La mitad del vaso no está vacía

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No siempre podemos cambiar la situación, pero siempre somos capaces de cambiarnos a nosotros mismos.

Es lógico que una persona sufra mucho si nace con un solo brazo, Dios no lo permita. Sin embargo, ¿por qué no sufrimos todos, en la misma medida, por no tener alas para volar hacia el cielo? ¿Por qué no nos molesta no tener tres brazos?

Una persona siente angustia por algo que carece —material o emocional— cuando llega a la conclusión que aquello no debería faltarle. ¿Qué lo lleva a decidir que es así? Ver que todos los demás lo tienen. Si algo les falta a todos, no sufrimos por no tenerlo.

Si todos los seres humanos tuviesen un solo brazo, ese hombre no sufriría. ¿Que causa el dolor, entonces? ¿La falta del segundo brazo? ¡No! La causa del dolor es lo que ve con sus ojos.

Esto debería cambiarnos la vida: el dolor de los celos y la envidia es natural y comprensible, pero se puede evitar. No siempre podemos cambiar la situación, pero siempre somos capaces de cambiarnos a nosotros mismos.

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¿Quién es considerado “rico” por la sociedad? ¿Cuántas propiedades hace falta tener, qué ingreso mensual es necesario para ser llamado “rico”?

Imaginemos a una persona de clase media que viaja cien años hacia atrás en el tiempo y traslada con él las comodidades y pertenencias del presente: mientras todos se movilizan lentamente en carretas amarradas a caballos, él pasa a toda velocidad con su automóvil. Mientras todos esperan meses para recibir una carta, él se comunica al instante, con el mundo entero, gracias a su teléfono celular de alta tecnología. Ni los grandes potentados de hace cien años podían soñar siquiera con todo lo que se puede conseguir hoy en un almacén de barrio.

Una persona de nuestra generación que hubiera vivido en ese entonces, con todas las comodidades que tiene hoy, hubiera sido considerada la persona más rica y afortunada del mundo. ¿Por qué no es considerada así, hoy, si tiene esas mismas comodidades?

Una persona rica perdería su título, si muchas personas lograran tener tanta riqueza como él, aún sin haber perdido un centavo de su fortuna. La triste y sorprendente conclusión es que para ser ricos no importa cuánto tengamos, lo principal es que los demás posean menos que nosotros…

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La riqueza verdadera no depende de los medios económicos. “¿Quién es rico? Quien está contento con su porción” (1). Muchos conocen esta mishná y, sin embargo, no logran internalizarla. ¿Qué les impide sentir paz, tranquilidad y satisfacción?

Alejandro Magno, en uno de sus viajes, atravesando las Montañas de la Oscuridad, llegó a una ciudad en donde todos los habitantes eran mujeres. Quiso batallar en su contra, pero las mujeres le dijeron: “Si nos matas, dirán de ti que mataste mujeres. Si te matamos, dirán de ti que fuiste un rey que fue asesinado por mujeres…”

Alejandro Magno aceptó su razonamiento y no les hizo la guerra, pero les pidió pan. Le trajeron una mesa de oro con pan de oro sobre ella. Preguntó: “¿Es la costumbre aquí comer pan de oro?” Le respondieron: “Si es pan común lo que quieres ¿no pudiste obtenerlo en tu tierra y has venido hasta aquí para conseguirlo?”.

Alejandro Magno entendió el reproche del que era objeto y cuando se marchó, escribió sobre el portón de la ciudad: “Yo, Alejandro Magno, era un necio hasta que vine a esta nación africana de mujeres y aprendí de ellas”.

Después de salir, Alejandro se sentó a la orilla de un manantial para comer. Tenía consigo pescados salados y cuando los enjuagó en el manantial para quitarles la sal, sintió en ellos el olor del Jardín del Eden. El acontecimiento le llamó la atención, por lo que siguió el manantial hasta su origen. Encontró allí las puertas del Gan Eden.

Levantó su voz: “¡Abran la puerta para mí!”.

Le respondieron: “¡Esta es la puerta de Dios, los justos entrarán por ella!”.

Respondió: “Yo también soy importante ¡soy un rey! Al menos denme un recuerdo del Gan Eden”.

Le dieron un ojo. Alejandro pesó el ojo en una báscula y cuando puso toda la plata y el oro que había acumulado en el segundo plato, resultó que la balanza se inclinó ante el peso superior del ojo. Alejandro, consternado, le preguntó a los sabios cómo era eso posible. Le respondieron: “Este es el ojo del hombre, que no se sacia nunca…” (2).

Saber que existe gente muy adinerada en el mundo, no es el detonador de la sensación de amarga carencia. La dificultad se presenta porque la persona ve a esa gente rica con sus propios ojos. Por eso, es mejor vivir en un ambiente simple y no en compañía de los ricos, porque muchos de ellos suelen exhibir el caudal de riqueza y de lujos que poseen (3).

Sin embargo, en la actualidad, ya no hace falta residir en zonas exclusivas para exponerse a los lujos. Los medios de comunicación hacen su mejor esfuerzo para llamar nuestra atención y convencernos de que quien no tiene el producto que ellos promocionan es realmente pobre…

* * *

Detrás de la recurrente sensación de carencia se oculta muchas veces la envidia (4). Esta es la razón primordial de la dificultad de los seres humanos en torno a alcanzar tranquilidad interior y felicidad respecto a lo que poseen (5). Este escenario traspasa los límites de los temas específicamente económicos. Las personas sufren porque se sienten inferiores a los demás en lo familiar, en lo social o en cualquier otra área de la vida. Sin que se den cuenta, la envidia crea el dolor en sus corazones y les genera sufrimientos indescriptibles.

Si el hombre se diera cuenta de que todo viene de Dios y que todo es para bien, no habría ningún lugar para el dolor (6). Es esta verdad misma, la que hace que surja la siguiente pregunta: ¿Por qué a una persona creyente le resulta tan difícil impregnar su corazón con este entendimiento?

Toda dificultad emocional para el cumplimiento de la Torá está enraizada en una mala midá ‘característica de personalidad’ (7), inclusive la mitzvá de emuná ‘fe’. La midá de la envidia es la razón por la cual cuesta sentir satisfacción de lo que tenemos y expresa, al igual que el enojo (8), una falta de aceptación de la realidad.

El mundo cree y repite que la solución es “ver la mitad del vaso lleno”. Este dicho no concuerda con la visión judía que sostiene que todo es para bien, es decir, que no hay una mitad vacía.

Estar feliz con lo que se posee, no es resultado de un simple cambio de enfoque. Es necesario un cambio mucho más ambicioso, una profunda transformación en lo íntimo, un cambio en las midot ‘características de personalidad’. Cuando la envidia es erradicada del corazón ya no existe la necesidad de conformarse con un medio vaso, la persona entiende y siente que el vaso de su vida está lleno hasta el borde

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Este artículo es un extracto del libro El código judío de la felicidad de Rav Igal Snertz. Para más detalles o para comprar el libro haz clic aquí.

 

 


Notas:

(1) Pirkei Avot 4:1. No se refiere sólo al dinero sino a todo, Maharal, Netiv Haosher 2, Ver en Shabat 25b y en el Maaritz Jayut, allí.

(2) Tamid 32a

(3) Gaón de Vilna en Mishlei 16:19.

(4) Ver Orjot Tzadikim, Sháar Hakiná y Mesilat Yesharim 11.

(5) “Uno no envidia a su compañero… están felices con su parte” (Mesilat Yesharim Cap. 11). Ver también en Madregat Haadam Darkei Hajaim cap. 5.

(6) Ver en Mesilat Yesharim 11.

(7) Even Shleimá 1:1

(8) El enojo y la envidia tienen la misma raíz: Even Shleimá 2:1. Orjot tzadikim Envidia.

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