Corre mientras puedas

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Mi reloj está corriendo y estoy consciente de ello.

Sara vivía en el mismo piso que yo en los dormitorios de la universidad. Ella era una de esas chicas que lo hacía todo. Estaba en el programa de honores de la universidad, participaba en el Modelo ONU Universitario, era atleta, amistosa, extrovertida, cálida. También era hermosa. Le gustaba hacer caminatas, bailar, nadar y le emocionaba probar cosas nuevas. Y ella cambió mi vida.

Teníamos una buena relación, pero no éramos cercanas.

Después de mejorarme de una gripe, fui al cuarto de Sara para pedirle prestadas las notas de la clase de sicología a la que había faltado. Si alguien tendría esas notas, era ella. Tenía un récord de asistencia perfecta y notas organizadas de sus clases.

“¿Te sientes mejor?” me preguntó.

Asentí. “Fue una gripe difícil, pero creo que finalmente estoy volviendo a la normalidad”.

“Mis notas están en mi mochila”. Mientras se paraba, se sobrecogió, dejando salir un suave quejido. “Entrenamiento de atletismo, es realmente cansador”, explicó, sonriendo de costado.

“¿Por qué no te tomas un descanso?”, le pregunté. “Trabajas tan duro, te ejercitas tanto, siempre estás haciendo algo. ¿No será demasiado?”. Me sentí genuinamente preocupada por esta chica perfecta; podía desgastarse. Además, ella seguiría siendo increíble si no hiciera atletismo.

Giró hacia mí y pausó. “Tengo que correr mientras puedo”.

Había algo en sus palabras que era tan serio, tan grave. “¿Qu... qué?” balbuceé. “¿Correr mientras puedas?”.

“Sí, ese es mi lema: corre mientras puedas.

“¿Tienes un lema?”, pregunté analizando su cara. Vi que no estaba bromeando.

Nunca sabes cuándo será tu hora, cuándo tus piernas dejarán de funcionar.

“Nunca sabes cuándo será tu hora, cuándo tus piernas dejarán de funcionar, cuándo no podrás hacer cosas nuevas. Tienes que hacer todo mientras todavía puedas. Corre mientras puedas”.

“¡Pero somos tan jóvenes! ¡Ni siquiera tenemos 20 años!”, protesté. Había un sentimiento extraño creciendo en mi interior, un manto de temor, de mortalidad, que jamás había tenido antes. Me resultaba difícil tragar la saliva.

Sara meneó su cabeza. “¿No sabes?”.

“¿Saber qué?”.

“Tengo esclerosis múltiple”.

Sara no estaba ni triste ni resentida, sino que simplemente estaba contándome la verdad. Aún estaba sonriendo.

“No sé cuándo mis piernas comenzarán a funcionar más lento, cuándo será demasiado difícil correr y cuándo será demasiado difícil caminar. No sé cuándo estaré en una silla de ruedas y no podré andar de mochilera por los montes Apalaches o caminar por los Alpes. No sé cuándo no podré volver a hacer las cosas que amo o probar cosas nuevas. Por eso estoy tratando de hacer todo ahora, ¡esta es mi oportunidad! ¡Corre mientras puedas!”.

“Wow, no… no sabía”, mascullé. “Es increíble”.

“No, no es increíble. Soy sólo una persona. Una persona que quiere aprovechar su vida al máximo. No es sólo una cuestión de aprovechar el día, sino que es sobre llenar el día con las cosas que valoro, con las cosas que me importan”.

Me dio las notas.

“Tengo esclerosis múltiple, sé que mi reloj está corriendo. Hago todo ahora, no espero hasta mañana. Cuando esté postrada en una silla de ruedas, no quiero arrepentirme de nada. Quiero saber que hice todo lo que podía”.

Pausó y su cara demostró un poco de tristeza.

“Soy una persona afortunada. Hay tanta gente que simplemente “pasa el tiempo”, que se pone los auriculares o se pega a pantallas para pasar el día. Hay tanta gente que ni siquiera se da cuenta que está desperdiciando su tiempo, que posterga las cosas para mañana, que espera un poco más. El reloj de todos está corriendo. Yo soy muy afortunada porque puedo ver el mío”.

Dejé el cuarto conmocionada e inspirada. No podía creer que alguien de mi misma edad viviese —realmente viviese su vida de esa manera. Yo quería dejar mis notas y correr para intentar aferrarme a la vida antes de que se me escapara. Ese día conseguí mucho más que notas de sicología.

Después del primer año de universidad Sara y yo perdimos contacto, pero nunca olvidé su mensaje. Decidí no esperar por el futuro. Me esforcé para cambiar mi vida para bien, para escalar montañas espirituales y explorar nuevos paisajes de mi alma. Y cuando me veo tentada a desacelerar y desconcentrarme, simplemente imagino a Sara diciéndome: “¡Corre mientras puedas!”.

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