Mi Cuento de Ratas

10 min de lectura

Lo que mi rata me enseñó sobre la alegría.

Una mañana temprano, entré a mi cocina y encontré un caqui y una manzana parcialmente roídos. Había pedacitos de piel de caqui desparramados en la mesada. Horrorizada y disgustada, le pegué un alarido a mi esposo. Y él llamó al exterminador.

El exterminador, verificó que era una rata, no un ratón. Colocó tres trampas para ratas con chocolate, comentando que las ratas adoran el chocolate (yo misma, una adicta al chocolate, pretendí no escuchar que tengo cualquier afinidad con esos repulsivos roedores).

Aunque siempre soy la primera en levantarse y la primera en entrar a la cocina, a la mañana siguiente me acobardé en nuestro dormitorio hasta que mi esposo fue a deshacerse de la rata muerta sin que yo tuviera que verla. Llámenme sexista, pero me resulta obvio que quitar ratas muertas es trabajo de hombres, y todas las mujeres que conozco, incluso las feministas acérrimas, están de acuerdo.

Finalmente, mi esposo medio dormido, vestido en pijamas sumisamente recorrió las tres trampas y me reportó: ninguna rata.

Sin embargo, otro caqui ha sido roído. Y bajo el fregadero para lácteos, encontré excrementos. La rata había entrado al gabinete que está debajo del lavabo desde abajo, a través de un espacio abierto alrededor del caño de desagüe, y se había dado un banquete con nuestra basura. Temblé y llamé al exterminador de nuevo.

Puso dos de las trampas dentro del gabinete, justo al lado del desagüe. La tercera la dejó bajo el refrigerador.

“Ninguna rata es tan inteligente”.

A la mañana siguiente, mientras trataba de recitar mis rezos matutinos en mi cuarto, con mi mente en la rata despachurrada bajo el lavabo de mi cocina, mi esposo verificó otra vez y reportó: ninguna rata.

“Démosle otra noche”, sugirió mi esposo. “Ninguna rata es tan inteligente”.

A la mañana siguiente, la cocina estaba inundada con dos centímetros y medio de agua. La rata, aparentemente sedienta, había roído un agujero en la tubería de plástico de nuestro filtro de agua. El hueco estaba a apenas sesenta centímetros de la trampa esquivada bajo el refrigerador.

Llamé al exterminador de nuevo. Estaba confundido. Él ha estado cazando ratas por 27 años con esas mismas trampas bien engolosinadas de chocolate. Ninguna rata lo había eludido en toda su vida.

Esta vez vino con una bomba fumigadora llena de repelente para ratas. Sabíamos que la rata estaba viviendo debajo del gabinete, en un espacio de siete centímetros entre el gabinete y el piso. El exterminador primero puso una trampa justo en frente del agujero cerca de la pared que la rata había estado utilizando para entrar a ese espacio. Entonces comenzó a rociar bajo el lavabo, justo dentro del círculo alrededor del desagüe. Esperamos que la rata escapara de su hueco directo a la trampa preparada.

Esperamos. Y esperamos. Ninguna rata.

Eventualmente, el exterminador dijo que tenía otro trabajo que hacer, y se excusó. Mi esposo fue a su clase de Talmud. Yo fui a mi computadora, dos cuartos contiguos, y traté de trabajar. Dos horas después, escuché saltar una trampa.

“Finalmente”, pensé. Esperé, aferrada a mi computadora, a que llegara mi esposo a casa y quitara la rata muerta. Cuando entró en la cocina, reportó: La trampa ciertamente se ha activado, pero no hay restos de la rata. De algún modo la rata se las había ingeniado para mover la trampa, activándola, y había huido hacia la libertad – a alguna otra parte de la casa.

Por los dos días siguientes, no hubo señales de la rata. Mientras que nuestro ritual nocturno ahora incluía guardar nuestro bol de frutas en el horno y los tomates verdes en el microondas, decidí dejar un caqui en el piso de la cocina, para determinar si la rata seguía con nosotros.

A la mañana siguiente encontré el caqui roído en el piso, en el lado exterior de la mesada para carne. Sin saber qué hacer, llamé al exterminador por cuarta vez – un récord en su larga carrera de exterminación de bichos. A pesar de que nosotros detestamos causarle sufrimiento a cualquier criatura de Dios –incluso a una rata- y habíamos preferido las trampas porque matan rápidamente, ahora, en la desesperación, le dije al exterminador que trajera veneno.

Vino armado con dos trampas de pegamento y tres tipos de veneno. Encontró un agujero grande a unos pocos centímetros del caqui carcomido. Claramente, la rata había encontrado una nueva casa debajo de la mesada para carne. Tenía sólo una salida. El exterminador puso dos paquetes de veneno que toma tres días en trabajar dentro del agujero. Luego colocó las dos trampas de pegamento fuera del hueco, a fin de que fuera imposible salir del agujero sin ser capturada. Entonces puso veneno de acción rápida en polvo en el caqui mordisqueado, y lo ubicó en la primera trampa de pegamento para que la rata, en lugar de sufrir una muerte lenta y atroz por la trampa de pegamento, comiera el caqui envenenado y muriera rápidamente. Sólo por las dudas, en caso de que la rata estuviera oculta en otro sitio, puso otro caqui envenenado del otro lado de las trampas de pegamento. Era un sistema integral a prueba de tontos.

No funcionó. A la mañana siguiente mi esposo reportó: ninguna rata, y los caquis no han sido tocados.

Incrédulos, mantuvimos la mirada en nuestro fracasado sistema infalible. Claramente, algo extraño estaba ocurriendo aquí. Dado que Dios dirige el mundo, y todo método normal para eliminar a esta rata había fallado, tal vez Dios estaba tratando de decirnos algo. ¿Pero qué?

Fuimos a preguntarle al rabino Mordejai Sheinberger, un cabalista que vive en nuestro vecindario. Mirándome fijamente, declaró: “Necesitas un tikún (rectificación espiritual)”.

“¿Yo?”, pregunté escarmentada. “¿Qué tikún necesito?”.

“¿Qué dice la rata en el Perek Shirá?” Preguntó el rabino Sheinberger. Perek Shirá es un poema antiguo, atribuido al Rey David, en el que cada criatura y fenómeno natural, desde el cielo hasta el desierto, desde los ríos hasta los rayos, desde los caracoles hasta las ballenas, alaba a Dios con un versículo bíblico en particular que alude a la esencia de esa creación.

Un amiga que estaba siguiendo de cerca la saga de mi rata me había llamado esa mañana con la alarmante noticia: En el Perek Shirá, la rata anuncia, “Kol haneshamá tehalel Ya, ¡Haleluya! – Toda el alma alaba a Dios. ¡Haleluya!”. Éste es el último, y quizás más glorioso versículo, en el Libro de los Salmos. ¡Y es atribuido a la rata!

“Tu tikún es dejar de quejarte”.

Respetuosamente le contesté al rabino Sheinberger: “Kol haneshamá tehalel Ya, ¡Haleluya!”

“El tikún”, dijo con autoridad, “es dejar de quejarse”.

Lo miré fijamente como si hubiera descubierto un vicio secreto, oculto incluso de mí. ¿Quejarme? ¿Yo? No soy una quejosa crónica.

El rabino Sheinberger continuó. “Los sabios leen el versículo con vocales ligeramente diferentes para significar que con cada respiro deberías alabar a Dios. Cada uno de nosotros ha recibido cierto caudal de bendiciones por el cual deberíamos estar haciendo un festejo de gratitud a Dios cada día. Si no lo hacemos, al menos deberíamos estar alabando a Dios con cada respiro”.

Me fui a casa, con la mente dando vueltas. Si me quiero deshacer de la rata, ¿necesito alabar a Dios con cada respiro y dejar de quejarme? ¿Soy tan quejosa?

Esa noche desmonté ambas trampas de pegamento. Y dejé un caqui rociado con veneno de rápida acción. En la mañana, no hubo signo de la rata y el caqui estaba intacto.

Como es usual, caminé con mi hijo de nueve años una parte del camino a la escuela. Mi hijo aborrece esa caminata de 40 minutos, lo cual su pediatra recomendó por muchas razones. Como es usual, se plantó y se resistió, y camino a paso de tortuga. Cuando mi esposo regresó de la sinagoga después de los rezos de la mañana, fui a saludarlo con un informe de mi frustrante mañana.

En algún lugar entre mi dormitorio y la puerta del frente, las palabras del rabino Sheinberger destellaron dentro de mi mente. Me di cuenta: ¡Esto es una queja! Cambié mi ceño fruncido por una sonrisa amplia, y saludé a mi esposo con un entusiasta, “¡Buen día! ¿No es ésta una mañana maravillosa para estar vivo? Kol neshamá tehalel Ya, ¡Haleluya!”.

Cinco minutos después encontré la rata, muerta detrás de nuestro refrigerador.

Las Ventajas de la Depresión

No me había dado cuenta de cuánto me quejaba. Pensé que simplemente estaba comentando: mis frustraciones con los niños, cuán difícil era encontrar un lugar para estacionar, cómo el teléfono inalámbrico nuevo -una semana después de que la garantía expiró- dejó de funcionar. Mi radar de quejas post-rata recientemente instalado detectó, sin embargo, un hábito incesante de remarcar las experiencias negativamente.

Me pregunté a mí misma: ¿Por qué? Dado que la forma en que percibimos las situaciones es una elección que nosotros hacemos, ¿por qué alguien elegiría el sufrimiento?

En nuestro campus de Brandeis, si no estabas deprimido, había algo mal contigo.

La respuesta es parte ego y parte cultura. En los shows de aventura televisivos, una persona de carácter ingenioso/inventivo/heroico sobresale sólo en relación a la dificultad del problema que enfrenta. Los héroes de “misión imposible” fueron héroes sólo porque su misión era casi imposible.

Mi ego debe haber internalizado este punto mucho antes: Si quería ser considerada ingeniosa/inventiva/heroica, estaba obligada a enfatizar la dificultad de la situación que estaba enfrentando. Después de todo, ¿cómo podría saber mi esposo la madre experta que soy si no le informo de las calamidades de la crianza de los hijos con las que tuve que lidiar hoy? ¿Cómo sabría mi amiga lo tolerante y piadosa que soy si no le cuento los desafíos que enfrento con mi vecina?

En adición, mi adoctrinamiento cultural insiste en que las personas que siempre sonríen son de algún modo superficiales. ¿No se mantienen actualizados con los eventos actuales – con las guerras, las hambrunas y las epidemias actuales? ¿Cómo pueden sonreír?

Como estudiante universitaria en los sesenta, estudiando poemas melancólicos de desde Baudelaire a T.S. Eliot, yo de algún modo asimilé la noción de que la gente que está deprimida es profunda. De hecho, en nuestro campus de Brandeis, si no estabas deprimido, había algo mal contigo.

Alegría y Judaísmo

El judaísmo tiene un enfoque diametralmente opuesto. Muchos piensan que el énfasis judío de la alegría data desde el advenimiento del Jasidismo, en el siglo 18. En realidad, la Torá misma hace una declaración sorprendente. Después de profetizar castigos terribles que el pueblo judío tendrá que soportar, la Torá proclama que todo esto nos sobrevendrá “porque no serviste a Dios, tu Señor, con alegría…” (Deuteronomio 28:47).

¿Por qué la Torá considera que el detrimento más grande para el servicio divino es la tristeza y no el pecado?

Si un judío está conectándose con Dios por medio de las mitzvot, el resultado será, por definición, alegría.

La definición judía de alegría es: conexión y unión, específicamente la conexión y unión de opuestos, como masculino y femenino, cielo y tierra, Divino y humano (ver Alei Shur página 325). Si un judío está conectado a Dios por medio de las mitzvot, el resultado será, por definición, alegría. Por el contrario, si no hay alegría, no hay conexión real.

Imagina que tu amado te sorprende con una huida a un lugar paradisíaco. Hay papagayos brillantemente coloreados graznando en las palmeras. Un sol carmesí se está poniendo sobre el océano azul. Tu amado se presenta ante ti con un ramo de rosas –no, ¡orquídeas!- Entonces él pone delante de ti una canasta llena con frutas maduras: ananás, mangos, papayas, higos. Y por encima una caja grande de chocolates belgas (no olvidar, ¡ésta es mi fantasía!) Digamos que te sientas allí quejándote ariscamente de que no te sirvió un bistec. ¿Qué indica esto sobre la relación?

¡Pero este es precisamente el mundo que Dios ha hecho para nosotros! ¡Puestas de sol, y orquídeas, y margaritas, y montañas, y mariposas, y papagayos, y gatitos, y mangos, y frutillas, y sí, granos de cacao! Cada reclamo por lo que no tenemos es una abofeteada a Dios en su cara, un fracaso en la percepción más amargo que cualquier fracaso en la acción. Si no percibimos, en cada momento, cuánto nos ama Dios y cuánto nos está dando como una expresión de ese amor, entonces estamos renunciando a la relación con Él para la que, de acuerdo al judaísmo, creó el mundo.

Aprendiendo a Alabar a Dios

Mi vida pos-rata tiene un matiz diferente, los tonos sombríos han dado paso a brillantes salpicaduras de color. Ahora cuando la gente me pregunta cómo estoy, yo contesto, “Magnífico” y lo digo en serio, sin preocuparme por que piensen que soy superflua o vacía. No me avergüenza ser feliz.

Alabar a Dios con cada respiro es la receta no sólo en contra de una infestación de ratas, sino también en contra de cada tipo de tristeza. El proceso tiene cuatro pasos:

  1. Busca lo bueno en la cosa o situación que estás enfrentando. Fija tu mente en advertir los detalles.
  2. Reconoce que todo viene de Dios, Quien le da vida a toda la creación –a cada músculo, a cada impulso nervioso, y a cada átomo- a cada milisegundo.
  3. Reconoce que Dios te ha dado esta cosa o situación específicamente a ti, porque te amaindividualmente. Experimenta la conexión.
  4. La conexión te da alegría. ¡Siéntela y agradécele a Dios!

Un sabio contemporáneo recomienda el siguiente ejercicio: Antes de que comas una fruta, sostén la fruta en tu mano y contempla el proceso mediante el cual Dios le dio vida para que tú tengas esa fruta en particular. Por ejemplo, sostén una mandarina en tu mano, y reflexiona sobre cómo esa pequeña semilla de mandarina creció y se transformó en un arbusto. Por muchos años, Dios proveyó mucha luz solar y agua para que el arbusto pudiera convertirse en un árbol.

Luego, en la última primavera, cientos de flores –con una fragancia embriagante- florecieron en el árbol. Gradualmente, las flores cayeron y emergió una fruta verde y pequeña. Por un período de ocho meses, la fruta creció más y más. Luego se volvió de color naranja brillante.

Luego alguien la seleccionó, la empaquetó, y la envió a la tienda donde tú la compraste. Y Dios estuvo detrás de todo este proceso, sólo para obsequiarte esta mandarina. Entonces dices la bendición, “Bendito eres Tú, Señor nuestro Dios, Rey del universo, Quien crea la fruta del árbol”. Luego, con tus ojos cerrados, muerdes una porción de la mandarina. Te deleitas con su dulzura, su textura, su jugosidad, su vitamina C (viniendo en invierno justo cuando la necesitas), y la forma en que cada modulo pequeño de jugo está envasado individualmente. Luego disfruta del amor de Dios hacia ti que está expresado en este regalo.

Después de dos semanas de practicar este ejercicio, estoy experimentando lo que el salmista quiso decir con, “Prueba y ve cuán bueno es Dios”. Cada racimo de uvas se ha convertido en la caja fina de dulces que mi esposo me da en nuestro aniversario –una expresión personal de grandioso amor y atención. La alegría más grande del mundo –la alegría de estar en relación con un Dios amoroso- ¡y no está más lejos que mi bol de frutas!

La Pregunta Absurda

Hace unos años, llevé a un grupo chico de mujeres para recibir bendiciones del tzadik, el rabino Emanuel Cohen*. Mientras la primera mujer se reunió en privado con el tzadik, el resto de nosotras se sentó en la sala con su esposa, la rabanit Débora Cohen (Ver Holywoman). La rabanit Débora es una sobreviviente del Holocausto quien, a la edad de 20 años, había perdido a su familia entera en Auschwitz. Nunca tuvo hijos, había vivido en la absoluta pobreza toda su vida, y nunca estuvo sin una sonrisa.

Las mujeres deben haberse visto malhumoradas, porque la rabanit Débora las alentó diciendo, “No se preocupen. Cada una de ustedes recibirá la bendición por la que vinieron”.

Una mujer, que estaba teniendo problemas en su matrimonio, preguntó “Sí, ¿pero cómo podemos estar felices mientras esperamos que la bendición se concrete?”.

La rabanit Débora la miró impactada. “¿Cómo puedes estar feliz?” preguntó incrédulamente. “¿Cómo puedes no estar feliz?” Tienes ojos que ven. Tienes oídos que escuchan. Tienes piernas que te llevan adonde quieres ir. ¿Cómo puedes no estar feliz?”.

Me tomó 12 años internalizar la fórmula de la felicidad de la rabanit Débora. Captar el secreto para la felicidad fue incluso más difícil que cazar una rata.

*Este nombre es un seudónimo, para proteger el anonimato de los tzadikim.

Haz clic aquí para comentar sobre este artículo
guest
0 Comments
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
EXPLORA
ESTUDIA
MÁS
Explora
Estudia
Más
Contacto
Lenguajes
Menu
Donar
Únete a nuestro newsletter
Redes sociales
.