La tiranía del “yo debería”

3 min de lectura

Cómo liberarte de la incesante y destructiva presión de tener que ser perfecto.

Todo el mundo vive con algún “debería”. Podría decirse que el judaísmo es una forma de vida basada en los “debería”: “debería amar a los demás”, “debería comer casher”, “debería dar caridad”. Muchas personas se ven afectadas por sus “debería” de manera positiva y satisfactoria. Cumplir con las obligaciones morales es una gran fuente de placer. Cuando hacemos lo correcto, nos sentimos bien con nosotros mismos y sentimos que la vida tiene sentido y propósito.

Sin embargo, hay otros que no tienen una buena relación con sus “debería”. Se sienten presionados y ahogados. Para esas personas, los “debería” de su interior son una fuente de mucho sufrimiento emocional. La Dra. Karen Horney denominó esta experiencia “la tiranía del yo debería”.

He aquí algunos ejemplos de “debería” que pueden ser problemáticos:

Siempre debería estar feliz.

Nadie debería caerme mal.

Debería sentirme fuerte y en control.

Debería tener claridad absoluta.

Siempre debería estar dando.

No debería equivocarme.

Nunca debería enojarme.

Nunca debería perder tiempo.

Siempre debería sentirme productivo

Te invito a hacer tu propia lista de “debería”.

Los “debería” se vuelven tiranos cuando se transforman en exigencias que son imposibles de satisfacer. “Nunca debería ser débil” es una exigencia imposible de satisfacer. La “tiranía del yo debería” se siente como una obligación de ser perfecto y, por lo tanto, es como una orden dada por un dictador opresivo que exige cruelmente sólo perfección. Los “debería” son rígidos, indoblegables y carentes de compasión por nuestras limitaciones y debilidades. Uno nunca puede relajarse, porque la presión de ser perfecto es implacable.

Cuando los “debería” son reforzados por la presión social, se vuelven aún más intolerables. Bajo la carga de esos decretos, nuestro comportamiento se puede volver presionado, forzado y obsesivo. La característica principal de alguien que vive controlado por “la tiranía del debería” es que se siente conducido y jamás se siente como el conductor de su propia vida. Hay una pérdida de personalidad, creatividad y autenticidad.

Como si fuera poco, los “debería” también son vividos como punitivos. Todo “debería” lleva un mensaje implícito: “Si no lo haces a la perfección, eres una mala persona”. Sintiéndose un fracaso, la persona cae inevitablemente presa de la frustración y la vergüenza. Una persona que se odia a sí misma se siente deprimida, no tiene esperanza y está desprovista de vitalidad.

Gracias a Dios, hay esperanza.

El primer paso es concientizarte de tus “debería”. Haz tu lista. Cuando comiences a advertirlos, descubrirás que son muchos, algunos obvios y otros bastante sutiles, por lo que debes escuchar atentamente.

El segundo paso es reconocer que algunos “debería” son mentira. Por ejemplo, puedo escucharme a mí mismo decir que siempre “debería” estar feliz. ¿Es esto verdadero o falso? Con certeza es una mentira, porque estar feliz constantemente, sin estar jamás de mal humor, es humanamente imposible.

El tercer paso es identificar la verdad. En este ejemplo, la verdad sería: “Está bien, de vez en cuando, sentirse infeliz y de mal humor. Nadie está feliz todo el tiempo”. Al aceptar la verdad, sentirás un cambio perceptible, una especie de liberación y sensación de liviandad.

El cuarto paso es reconocer que no eres una mala persona. No estar feliz todo el tiempo no me convierte en una mala persona, tampoco significa que tenga algo malo ni un problema sicológico. Creer eso es una falsedad.

El quinto paso es aceptar que eres una buena persona, que tiene limitaciones y es imperfecta. Al no necesitar ser perfecto, uno puede comenzar a descubrir y aceptar la verdad sobre uno mismo. Vivir como una persona imperfecta y limitada requiere que abandonemos la imagen idealizada de nosotros mismos. Aceptar la realidad a menudo es doloroso.

Si nos damos cuenta de que estamos siendo realistas respecto a nuestros sentimientos e ideas, tenemos un indicio importante de que hemos comenzado a liberarnos de “la tiranía del yo debería”. A medida que se afloja el dominio de este “reino del terror”, uno comienza a sentirse más vital y más propulsor de su vida, y menos como alguien dominado y dirigido.

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