El Examen

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Si practicamos para ser una buena persona, nos convertiremos en una.

Cada día es una prueba. A veces, solamente tenemos la fracción de un segundo para tomar una decisión que afectará nuestra vida para siempre.

Fue justamente esta encrucijada la que me atrapó un día, cuando era estudiante de último grado en la escuela. Era apenas el comienzo del año escolar y yo ya estaba desmotivada. Sentía que ya estaba fuera de la escuela y lista para la universidad. La graduación parecía tan cercana, pero a la vez estaba tan lejos.

La escuela habría sido perfecta si no hubiera requerido que atravesáramos por cuatro años de matemáticas. No era mi materia preferida. Pero siendo la persona ambiciosa que era, estaba determinada a tener buenas calificaciones.

Mi profesora me llamó a su escritorio. Me recordó que había faltado a la clase del día anterior, y que debía por lo tanto, dar la prueba recuperativa. Se colocó los lentes mientras le informaba a la clase que volvería enseguida, y luego me indicó que la siguiera. Fuimos a la sala de al lado. La sala estaba vacía, excepto por un profesor de matemáticas mayor que estaba escribiendo ecuaciones en el pizarrón. Yo nunca antes lo había visto.

Mi profesora colocó la prueba sobre la mesa y le pidió al otro profesor de matemáticas si podía supervisarme. El olor a marcadores llenaba la sala. El sonido del silencio me hacía sentir en paz. Yo estaba lista para hacer la prueba; la expectación me estaba matando.

Miré hacia abajo y comencé a resolver los problemas. La pregunta número 1 era pan comido. La pregunta número 2 era idéntica a una del libro, pero con diferentes números. Pero luego llegó la pregunta número 3.

Sentí un pesado aliento sobre mi hombro. “¿Quieres que te ayude?” preguntó el profesor de matemáticas.

¿Qué estaba pensando mi profesora? No solamente teníamos que hacer cosas raras con nuestras calculadoras, sino que también había que graficar la respuesta en la pregunta 4. Trate de resolver el problema tal vez 5 o 6 veces. Había borrado mi trabajo tantas veces que el papel se había adelgazado. Recurrí a hacer una equis y comenzar todo de nuevo, pero no quedaba mucho espacio.

Sentí un pesado aliento sobre mi hombro. Era el profesor de matemáticas que me estaba supervisando. Me miró y sonrió.

“¿Quieres que te ayude?”, me preguntó.

Yo miré el papel. La respuesta era obviamente, “¡Sí!”. Habría estado loca si no hubiera querido que me ayudara. Su camisa escocesa y sus grandes anteojos le daban un estatus instantáneo de gran profesor de matemáticas. Pero la pregunta en realidad era si esto era lo correcto de hacer. La oferta era tan tentadora pero, ¿debía aceptarla?

En la sala crecía el silencio, yo podía escuchar mis pensamientos. Sí, yo quería la ayuda. De hecho ¡la necesitaba desesperadamente! A esas alturas del año, estábamos recién en el comienzo y la universidad estaba todavía en el aire. Estas notas contaban muchísimo. No era simplemente una prueba; era el futuro mismo.

Además de eso, el profesor no me metería en problemas por aceptar su oferta. Era una apuesta segura. Cada estudiante sueña con que su profesor haga la prueba con él. Esto era incluso mejor que copiarle a tus compañeros de al lado. ¿Quién sabe si ellos saben lo que están haciendo? Aún más, mis respuestas correctas no contarían para bajar las respuestas malas de otros. Nadie vería. Nadie podría decir nada sobre nosotros. Nadie sabría nunca.

También razoné que el propósito de la escuela es obtener una buena educación. El profesor estaba acá para enseñar y yo estaba acá para aprender. ¿Acaso el punto de tomar una clase no es dominar la materia? Si yo no lo entendía ¿por qué no podía tener a alguien que me lo explicara?

Tal vez el profesor iba simplemente a guiarme hacia la respuesta correcta y no dármela en bandeja. Eso no es engañar, ¿o sí?

No pude pensar en una razón racional para no aceptar su oferta, pero podía pensar en un millón de razones de por qué sí debía aceptarla.

Casi dije “sí”. Pero los sentimientos de mi corazón se sobrepusieron a todas las razones que mi intelecto me daba para aceptar.

Esto estaba mal. Lo podía sentir en mis entrañas. No podría hacerlo incluso si quisiera. Y créeme, yo quería. Pero mi conciencia no me dejaba. Tal vez nadie se enteraría, pero yo sentiría como si me estuviera engañado a mí misma.

“No gracias, estoy bien”. Dije con una falsa sonrisa. Mientras se alejaba, sentí como si lo estuviera tirando fuertemente desde su camisa.

Me gustaría decir que sentí que lo que había hecho estaba bien, pero a medida que avanzaba en la prueba, me iba arrepintiendo cada vez más de la decisión. En mis entrañas sentía que había hecho lo correcto, pero todavía dudaba.

El sistema educacional esta orientado hacia el éxito. Sacar la máxima nota es por lo que somos felicitados. Que te vaya bien en la escuela es un boleto para la universidad, la cual a su vez es un pasaporte para un gran trabajo que te da dinero, la llave para sobrevivir en la era moderna.

La práctica no logra necesariamente algo perfecto, pero sí logra algo permanente.

La idea de que cualquiera puede lograrlo es la piedra angular del “sueño americano”. Pero a menudo nos enfocamos tanto en los logros que olvidamos que el verdadero éxito está en superar los obstáculos que la vida coloca frente a nosotros. Para maximizar nuestro potencial como seres humanos debemos tener impulso y ser éticos.

Tomar una decisión moral no siempre es fácil. Pero al final, no somos nuestros títulos ni nuestras cuentas de banco. Somos la suma de las decisiones que tomamos. La práctica no logra necesariamente algo perfecto, pero sí logra algo permanente. Si practicamos para ser una buena persona, nos convertiremos en una.

La vida no es definida por lo que logramos, sino por cómo crecemos. Es el cómo nos relacionamos y cómo sobrellevamos nuestras luchas lo que verdaderamente define qué tipo de persona somos.

No recuerdo cuánto saqué en el examen de matemáticas. Ese no fue el verdadero examen que tome ese día, sino que fue el “examen de la integridad”. Al final, cómo me fue en ese examen de matemáticas tuvo poco impacto en mi vida. Posteriormente entré a la universidad y me gradué con honores. Pero mi convicción de hacer lo correcto cuando nadie me estaba mirando me enseñó qué tipo de persona elijo ser. He realizado muchos exámenes desde entonces, pero mirando hacia atrás, de éste es del que estoy más orgullosa.

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