Comiendo kosher, aunque me cueste

5 min de lectura

Una conspiración cósmica para lograr que una sola persona coma kosher.

Para algunos judíos, comer kosher es una parte intrínseca de su conexión espiritual. Para mí, era una cuestión extraña. Siempre pensé se necesitaba por lo menos un milagro, para convencerme de que era una opción viable. Pero la vida siempre tiene sus sorpresas...

Hace algunos años atrás, mi esposa y yo nos mudamos de Johannesburgo a Los Ángeles para avanzar en nuestras carreras de cine y televisión. Al mismo tiempo, decidimos estudiar más sobre nuestras raíces judías. Encontramos que las ideas y la filosofía eran increíblemente poderosas.

Pero el hecho de que nos gusten los conceptos es completamente diferente a cumplirlos; eso generalmente implica cambios en la vida de uno, y, ¿a quién le gusta cambiar?

El consejo que recibimos de todos era empezar a cuidar poco a poco. Elige una mitzvá con la que te sientas cómodo y empieza a crecer gradualmente.

Decidí trabajar en "no matarás" por un año o dos, y después vería cual sería el próximo paso.

Buena idea. Decidí trabajar en "no matarás" por un año o dos, y después vería cual sería el próximo paso.

Pero mi esposa, Genevieve, tenía otras ideas. Ella ya estaba hablando sobre kasherizar la cocina.

"¿Estas loca?", grité. "¿Qué vamos a comer? ¡Nos vamos a morir de hambre!" exclamé tratando de que mi suplica la haga razonar.

Pero Genevieve es una mujer de acción. Ella me llevó a la cocina y empezó a sacar latas y botellas de los armarios. Para mi disgusto, cada producto de comida en nuestra posesión ya tenía hecksher, el símbolo de la kashrut. Incluso mi helado favorito. Habíamos estado comiendo kosher prácticamente por meses, ¡y ni si quiera nos habíamos dado cuenta!

Tuve que concederle la derrota. Lo próximo que supe fue, que teníamos un rabino en nuestra cocina limpiando el horno con un soplete; haciéndola kosher.

La verdad es que mantener una cocina kosher no era tan difícil. De hecho, me empezó a gustar. El verdadero desafío vino después, ¿Qué comería en el trabajo?

Ya que siempre estoy yendo de un lugar a otro, grabando en exteriores o en algún estudio, comer era la última de mis preocupaciones. La idea de que la comida se convirtiera en una prioridad en mi vida, era, digamos, menos que apetitosa.

Afortunadamente, tuve tiempo. Después de todo, estábamos en "transición". Así que, cuando tenía la opción, optaba por comer en alguno de los restaurantes kosher alrededor de la ciudad. Pero si no encontraba ninguno cerca, o si era verdaderamente imposible, iba a comer a restaurantes no kosher, pero siendo muy cuidadoso en lo que pedía.

Si Dios quiere que yo sea completamente kosher, Él mismo tendrá que decírmelo.

Yo estaba feliz de quedarme en "transición" para siempre; ¡lo mejor de los dos mundos! Genevieve, sin embargo, estaba apuntando a comprometerse aún más. "Si Dios quiere que sea "completamente kosher", le dije medio en broma medio en serio, "Él Mismo tendrá que decírmelo".

Poco tiempo después, dos nuevos restaurantes kosher abrieron justo en la cuadra. Sentí como si hubiera recibido un guiño cósmico desconcertante.

Pero eso no era nada comparado con lo que vino después.

Durante el tiempo en que estaba teniendo mi más fuerte crisis existencial de kashrut, un ex cliente me llamó y me invitó a regresar a Sudáfrica para producir su lanzamiento. "¿Ves?", le dije a Genevieve, "¿Cómo vamos a comer kosher en Johannesburgo? Menos mal que no somos "completamente kosher", o de lo contrario hubiéramos estado en problemas".

Instalé la oficina de producción en el edificio de mi cliente, y no pensé más en el asunto de la kashrut, lo cual fue afortunado, ya que su oficina servía comida que era naturalmente no kosher.

Unos días después, escuche la triste noticia de que estaban cambiando la compañía que proveía la comida. ¿Y adivina con qué compañía la reemplazaron? ¡Por una compañía kosher!

Resulto ser, que el cuñado de mi cliente era dueño de un negocio kosher que estaba ramificándose en enviar comida a empresas. Este era su primer cliente. Así que comí comida completamente kosher todos los días. "¿Quizás Alguien está tratando de decirte algo?", se burló Genevieve.

No podía estar seguro. Pero lo más curioso no termina aquí. De repente, todos en Johannesburgo parecían estar comiendo kosher. Tres nuevos restaurantes kosher habían sido inaugurados en la ciudad, y para mi sorpresa, incluso el estudio en donde yo editaba tenía un comedor kosher. ¡No lo podía creer! Un grupo de filmación proveniente de Estados Unidos, con productores judíos, "de repente" estaba en su post producción, e insistían en comer comida kosher.

¿Qué estaba pasando con el mundo?

Incluso nuestros padres nos apoyaron, ellos kasherizaron sus cocinas para nosotros. Pero yo insistía en convencerme de que cuidar kosher no era una opción viable. Iba a ser necesario mucho más que unas cuantas coincidencias para poder convertir a un necio cínico como yo.

Yo quería regresar a Los Ángeles; volver a la vida de antes, en donde podía enterrar mi cabeza en la arena cómodamente.

Pero ya habían decidido otros planes para mí...

Mi hermano menor, Alan, vino a pasar un tiempo con nosotros. Él tenía que asistir a algunas reuniones de negocio en San Francisco, así que planeamos viajar juntos hasta la costa.

Durante mi "paseo por el judaísmo", Alan siempre era el que me hacia ver la realidad, haciéndome constantes preguntas, empujándome, asegurándose de que mis pies estuvieran bien puestos en la tierra. A pesar de su amor profundo por el judaísmo, él tenía como misión personal asegurarse de que no llegáramos "muy lejos".

Mi hermano pensó que yo estaba loco.

Él estuvo a la ofensiva desde el momento en que llego a Los Ángeles, investigando y cuestionando mis motivaciones. Me esforcé al máximo para explicarle la providencia que estaba experimentando, y los beneficios espirituales y prácticos de cuidar kashrut. Mi hermano pensó que yo estaba loco.

Me desafió por horas, y sin parar, durante todo el camino a San Francisco. Yo no podía encontrar una respuesta que lo satisficiera.

Para cuando llegamos, mi cabeza estaba dando vueltas. Yo no estaba seguro de haberlo convencido de que yo estaba en el camino correcto, o si el me había convencido a mí, de que quizás, estaba pasándome de la raya.

Yo sabía que comer kosher en San Francisco iba a ser difícil, así que lo planeé por anticipado. Me equipé con una lista de todos los restaurantes kosher que salían en Internet.

Nos registramos en el hotel, y rápidamente nos preparamos para explorar la ciudad. Ya que a mi hermano siempre le gusta estar a cargo, yo lo deje que marcara el camino. También lo seguí cuando se subió a un tranvía que iba pasando, y cuando se bajó en un lugar que no conocíamos.

Finalmente terminamos en el barrio chino. Examinando las tiendas y los restaurantes, me di cuenta que tenía mucha hambre, y estaba seguro de que Alan también. Busqué mi lista de los restaurantes kosher en mi bolsillo, pero no estaba. Inadvertidamente la había dejado en el hotel, a varios kilómetros de donde nos encontrábamos.

Nos iba a tomar por lo menos 20 minutos el llamar a algún lugar y conseguir el restaurante kosher más cercano a donde estábamos, y toda una travesía a través de la ciudad el llegar ahí. Rodeado de miles de restaurantes, todo parecía muy absurdo, y yo sabía que Alan no iba a estar contento.

Las cosas estaban por ponerse muy feas.

"¿Esto en verdad vale la pena?" me pregunté. "¿A Dios verdaderamente le importa lo que me meto en la boca? Quizás es tiempo de que sea un poco más realista y me olvide de todo esto".

En ese momento, Alan me miró y me preguntó, "Entonces, ¿adónde vamos a comer?" Estoy segura que él se refería a "cuándo".

Entré en pánico. Mis ojos revoltearon por todos lados, tratando de encontrar un café con Internet. No tenía esperanzas. Yo no quería entrar en otra confrontación con mi hermano.

Estaba a punto de darme por vencido, cuando otra voz dentro de mi grito, "¡Tú DEBIL! ¿Te vas a dar por vencido tan fácil? ¡Lucha por lo que de verdad crees!". Ese fue el final. Yo tenía que hacer lo correcto.

Estaba a punto de decirle a mi hermano que se preparara para una retrazo de 45 minutos, cuando con el rabillo de mis ojos avisté algo muy fuera de lugar - letras escritas en hebreo. Eché un vistazo más de cerca y traté de leer las palabras, "G-l-i-t K-u-sh-a", No ¿Gl-ett...? ¡Glatt Kosher!

Ahí estaba, justo en medio del barrio chino, ¡un restaurante kosher!

No lo podía creer.

Y tampoco Alan.

No quedaban más preguntas por hacer. Mi retador más encarnizado me había llevado sin darme cuenta por las calles de San Francisco, sólo para encontrar la respuesta que los dos estábamos buscando.

Desde ahí en adelante, comer kosher no fue nunca más problema para mí.

Quizás, lo que me ocurrió a mí no es exactamente lo típico. Pero yo estoy seguro que en las experiencias de todos, la esencia es la misma: Cuando te propones hacer lo correcto, el Universo entero se conspira para hacerte el camino un poco más fácil.

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