¿Acaso Dios ama a los perros?

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Algunas ideas judías sobre los animales.

En mi infancia, la cual pasé en una zona de montañas y valles, mis padres siempre me alentaron a tener mascotas. Desde conejillos de indias hasta periquitos, llegando incluso a tener una gallina mascota llamada Federica, mi casa estuvo llena de pequeños animales durante la mayoría de mi infancia. Al alentarme a cuidar de mis mascotas, mis padres me enseñaron el significado de la responsabilidad, la consistencia y quizás incluso del amor. Así que muchas veces me pregunté si la Torá apoya el activismo por los animales y qué diría exactamente Dios si le preguntaras: “¿Amas a los perros?”.

Los perros son los únicos animales de la Torá que recibieron una recompensa por sus acciones. Cuando los esclavos judíos huyeron de Egipto, está escrito: “Ningún perro ladró” (Éxodo 11:7). Como recompensa por ello, Dios dijo: “…y carne raída en el campo no comerás, se la arrojarás al perro” (Éxodo 22:30; Mejilta). Sin embargo, el afecto de Dios hacia los animales no se limita sólo al “mejor amigo del hombre”. El afecto se extiende incluso a los insectos. El Rey David aprendió esta enseñanza cuando preguntó cuál es el objetivo de “criaturas tan malvadas” como las arañas. Subsecuentemente, Dios creó un evento en el que una red de arañas salvó su vida, enseñándole al más grandioso de los reyes de Israel que toda criatura tiene su propósito (Midrash Alfa Beta Ajeres de-Ben Sira 9).

El Talmud enseña que la razón por la que Dios creó a los animales antes de crear a los humanos —en el sexto día de la creación—, fue para enseñarles a los humanos humildad, para que entiendan que hasta el ínfimo mosquito puede ser más merecedor de vida (Sanedrín 38a).

Así que uno podría inferir de aquí que Dios efectivamente ama a los perros… y también al resto de Sus criaturas. Ahora bien, ¿se manifiesta esto en un activismo práctico por los animales, o es sólo un valor general e indefinido del judaísmo?

La ley judía está repleta de requisitos sobre el cuidado de los animales. Por ejemplo, están las leyes que prohíben hacer sufrir a los animales (Késef Mishne, Hiljot Rotzéaj 13:9) y que requieren que los alimentemos con cariño (Igrot Moshé, Even HaÉzer 4:92) y que evitemos que se les haga trabajar en exceso (Joshen Mishpat 307:13). Vemos de estas y otras leyes hasta dónde llega la Torá para asegurar el cuidado correcto de los animales. Incluso cuando uno tiene que matar a un animal para alimentar a su familia, hay muchas leyes judías que aplican para garantizar que la muerte del animal sea rápida e indolora (Guía de los perplejos III:48).

Una idea que podemos sacar de la Torá respecto a por qué Dios hizo a los animales, es que estos fueron creados para expresar la “gloria del Creador” (Pirkei Avot 6:11). La inmensa diversidad y belleza de los animales nos lleva a apreciar aún más al Creador, llevándonos a exclamar: “¡Qué grandiosa es Tu obra, Señor!” (Salmos 92:5).

Podría decirse que también el Creador nos ha ubicado a nosotros, los descendientes de Adam y Eva, en Su hermoso jardín para que seamos “los cuidadores del Jardín de Dios y de todos los animales que hay en él” (Génesis 2:19-20).

La humanidad fue creada en el último día de la creación porque el ser humano es el pináculo de la creación; somos los seres que fueron creados a imagen de Dios (Génesis 1:27). Cuando utilizamos nuestro libre albedrío con responsabilidad, actuando con compasión y sensibilidad, nos volvemos como Dios, como está escrito: “Así como Él es compasivo, tú también debes ser compasivo. Así como Él es recto, tú también debes ser recto” (Midrash Sifrí Deuteronomio 49b). Cuando nos trabajamos a nosotros mismos para volvernos más refinados espiritualmente, hacemos efectivo nuestro título de “cuidadores del mundo”.

Somos los cuidadores del hermoso mundo de Dios y de todos los animales que hay en él.

Imagina el mensaje que recibe un niño cuando papi y mami le enseñan que Dios quiere que todos nuestros animales sean alimentados antes que nosotros (Talmud, Brajot 40a). Imagina el mensaje que recibe tu hijo cuando mami y papi le enseñan que Dios nos observa para ver si somos compasivos con los animales que nos rodean (Talmud, Baba Metzia 85a). E imagina el mensaje que les damos a nuestros hijos cuando decimos que para ser verdaderamente rectos y completos espiritualmente debemos cultivar una sensibilidad hacia los animales, como está escrito: “Una persona recta conoce las necesidades de su animal” (Proverbios 12:10).

Quizás es por eso que Dios hizo que Nóaj construyera un arca para salvar a todos los animales durante el Diluvio. Después de todo, Dios podría fácilmente haber hecho un milagro que salvara a los animales sin que Nóaj tuviera que esclavizarse durante 40 días y 40 noches atendiendo a cada animal en el arca e incluso compartiendo su preciosa mesa con ellos (Malbim, Génesis 6:21). Podríamos decir que esto fue precisamente para destacar que nuestra responsabilidad como cuidadores del jardín no terminó con Adam y Eva, sino que es una responsabilidad esencial de la humanidad para toda la eternidad. Además, uno también podría decir que la forma en que tratamos a los animales es un reflejo de la forma en que tratamos a las personas. En la Torá vemos una y otra vez la historia de un dedicado pastor que es elegido por Dios para liderar al rebaño del pueblo judío después de demostrar su dedicación a su rebaño de ovejas (Midrash, Shemot Rabá 2:2). Un barómetro de la sensibilidad que tenemos hacia los demás es la forma en que tratamos a los animales de nuestro entorno. Este énfasis en el cuidado de los animales puede alimentar en nosotros sentimientos que, eventualmente, lleven a que le deseemos el bien a toda la humanidad.

Por último, hay una fascinante idea que nos enseña la Torá: los animales pueden servirnos como maestros. Hay cualidades que Dios puso en los hábitos instintivos de los animales que tienen la capacidad de inspirar a los humanos a elevarse en el cumplimiento espiritual. Por ejemplo, la primera ley del Código de Ley Judía es:

“Rabí Yehudá ben Teima dijo: 'Sé audaz como un leopardo, liviano como un águila, rápido como un venado y fuerte como un león para hacer la voluntad de tu Padre Celestial'” (Avot 5:20).

Interesantemente, esto es parte de la primera ley en el libro de ley judía. Esta idea se puede apreciar al máximo en una declaración de Rabí Iojanán:

“Si la Torá no hubiera sido entregada, podríamos haber aprendido modestia del gato, honestidad de la hormiga, castidad de la paloma y buenos modales del gallo” (Talmud, Eruvin 100b).

Quizás podemos aprender del perro el poder de la devoción, lealtad o incluso de tener una actitud positiva.

Concluiré con una enseñanza sobre el mejor amigo del hombre: el perro. El notable líder judío del siglo XVI, el Maharshá, dice que el perro es una criatura de amor. Por lo tanto, la palabra hebrea para perro es kélev, que deriva etimológicamente de kuló lev o ‘todo corazón’ (Rav Shmuel Eidels, Jidushei Hagadot, Sanedrín 97a). Ahora, recuerda que Dios les instruyó a Adam y Eva darles a todos los animales del mundo sus nombres hebreos (Génesis 2:19-20). Cuando hicieron esta conexión personal con las bestias del mundo, los nombres que eligieron tuvieron precisión profética para encapsular la esencia de cada animal en un nombre que revele su alma (Bereshit Rabá 17:4). Entonces, uno puede extrapolar de esto que el nombre hebreo del perro fue elegido precisamente para indicar el alma amorosa de esta maravillosa criatura.

Así que sí, Dios efectivamente ama a los perros. Y nosotros también deberíamos amarlos.

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