo tiene un propósito, me volví también muy insegura. ¿Qué pasaría si le ocurriera algo horrible a mi madre, a mi padre o a mi hermana? En una época anterior a los celulares, que alguien llegara diez minutos después de lo esperado me causaba una gran angustia.

Fijé una cita con nuestro rabino para hablar sobre Dios. Me senté en su estudio, que estaba repleto de libros, con la esperanza de que me aclarara todo. Sostuvo su mentón con la mano y se sumergió en sus pensamientos durante lo que me pareció ser un largo tiempo. Cuando finalmente habló, dijo: "Cuando veo un hermoso atardecer o escucho música bonita veo y siento a Dios".

“Bueno, estoy de acuerdo hasta ahora. Continúe”, pensé.

A pesar de que el rabino era generoso con su tiempo, su entendimiento de Dios era amorfo. Continuó explicando a Dios como un sentimiento, como una sensación que le venía de vez en cuando. El rabino y su esposa habían perdido un hijo por una enfermedad, por lo que conocían el sufrimiento, pero no dijo que Dios era el arquitecto de todo lo que ocurre en nuestras vidas, independientemente de si es doloroso o no. Cuando la reunión terminó yo estaba confundida y un poco desilusionada, y pensé que la próxima vez que viera un atardecer buscaría a Dios.

Dios era un concepto tan grande y complejo que nadie sabía cómo explicarlo, o a nadie le importaba hacerlo. Quizás no había nadie que realmente entendiera bien al Ser omnipotente y omnisciente, pero sabía que tenía que haber algo más allá. Pasarían 15 años antes de que lograra hacer un progreso real en mi búsqueda.

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Un amigo en los lugares elevados

Cuando tenía aproximadamente 25 años, fui por primera vez a una clase de rabinos ortodoxos. Me sorprendió escuchar que se hablaba de Dios con naturalidad, como una presencia real y vital no sólo en la historia, sino también en nuestras vidas. Me asombró enterarme que cuando Abraham y Moshé hablaron con Dios, eran conversaciones reales que involucraban a meros mortales (aunque individuos incomprensiblemente elevados) y a su Creador. A medida que fui conociendo más judíos observantes me di cuenta que era natural hablar sobre Dios no sólo como el Diseñador supremo, sino también como un amigo personal. “Recuerda, Dios te ama”, me decía siempre mi amigo David. Yo sonreía complacientemente ante lo que consideraba que era una muletilla. Pero me intrigaba la idea de tener ese Amigo en los Lugares Elevados.

A medida que fui aprendiendo más sobre pensamiento tradicional judío e historia de acuerdo a la perspectiva de la Torá, la presencia de Dios en el mundo y en mi vida fue volviéndose más clara. Incluso Mark Twain, un no judío, vio la mano providencial de Dios en la historia judía: "Los egipcios, los babilonios y los persas se elevaron, llenaron el planeta con ruido y esplendor; luego fueron perdiendo intensidad y perecieron… otros pueblos han aparecido y han sostenido su antorcha en alto por un tiempo, pero ésta se extinguió y ahora permanecen en la penumbra o han desaparecido. El pueblo judío los vio a todos, los venció a todos y está ahora como siempre estuvo, sin exhibir decadencia, achaques por la vejez ni debilitamiento de sus partes, sin una merma en sus energías ni un aletargamiento de su mente alerta y agresiva. Todas las cosas son mortales salvo los judíos; todas las otras fuerzas pasan, pero ellos permanecen. ¿Cuál es el secreto de su inmortalidad?".

¿Dios realmente quiere ser mi amigo?

El secreto ya no era un secreto, al menos para mí. Comencé a creer en Dios como la fuerza impulsora del mundo, pero tenía mis dudas sobre mi capacidad para tener una relación personal con Él. No podía dejar de pensar en la famosa broma de Groucho Marx, en la que dice burlonamente que no está seguro de si le gustaría unirse a un club que esté dispuesto a admitirlo como miembro. Habiéndome acercado a la observancia del judaísmo en la adultez, había llegado a arrepentirme profundamente de buena parte de mi comportamiento en la juventud y de los comentarios presumidos que hice sobre los judíos religiosos. ¿Dios realmente quiere ser mi amigo?

Sin embargo, la evidencia indicaba que Dios hacía tiempo que era mi amigo. Yo existía, tenía un propósito. Mi vida estaba llena de bendiciones: un maravilloso marido, cuatro niños saludables, un hogar, pasión y habilidad para trabajar en lo que me gustaba, amigos, una acogedora comunidad judía y mucho más. Finalmente me permití aceptar por completo la idea de que Dios había limpiado mi pasado en el día de mi boda, que se considera un Iom Kipur en miniatura y en el cual podemos enfocarnos en hacer teshuvá por nuestros errores pasados. Un nuevo comienzo es el regalo de Dios para una pareja que comienza una nueva vida.

Las cosas que tendemos a buscar en la vida son las cosas que finalmente encontramos. Vivir con una mayor consciencia de Dios me facilitó mucho el poder ver y sentir Su presencia, no sólo cuando escuchaba música bonita o cuando me cautivaba una belleza natural, sino que también en los eventos cotidianos, particularmente en el milagro diario de ver a mis hijos desarrollarse y crecer. Mi creencia en Dios se estaba fortaleciendo, pero una relación personal aún parecía distante.

Eso cambió cuando escuché a un prestigioso orador decir que cuando decimos una bendición por la comida "sacudimos los cimientos del universo". Me sorprendió la pasión con la que hizo esta declaración. Mientras que yo sí sabía que los judíos deben decir bendiciones, nunca había escuchado que las bendiciones sinceras de un judío común podrían tener semejante impacto en el cosmos. Comencé a decir mis bendiciones con mayor intención, lo cual me ayudó a nutrir la idea de que Dios está conmigo todo el tiempo, que me ama y que mis acciones le importan mucho.

Apóyate en mí

Cuanto más buscamos a Dios para generar una relación personal, más viene Él hacia nosotros. Hace diez años le diagnosticaron un cáncer terminal a mi mamá a sólo semanas del bar mitzvá de mi hijo mayor. El cáncer estaba tan avanzado que yo pensé que tendría que sentarme en shivá durante la semana del bar mitzvá. Envié las invitaciones llorando y tuve la experiencia surrealista de hablar sobre el menú con el encargado del catering en el mismo día en que hablé sobre la dosis de morfina con la enfermera de mi madre. Si alguna vez necesité apoyarme en Dios, fue en ese entonces.

Cuanto más buscamos a Dios, más viene a nosotros.

Un Shabat, mientras mi madre dormía en su cuarto, canté Lejá Dodí casi en silencio, sola, sentada a la mesa del comedor, antes de hacer kidush y hamotzí. “Dios, ayúdame con esto”, pensaba constantemente. “No puedo hacerlo sola”. Puede que los escépticos se burlen y digan que lo que sentí fue mi fortaleza interna, pero en realidad sentí la presencia de Dios, sentí a Dios reforzando mis reservas emocionales. Mi madre, débil como estaba, repetía ansiosamente que tenía que irse, que mi padre —que había muerto unos años antes— la estaba esperando. Algunas veces miraba el techo como si estuviera siguiendo una línea a lo ancho del cuarto. La enfermera no estaba sorprendida. "A menudo ven ángeles en el cuarto antes de partir", dijo.

Me levanté de la shivá la semana anterior al bar mitzvá. Sentí claramente la presencia de mi mamá en el shul ese día. Sabía que Dios había venido a ayudarme cuando busqué Su ayuda, en un tiempo en que convergieron la pérdida y la celebración.

Hoy en día, cuando mi amigo David me dice “Recuerda, Dios te ama”, ya no sonrío complacientemente; sonrío porque sé que es verdad.

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