El Caballo en la Puerta

6 min de lectura

En un mundo dirigido por Dios, nunca estás atrapado.

Uno de los únicos caminos para que un automóvil salga de la Ciudad Vieja de Jerusalem, donde yo vivo, es a través de la Puerta de Zión. Como todas las puertas antiguas, la Puerta de Zión es una estructura de piedra en forma de L. Mi automóvil del siglo 21 tiene muchos problemas maniobrando por la puerta del siglo 16, sobre todo cuando está llena de turistas. Mi automóvil, sin embargo, la tiene fácil comparado con los caballos de los tiempos antiguos que trataban de invadir la ciudad.

Un agujero en el techo de la puerta era utilizado para verter aceite hirviendo sobre los jinetes que invadían la ciudad. Si el caballo disminuía la velocidad para hacer la vuelta en L, el jinete y el caballo se freían con el aceite hirviendo. Si el caballo galopaba rápido para evitar el aceite, entonces chocaban contra la pared de piedra. De una u otra forma, estaban condenados.

El caballo estaba condenado si lo hacía y estaba condenado si no lo hacía.

A menudo me siento como "el caballo en la puerta". En mi vida, abundan las situaciones sin salida y, sospecho, que también en las de ustedes. Por ejemplo:

  • Tienes una reunión importante en el trabajo y justo tu hijo amanece enfermo.
  • Se acaba tu presupuesto mensual, y justo en ese momento tu lavavajillas se estropea y necesita una costosa reparación.
  • Vas atrasado a una entrevista de trabajo porque no encontrabas un estacionamiento y justo una mujer en silla de ruedas te pide que la ayudes.
  • Tu esposo gasta mucho dinero en dos boletos para un concierto para celebrar tu cumpleaños y, justo cuando van saliendo, tu suegra llama quejándose de dolores de pecho que son o causados por una indigestión o por un ataque cardíaco.

Cuando uno está en una situación de estas, nos sentimos como un animal atrapado. A menudo perdemos el control, estallamos en cólera, decimos mentiras auto-protectoras o culpamos a la gente más cercana a nosotros. En nuestro desgastado estado, nuestros estándares morales bajan hasta el piso. Usted nunca dejaría solo a un niño enfermo en casa, pero esta vez... Usted nunca tocaría el dinero que usted junta para el fondo de caridad, pero esta vez... Usted nunca rechazaría ayudar a una mujer en una silla de ruedas, pero esta vez... Usted nunca le gritaría a su cónyuge por ayudar a su madre, pero esta vez...

Cuando nos sentimos atrapados sin salida, lo peor de nosotros se manifiesta. En realidad nos convertimos en caballos, en bestias resoplando en la puerta.

La Tercera Alternativa

La escena más dramática en la Torá es justo una situación sin salida. Tres días después de que el pueblo judío ha salido en libertad de Egipto, el Faraón cambia de opinión y manda a su ejército detrás de ellos. Las fuerzas armadas del Faraón alcanzan a los hombres, mujeres y niños judíos que acampaban al lado del mar. Con el ejército del Faraón detrás de ellos y el mar delante de ellos, la gente no tenía escapatoria. Ellos pensaron que su destino estaba sellado, y entraron en pánico.

Entonces, justo en el momento crítico, Dios intervino. Él partió el mar, hizo que el pueblo judío atravesara por tierra firme, y restauró las aguas a tiempo para ahogar al ejército egipcio que los perseguía.

Este prototipo bíblico nos enseña una profunda lección. A primera vista, pareciera ser que el escenario del "caballo en la puerta" tiene sólo dos jugadores

  • El soldado invasor en su caballo.
  • Y el soldado defensor con el pote de aceite hirviendo.

Desde una perspectiva judía, sin embargo, siempre hay un tercer jugador: Dios.

En un mundo dirigido por Dios, siempre hay infinitas posibilidades.

El judaísmo cree en un Dios que está íntimamente involucrado en Su mundo. Todo está determinado por la Voluntad Divina excepto las decisiones morales que los seres humanos toman. En un mundo sin Dios, el caballo y el jinete estarían condenados a freírse o a estrellarse, pero en un mundo dirigido por Dios, siempre hay infinitas posibilidades. Por ejemplo, Dios podría mandarle al soldado que sostiene el pote con aceite, un ataque de tos mientras el caballo entra por la puerta, o él podría sentir un impulso repentino de ir al baño, o él podría morir atravesado por la flecha de un invasor.

En un mundo dirigido por Dios, podrías decidir quedarte en casa con tu hijo enfermo, y el hombre de negocios del extranjero con quien supuestamente te encontrarías ese día, podría haber perdido su vuelo en Tokio quedándose atrapado por 24 horas. Si vences tu tentación de sacar dinero del fondo de caridad, en un mundo dirigido por Dios podrías recibir un cheque sorpresivo de un amigo devolviéndote un viejo préstamo. Si ayudar a una mujer en silla de ruedas te hace llegar tarde a tu entrevista de trabajo, podrías estar sentado frente al director de personal que te está regañando por haber llegado tarde, justo cuando la entrevista es interrumpida por la visita de su esposa - ¡la mujer en la silla de ruedas! En un mundo dirigido por Dios, hay infinitas posibilidades.

El Cable Invencible

El antídoto para las situaciones sin salida es repetir cuatro simples palabras: "Dios dirige el mundo". Esto no significa confiar en milagros. Esto no significa abdicar la responsabilidad. Esto realmente significa elegir hacer lo correcto y confiar en Dios para que Él se preocupe del resto. El reconocimiento de que "Dios dirige el mundo" es el cable de acero invencible que previene que el elevador de nuestro estándar moral caiga en picada.

Una vez que has decidido hacer lo correcto y has rezado por ayuda Divina, Dios puede hacer que las cosas resulten de la forma que tú esperabas, o no. Ayudar a la mujer en la silla de ruedas puede atrasarte para la entrevista de trabajo y hacer que pierdas definitivamente la oportunidad. Pero quizás un mejor trabajo te espera… o quizás ese trabajo te habría planteado desafíos éticos para los cuales no estabas preparado… o quizás ese trabajo te habría quitado demasiado tiempo de tu familia…

Reconocer que Dios dirige el mundo no significa que siempre conseguimos lo que queremos, sino que, en vez de eso, conseguimos lo que es mejor para nosotros.

Cuando impedimos que Dios dirija nuestras vidas, nos atascamos como "el caballo en la puerta". Nuestras posibilidades son limitadas y nuestras vidas son estrechas.

La Casa de mis Sueños

Poco después de habernos casado en 1987, mi marido y yo nos cambiamos a la Ciudad Vieja de Jerusalem. Arrendamos un departamento, con la intención de comprar uno al final del año.

En aquel tiempo, una hipoteca en Israel significaba el suicidio financiero, porque tanto el interés como el monto de la hipoteca estaban atados "al índice", la tasa de inflación de dos cifras de Israel. De este modo, podías pedir una hipoteca de $100.000 y dos años después encontrar que debías $130.000. Escuchamos historias de horror de personas que fueron tragadas por tales hipotecas. Resolvimos comprar un departamento sólo con la suma que teníamos en el banco.

El problema consistía en que todos los departamentos para la venta en nuestra escala de precios eran pequeños y estrechos. Después de meses de buscar, me rendí. Decidimos arrendar por otro año. Seis semanas antes de que nuestro arriendo expirara, simplemente por protocolo, llamé al dueño, que nunca había vivido en el departamento, para asegurarnos que podríamos renovar nuestro contrato por un año más. Él me informó que se mudaría al departamento.

De pronto, éramos el caballo en la puerta.

En pánico, llamé a nuestra agente de bienes raíces para arrendar otro departamento en la Ciudad Vieja. No había nada disponible.

De pronto, éramos el caballo en la puerta. No podíamos permanecer en nuestro departamento arrendado, y no podíamos pagar un departamento que fuese lo suficientemente grande como para nosotros.

Luego entendí. ¿Por qué estábamos limitando a Dios? Dios dirige el mundo, y tal vez, Él tenía un lindo departamento grande que nos quería dar. Recé muy fuerte, luego llamé a la agente de bienes raíces y le dije: “Queremos comprar el departamento que Dios quiere darnos. Sólo muéstranos nuestro departamento, no importa el precio”.

Le dije, nuestro departamento tiene que tener una sala grande donde podamos realizar clases y Shabats, tiene que tener tres dormitorios, y tiene que ser en un primer piso para que mi papá y mamá, que sufren de artritis, puedan algún día, vivir con nosotros. Yo secretamente deseaba una de las estructuras antiguas de la Ciudad Vieja con una cúpula o bóveda en el cielo, pero eso no era un requisito.

A la mañana siguiente, la agente de bienes raíces nos mostró nuestro departamento. Tenía todos nuestros requerimientos más una cúpula en el cielo. Su valor era exactamente el doble de lo que teníamos.

Mi esposo y yo, cada uno, llamó a sus padres pidiéndoles un préstamo. Ellos magnánimamente nos dieron el dinero directamente, como “un avance de su herencia”, nos dijeron.

Eso nos dejaba con $20.000 menos de lo que debíamos pagar. Le dijimos a nuestra agente de bienes raíces que hiciera una oferta por la suma que teníamos. “No la aceptarán”, nos dijo ella con autoridad. Los dueños, el Sr. y la Sra. Kagan, habían tenido el departamento a la venta por más de un año, y no estaban dispuestos a ceder en el precio.

“Dios dirige el mundo”, le recordé a ella (y a mí misma). “Por favor llámelos con nuestra oferta. Dígales que es nuestra máxima oferta. Tómenlo o déjenlo”.

Dos días más tarde, ella nos contactó, su voz sonaba maravillada. Los Kagans le habían dicho que su hija casada, que vivía en un moshav, acababa de encontrar una casa que quería comprar. Ellos necesitaban dinero en efectivo rápidamente para ayudarla antes de que ella perdiera la oportunidad. Ellos estaban dispuestos a aceptar nuestra oferta.

Dos semanas después de que cerramos el trato, fui con la Sra. Kagan para transferir las cuentas a nuestro nombre. Le pregunté cuando se mudaría su hija a su nueva casa. La Sra. Kagan frunció el ceño y contestó, "Aquella casa fracasó. Ella no se mudará después de todo".

Un mundo dirigido por Dios es un mundo de posibilidades infinitas. Nunca estamos atrapados como el caballo en la puerta.

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