¿Y yo qué sé?

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Cuando no saber es la sabiduría verdadera.

En el orfanato de Calcuta donde trabajé en la década de los 80, las niñas utilizaban una expresión que desafiaba mi forma de ver las cosas. Cuando yo hacía una pregunta simple, como: "¿Dónde está Bhavani?" o "¿A qué hora vuelve Didi?" usualmente respondían con dos palabras en bengalí: ¿Ki jani? En lugar de un específico "No sé", ki jani es más bien un arrollador "¿Y yo qué sé?"; es una confesión global, una declaración existencial de la absoluta incapacidad que los meros mortales tenemos de saber.

En el mundo occidental en el que crecí, la sabiduría era lo más valioso. El hecho de saber los libros te hacía ser aceptada en una buena universidad o posgrado. Conocer los eventos de actualidad y la política nacional te conseguía aprobación, te ponía en la categoría de "bien informada". Incluso el saber trivialidades como en dónde había nacido un deportista o en qué año fue la derrota de Napoleón en Waterloo se convirtió en una pasión, generando una multimillonaria industria de preguntas. Durante mi juventud devoraba las revistas de actualidad, no fuera que alguien me preguntara en un cóctel sobre alguna desconocida figura política y tuviera que confesar el pecado capital de no saber (desafortunadamente, en toda mi vida me invitaron a un solo cóctel y nadie me preguntó nada, ni siquiera mi nombre). No saber era vergonzoso, una tortura pública que había que evitar a toda costa. Si no sabía, conjeturaba. Si no podía conjeturar, mentía.

Por supuesto, el conocimiento es uno de los motivadores más importantes de la humanidad y tiene un gran valor inherente. Pero para muchos de nosotros, la sed de conocimiento puede transformarse en una compulsión desenfrenada hacia saber, en una incapacidad de aceptar la inseguridad de la ignorancia. Y así, llenamos los espacios vacíos a cualquier costo, poniéndole el sello de "verdad" a toda suposición. La mente adicta al conocimiento puede transformar la fantasía en hechos, las hipótesis en difamación y las conjeturas en condenas.

Así, no era una sorpresa que me haya sentido desafiada cada vez que mis huérfanos de Calcuta declaraban con humildad: "¿Ki jani?” – "¿Y yo qué sé?".

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Evidencia Insuficiente

Rav Shlomo Carlebaj estaba una vez rezando en una sinagoga de Sudáfrica. Para su horror, el cantor designado para ese servicio era terrible; apenas podía mantener una nota y desfiguraba las palabras hebreas. Mientras Rav Shlomo escuchaba esta ofensa a su sensibilidad musical, se irritaba más y más. ¿Cómo pueden dejar que alguien tan incompetente lidere los servicios? se preguntaba con una creciente indignación. Supuso que el hombre debía ser un rico donante y que los directivos de la sinagoga probablemente le habían demostrado respeto dándole el honor de liderar las plegarias. ¡Qué sacrilegio! ¡Qué rendición ante el poder del dinero!

Después del servicio Rav Shlomo se quejó ante el rabino del shul. Pero éste le respondió que el hombre había sido, antes del Holocausto, el mejor cantor de toda Europa. Habiendo escuchado sobre su reputación, los nazis lo designaron intencionalmente para ser torturado. Habían mutilado su lengua con instrumentos de acero y habían dañado su audición. El rabino, en deferencia a quien este cantor había sido y a lo que había sufrido, lo había honrado pidiéndole que liderase las plegarias ese día.

Los nazis le habían mutilado la lengua con instrumentos de acero y habían dañado su audición. El rabino le pidió que liderase las plegarias ese día.

Rav Shlomo contó esta historia con la angustia de quien ha juzgado a alguien con dureza, equivocadamente. Escuchó el canto desafinado del hombre. ¿Qué sabía de su pasado? ¿Cómo podría saber toda la historia? ¿Ki jani?

Las personas tienen la obligación de otorgar el beneficio de la duda (ver Levítico 19:15). Esto significa que incluso si ves a alguien haciendo algo malo, a menos que la persona sea un conocido malhechor, estás obligado a encontrar alguna interpretación favorable. A menudo tu veredicto de "inocente" estará basado en "evidencia insuficiente", que es tu admisión de que no conoces toda la historia. ¿Podría alguien conocer toda la historia?

Así es como se ve en tiempo real:

  • Le pides a tu rico amigo que te patrocine en una maratón de caridad, y te ofrece una suma miserable. Concluyes que es avaro, pero ¿puede ser que esté sufriendo algunas dificultades financieras de las que no estás al tanto?

  • Tu nueva supervisora está siendo fastidiosa, crítica y demasiado exigente. Concluyes que es irritable por naturaleza, pero ¿es posible que esté atravesando un divorcio y que tú no lo sepas?

  • Tu inteligente hijo trae de la escuela malas notas. Concluyes que es perezoso y que no se está esforzando, pero ¿es posible que tenga una dificultad de aprendizaje y que no lo sepas?

  • Tu vecino no está cuidando su casa. El césped está alto y la basura se está apilando junto al cerco. Concluyes que es negligente, pero ¿es posible que le hayan diagnosticado cáncer y que estén preocupados con asuntos de vida o muerte?

Mi amiga Jen es una viuda de 35 años que tiene cuatro niñas. Acostumbraba alquilar el techo de su antiguo departamento para eventos. El día que se levantó de la shivá por su marido, sonó su teléfono. Cuando Jen respondió, la mujer del otro lado preguntó si podía alquilar el techo para una boda. "Ya no lo alquilo", dijo Jen con simpleza, y colgó. Un momento después el teléfono volvió a sonar. Esta vez era el marido de la mujer que acababa de llamar, gritándole a Jen por haberle cortado a su esposa. ¿Qué podemos saber?

Toda la ira y el resentimiento que sentimos comienza con un juicio negativo: él/ella está haciendo algo equivocado. Si pudiéramos suprimir el juicio negativo diciéndonos: "En realidad no conozco toda la historia", nos ahorraríamos a nosotros y a los demás muchísima pena.

Juzgando a Dios

Los juicios más negativos y destructivos los hacemos cuando juzgamos a Dios. "¿Cómo pudo Dios dejar que ese niño muriera?" "¿Cómo pudo Dios dejar que ese huracán destruyera el hogar de esa hermosa pareja?".

Aquí, más que en cualquier otro lado, estamos juzgando con evidencia insuficiente. Como dice la Rebetzin Tzipora Heller, estamos en la página 324 de un libro de 400 páginas, y a lo único que se nos da acceso es a las páginas entre la 310 y la 340. El resto está oculto de nosotros.

El nombre sacrosanto de Dios, dicho sólo en Iom Kipur por el Sumo Sacerdote en el Santo Sanctórum del Templo en Jerusalem, puede ser entendido como la condensación de tres verbos: Él fue, Él es, Él será. Esto significa que la infinitud de Dios abarca todo el tiempo, desde el principio del tiempo hasta su final. Sólo Dios conoce las complejidades de todas nuestras encarnaciones pasadas y futuras, y cómo cada acción afecta a cada ser del planeta. Semejante mega-ecología está mucho más allá de nuestro alcance.

Cuando dejé de presumir que sabía comencé a aprender.

Cuando comencé a estudiar Torá hace 26 años, mi insistencia en mi capacidad de saber fue quizás mi obstáculo más grande para conocer a Dios. Mis preguntas – sobre el Holocausto, el sufrimiento de los inocentes – eran arrogantes exigencias para que el Dios infinito encajara en los confines de mi pequeño cerebro. Mi punto de quiebre fue cuando la Rebetzin Heller me dijo: "Este mundo, olam en hebreo, viene de la raíz en hebreo que significa 'oculto'. Dios básicamente está oculto en este mundo. Más allá de lo inteligente que seas, más allá de lo que sepas, nunca conocerás a Dios por completo". Luego agregó: "¿Y realmente creerías en un Dios que no es más grande que lo que la capacidad de tu limitada mente puede apreciar?".

Cuando dejé de presumir que sabía, ese día comencé a aprender.

Conclusiones Obvias

Alex, de 39 años, era inteligente, artístico, sensible, apuesto y espiritual. No fue ninguna sorpresa que mi amiga Denise pusiese su mirada en él. Siempre los veía sentados en un banco en la plaza del vecindario teniendo conversaciones profundas. Así pasaron algunos meses. Pero luego, cuando todos estábamos vaticinando que anunciarían su compromiso, de repente Alex rompió con ella. Denise tenía el corazón roto.

Yo estaba enojada. Denise era amable, generosa e inteligente, pero tenía la tez con marcas de acné. Obviamente Alex, a pesar de lo espiritual que era, no había podido superar lo exterior. ¿Es su sentido de belleza tan profundo como la piel? Pensé. Y si su problema cutáneo le molestaba tanto, ¿por qué salió con ella durante tanto tiempo?

Unos meses después mi amiga Shirley me telefoneó. Me dijo que estaba interesada en salir con Alex y me pidió que le hablara sobre ella. Shirley era hermosa, elegante y espiritual. Al igual que Alex, había comenzado a ser observante ya hacía varios años. A los 38 años, Shirley ansiaba casarse. Me pareció una unión ideal, por lo que le llamé a Alex, pero él me dijo que no estaba interesado en salir con ella. "¿Por qué? Insistí. "¿Qué es lo que estás esperando?" Alex no me dio ni una pista. Corté enojada.

Obviamente quiere a alguien menor, quizás mucho menor, concluí. ¿Pero querría una chica de 25 casarse con Alex? Él se está sobreestimando. Es por eso que hay tantas mujeres maravillosas que nunca se casan. Los chicos como Alex siempre están buscando chicas de la mitad de su edad.

Un par de meses después la directora de nuestro comité local de jésed me llamó, me dijo que Alex tenía bronquitis y me pidió que preparase sopa para él. Le preparé la sopa – a regañadientes. Si se hubiera casado con una de mis amigas, me dije a mí misma, ella estaría cuidándolo en lugar de las mujeres del barrio.

Durante esa primavera vi a Alex esporádicamente; estaba delgado, pálido y abrigado, sentado en un banco al sol. Una vez paré para hablar con él. Le dije que su problema era que necesitaba casarse, que la vida de soltero obviamente no le sentaba, que había muchas mujeres maravillosas que estarían felices de formar un hogar con él. Asintió en silencio, frunciendo su boca, haciéndome sentir como una vecina entrometida.

Tres meses después Alex murió de SIDA. ¿Qué sabía yo realmente?

Para la elevación del alma de mi madre, Lea bas Israel, en el vigésimo aniversario de su muerte. Ella verdaderamente personificó la humildad de no juzgar a los demás negativamente.

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