Enfrentando la muerte

4 min de lectura

La muerte le pone fin a una vida, no a una relación.

La historia es muy bizarra, pero es verdad.

Hace un tiempo, la Associated Press reportó que una viuda de 91 años, Jean Stevens de Wyalusing, Pensilvania, fue encontrada sentada en el sofá de su casa junto a los cuerpos de su hermana gemela y de su esposo.

James Stevens, su esposo por casi 60 años, murió en 1999, y June Stevens, su hermana gemela, murió en octubre de 2009.

La señora Stevens había hecho desenterrar sus cadáveres embalsamados y los había guardado en su casa – en el caso de su esposo, por más de una década – atendiendo los restos lo mejor que pudo hasta que, muy a su pesar, el mes pasado finalmente se le informó a la policía.

“Me resulta muy difícil aceptar la muerte”, le dijo la Sra. Stevens a un entrevistador. “Pienso que cuando los ponen (en la tierra), es el adiós…”, dijo ella. “De esta manera en cambio los puedo tocar, mirar y hablarles”.

Dijo que los hizo desenterrar a ambos pocos días después del entierro y se las ingenió para evitar ser detectada por un largo tiempo. La policía estatal no dijo quién recuperó los cuerpos. Se espera pronto una decisión sobre las acusaciones.

Nunca había escuchado una reacción tan bizarra ante la muerte. Aunque no defiendo sus acciones, me siento triste por la señora Stevens y su incapacidad de enfrentar la muerte de sus parientes.

Desafortunadamente, puedo relacionarme con sus sentimientos demasiado bien.

Conmocionado nuevamente

Hace unos pocos meses, yo también tuve que decirle adiós a mi querida madre, la señora Judi Leff, que en paz descanse.

Cada vez que pienso que mi madre no estará de nuevo en este mundo me conmociono nuevamente.

A mi madre le diagnosticaron cáncer pulmonar de no-fumador en estado avanzado hace unos cinco años atrás. Desde ese horrible día en que me enteré de la noticia de su diagnóstico, siempre fui consciente de la posibilidad de que mi madre podía morir en un futuro cercano. Yo ansiaba y rezaba para que venciera las probabilidades, y de hecho lo hizo, viviendo el doble de lo previsto. Pero muy dentro de mí, yo estaba preparándome mental y emocionalmente para perderla.

Y sin embargo su muerte me tomó absolutamente por sorpresa. Nunca fui consciente de que mi madre, a quien amé tanto, quien me dio tanto, podía morir. Nunca me imaginé la vida sin ella. ¿Cómo podía morir? Sin mi madre, el mundo no parecía ser el mismo.

En lo más profundo de mi corazón y de mi alma, yo no entendía realmente que mi madre podía morir.

Por supuesto, nunca negué la posibilidad de la muerte. Yo sé que todos nos vamos a morir eventualmente, pero aparentemente nunca me concienticé que le podía pasar a uno de mis padres.

En lo más profundo de mi corazón y de mi alma, yo no entendía realmente que mi madre podía morir. Y lo peor de todo es que no sabía que no sabía.

La muerte me golpeó como una locomotora, y parecía que nunca me iba a recuperar.

Camino a la recuperación

En algún punto, empecé a pensar en lo que mi madre significaba para mí. Traté de que ella estuviera en mi mente constantemente. Llevaba sus lecciones conmigo a donde sea que fuera.

Mi madre vivió 67 años. Fue una madre y abuela asombrosa y cariñosa, e hizo muchísimo por mucha gente. Centenares de personas sufrieron y se entristecieron grandemente con su partida.

Los que por alguna razón se sentían marginados de su comunidad ‘habitual’ nos contaron que se sentían cómodos hablando con mi madre porque ella los aceptaba mostrándoles respeto y los hacía sentir bien consigo mismos.

Fue alguien que animaba constantemente a todos los que la rodeaban. Primero y principalmente animaba y le daba fuerza a su familia. Nos crió para que nos sintiéramos especiales, confiados y seguros de nosotros mismos. Nos dio la capacidad de sentirnos fuertes frente a nuestros desafíos, ella creía en nosotros, y eso hizo que creyéramos en nosotros mismos. Con seguridad esto es lo más importante de ser padres: darles a los hijos un hogar seguro y feliz, para que se puedan convertir en adultos alegres, confiados e independientes.

Cuando compartí esto con mi rabino, él comentó: “Es cierto. Toda la gente que no obtuvo eso de sus padres está en mi oficina aconsejándose todo el día”.

Mi madre enseñó en el preescolar por más de 33 años, impactando profundamente la vida de más de 600 niños. Animaba todo el tiempo a sus alumnos, a los otros maestros e incluso a sus supervisores. A cada chico le dio amor incondicional y a cada padre le hizo sentir que su hijo era su única preocupación. Siempre que un chico pensaba que algo era muy difícil, ya sea con las escaleras del parque o con escribir su nombre, ella le daba la confianza necesaria para que alcanzara el objetivo.

Una cosa a la vez

Una de las expresiones favoritas de mi madre era: “Una cosa a la vez” o “Un día a la vez”. Siempre que yo compartía con ella las frustraciones o problemas que tenía que enfrentar, me decía que guardara la calma y que hiciera las cosas de a una. Puedo escuchar su voz repitiendo esa frase cada vez que me siento estresado.

Aprendí a enfrentar la muerte de mi madre enfocándome en las lecciones que ella me enseñó. Todavía puedo vivir con ella a diario, aunque de un modo muy diferente.

Como dijo una vez un gran hombre: “La muerte le pone fin a una vida, no a una relación”.

Haz clic aquí para comentar sobre este artículo
guest
0 Comments
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
EXPLORA
ESTUDIA
MÁS
Explora
Estudia
Más
Contacto
Lenguajes
Menu
Donar
Únete a nuestro newsletter
Redes sociales
.