Cáncer: Nuestro milagro personal

5 min de lectura

Januca es el momento de agradecer por los milagros, y nuestra familia vivió uno increíble.

Yo soy una persona reservada, pero en Januca, que es la época del año en la cual reconocemos y agradecemos a Dios por los milagros que hizo “en aquellos días en esta época”, siento que es importante compartir con ustedes algunos de los momentos más difíciles que ha atravesado nuestra familia.

Hace un año, mi hermana se casó en Jerusalem. Fue una ocasión especialmente feliz ya que ella era la última de nuestros cuatro hermanos en casarse. Mis padres estaban emocionados de casar a su última hija. El día después de la boda, mi hermana le dijo a mi padre que no se veía bien. “Estoy enfermo por los costos de la boda”, respondió él bromeando. Pero luego todos nos dimos cuenta que mi hermana tenía razón. La piel y los ojos de papá tenían un tinte amarillento anormal.

(De derecha a izquierda) papá, yo, el novio y dos yernos el día después de la boda, cuando nos dimos cuenta que papá no se veía tan bien.(De derecha a izquierda) papá, yo, el novio y dos yernos el día después de la boda, cuando nos dimos cuenta que papá no se veía tan bien.

Tan pronto como regresaron a casa, mi padre fijó una cita con el doctor, lo cual a su vez llevó a un examen, luego a un análisis, y finalmente al terrible diagnostico: cáncer pancreático. El cáncer pancreático es una forma particularmente letal de una horrible enfermedad con tasas de supervivencia muy desalentadoras y pesimistas ya que se ubica en un lugar tan profundo del estómago que casi no hay síntomas sino hasta que suele ser demasiado tarde. Pero para nosotros era aún peor que eso: estábamos demasiado familiarizados con su mortal reputación ya que mi abuelo había fallecido de eso diez años antes.

Una vez que pasó el impacto inicial, todos nos apresuramos a actuar, explorando Internet y buscando recursos de ayuda, leyendo todo lo que podíamos, registrándonos para recibir alertas de la Red de Acción del Cáncer Pancreático y haciendo todo lo que estaba a nuestro alcance para mantenernos positivos y no permitir desalentarnos. Mamá se convirtió en la porrista familiar, papá fue valiente y determinado, y mis hermanos hicieron lo que nuestros padres nos enseñaron desde que éramos pequeños: rezar. Mis hermanas dividieron salmos entre varios miembros y amigos de la familia y completamos cada día la recitación del Libro de Salmos.

Recibimos un curso rápido en oncología y aprendimos la diferencia que hay entre los diferentes tipos de radiación y cócteles de quimioterapia a los que papá se sometería para intentar reducir el tumor, luego de lo cual podrían intentar removerlo en un difícil procedimiento llamado Whipple. Mis padres volaron a Nueva York y se reunieron con el Dr. John Chabot del Hospital Presbiteriano Columbia. Él era extremadamente dotado y muy respetado, pero lo que más impresionó a mis padres fue que el Dr. Chabot era un mentch, un caballero digno, de voz suave, cuya bondad y humildad los hizo sentirse confiados de que él era el indicado; el agente que Dios usaría para cumplir Su voluntad.

“Mañana no es tu sentencia de muerte: ¡mañana es tu nueva oportunidad de vivir!”.

El día antes de la cirugía, fuimos a recibir una bendición del Rav Binyamin Eisenberger en Brooklyn. Con penetrante intensidad, el joven y santo rabino le dijo a mi padre: “No estés asustado. Mañana no es tu sentencia de muerte, ¡mañana es tu nueva oportunidad de vivir! Tendrás una cirugía exitosa siempre y cuando creas por completo que sin importar cuán hábil sea tu doctor, Dios es tu verdadero sanador. No debes estar ni siquiera un 1% nervioso o con miedo. Tú serás un ejemplo viviente y una inspiración para otros de que Dios puede hacer cualquier cosa. Nada es demasiado desafiante o pequeño para Dios, Él puede incluso eliminar el cáncer pancreático”.

Papá quería profundamente ser ese ejemplo viviente e inspiración para darle a otros la esperanza de que Dios es la fuente de toda bendición.

Mi padre y hermana.Mi padre y hermana.

A las seis de la mañana, toda la familia —de Israel, Canadá y Estados Unidos— se había reunido en el hospital. Estábamos aterrados, pero mi padre estaba sorprendentemente calmo y en paz. Momentos antes de que lo llevaran a la cirugía, papá le dijo al Dr. Chabot: “Doctor, mi familia viene de una línea de sacerdotes judíos que desciende de Aharón, el hermano de Moshé. En el Templo de Jerusalem, los Cohanim bendecían al pueblo de Israel con una bendición especial que me gustaría otorgarle a usted hoy: ‘Que Dios te bendiga y te proteja’”. Todos teníamos lágrimas en los ojos, pero así es papá, siempre con su amor por el judaísmo y su herencia a la vanguardia de sus pensamientos. Él entró a la cirugía en paz, poniéndose por completo en las amorosas manos de Dios.

Nosotros nos dirigimos a la sala de espera. A diferencia de la televisión, no hay actualizaciones constantes del equipo de cirugía. Pasaron dos horas sin noticias de los doctores. Pasaron cuatro horas sin ninguna notificación. Seis horas, ocho horas, diez horas… hasta que finalmente, después de 12 horas de espera, apareció el Dr. Chabot. La tensión era de un kilómetro de espesor: había llegado el veredicto. Todos nos reunimos con temor, pero con esperanza: “Lo sacamos. Sacamos el cáncer. Todo”.

¿Podía ser verdad? No podíamos creer lo que escuchábamos. ¡Gracias a Dios! El Dr. Chabot había utilizado un nuevo descubrimiento que hace seis meses ni siquiera estaba disponible, y él era probablemente el único cirujano de todo Estados Unidos que podía haberlo hecho. Claramente él era el mensajero apropiado, el ángel que había sido asignado por Dios al cual mis padres reconocieron la primera vez que lo vieron. Nosotros estábamos deleitados y llorando en la sala de espera. Dios había realizado un milagro grandioso para nosotros que nos hacía sentir sumamente humildes.

Cuando se completó la última sesión de quimioterapia postoperatoria de papá —después de un extenuante y estresante año de tratamientos de quimioterapia dos veces por semana—, las enfermeras les entregaron a mis padres un triunfante certificado de ‘sobreviviente’ que había sido firmado por todas ellas. Entonces mis padres dejaron el hospital de la Universidad Estatal de Ohio con abrumadora gratitud hacia todo el equipo médico que había sido tan alentador durante aquel difícil año.

Al compartir nuestra historia y elevar nuestras voces, mi familia quiere agradecer públicamente a todas las enfermeras y doctores que ayudaron a mi padre. Cualquiera que esté destrozado con desalentadoras noticias médicas no debe perder la esperanza, sino que debe saber que hay muchas historias positivas. Al igual que es importante aprender todo lo que se pueda sobre cócteles de quimioterapia, mi familia aprendió también sobre otra potente combinación: Con la mezcla correcta de apoyo de amigos y familia, rezo, actitudes positivas de un preocupado equipo médico, el aliento de mamá y la valiente voluntad de papá de luchar, hay esperanza. Dios puede eliminar incluso el cáncer pancreático.

EXPLORA
ESTUDIA
MÁS
Explora
Estudia
Más
Contacto
Lenguajes
Menu
Donar
Únete a nuestro newsletter
Redes sociales
.