El judaísmo y mi adicción a la comida

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La comida no puede llenar lo que falta en mi vida.

Durante toda mi vida fui adicta a la comida. Desde que era una niña pequeña recuerdo haber comido grandes porciones y no sentirme nunca satisfecha hasta llegar a enfermarme. Me encantan las papas fritas, la pizza, los cereales azucarados, las donas y cualquier clase de pan que exista.

Cuando tenía veinte años comencé a convertirme al judaísmo y mi forma de comer llegó a un nuevo nivel. En la mesa de Shabat comía una rodaja tras otra de jalá; me sumergía de cabeza con el primer plato y no salía a tomar aire hasta terminar el postre.

Las festividades eran todavía peor. Pero cuando terminaban Rosh Hashaná y Pesaj estaba hinchada y me sentía más deprimida que lo normal. A lo largo de mi conversión había logrado una profunda cercanía con Dios, una forma de vivir significativa y una bella comunidad. Pero también había ganado 14 kilos en unos pocos años.

Afortunada y desafortunadamente, en la cultura judía hay mucha comida. Es maravilloso que tengamos a nuestra disposición tal variedad de alimentos kósher. Me encanta que una comida pueda reunir a la gente en una casa o en una sinagoga, promoviendo la unión entre los judíos. Y estoy agradecida de tener los medios para poder comprar alimentos.

Pero para los adictos como yo, es difícil estar todo el tiempo rodeados de comida. Aunque disfruto del kuguel, el cholent, la jalá, los latkes con crema ácida, la miel, el guefilte fish, el kishke, los shnitzelim y otros alimentos tradicionales, todos ellos están cargados de ingredientes no saludables.

En la universidad, me sentía aislada del resto de los estudiantes, por lo que encargaba una pizza y la comía a solas en mi habitación mientras miraba televisión. Mi madre no pudo llegar a mi boda, por lo que comí papas fritas (un alimento que me recuerda a ella) prácticamente cada día durante las dos semanas previas. Muchas veces iba a la rotisería de la esquina y me compraba un sándwich a las dos de la madrugada porque mi esposo estaba durmiendo y yo me sentía sola.

Sé que algunas veces es mitzvá comer, especialmente en Shabat y en otras celebraciones. Pero también es una mitzvá cuidar el cuerpo que Dios me ha dado. No se supone que debo beber en exceso, fumar o usar drogas. Y cuando se trata de comer, tengo que enfatizar los mismos valores.

Vivir de forma insalubre afecta la capacidad de invertir en nuestro crecimiento espiritual con todo lo que hemos recibido

Maimónides dijo: “Mantener el cuerpo sano es parte de los caminos de Dios, porque es imposible entender la voluntad de Dios cuando uno está enfermo. Por lo tanto, la persona debe ser cuidadosa y alejarse de cosas que dañan el cuerpo. Sólo debe comer cuando tiene hambre, sólo debe beber cuando tiene sed, y no tiene que esperar cuando necesita hacer sus necesidades”.

Nuestro objetivo fundamental es trabajar sobre nosotros mismos y apegarnos a Dios. Elegir vivir de una forma insalubre afecta la capacidad de invertir en nuestro crecimiento espiritual con todo lo que hemos recibido.

De acuerdo con mi propia experiencia, cuando como un gran recipiente de popcorn en el cine o cuatro porciones de pizza seguidas, espiritualmente me encuentro en un lugar bajo. Estoy en lo que yo llamo mi modo “a quién le importa”. “A quién le importa, un día voy a morir, por lo que de todas maneras puedo disfrutar la buena comida cuando todavía la tengo. ¿A quién le importa si estoy obesa? Nadie se preocupa por mí. A quién le importa, de esta manera puedo enfrentar las dificultades de la vida”. En esos momentos, en vez de acudir a Dios pidiendo tener fuerzas, recurro a la comida buscando una falsa sensación de alivio. Me pongo triste, y como.

Cuando no estoy en ese estado anímico, puedo pensar con mucha más claridad. Soy capaz de ver de qué manera esos alimentos pueden acortar mi vida, o que tener sobrepeso es malo tanto física como mentalmente. Reconozco que la comida es sólo una manera de satisfacerme físicamente y no más que eso. Dios me dio la comida para poder vivir, y no debo abusar de esa bendición.

Este año crecí exponencialmente en mi observancia de las mitzvot y al mismo tiempo, al hablar con mi terapeuta y con mi marido, comprendí que tengo un problema con la comida. Como para buscar consuelo y para llenar un vacío en mi vida. En situaciones en las cuales me siento deprimida, mi primera respuesta siempre fue acudir a la comida.

A medida que comencé a aprender más y a profundizar mi relación con Dios, me sentí más calma. Cuando algo me molestaba, me ayudaba a seguir adelante el hecho de conectarme con la idea de que todo lo que ocurría era para bien. Comprendí que cuando me siento más satisfecha espiritualmente, esto en paz y no tengo que confiar en la comida para sentirme mejor.

Últimamente comencé a hacer ejercicio de forma regular, voy a una nutricionista, incorporé más frutas y verduras a mi dieta y las comidas de Shabat en mi hogar son más saludables. No puedo controlar lo que sirven otras personas, pero puedo esforzarme por cambiar lo que yo misma cocino.

Me encuentro en las primeras etapas de recuperación y me queda un largo camino para recorrer. La comida no es una droga y no puedo simplemente dejar de comer. Además, la comunidad siempre seguirá sirviendo los mismos alimentos deliciosos y poco sanos en Shabat y en las festividades. Para la próxima fiesta judía espero haber llegado al punto en el que pueda sentirme satisfecha con tan sólo una porción de comida (¡y no con diez!) y conectarme con los aspectos más espirituales de la festividad.

En última instancia, no importa cuánto coma, nunca me siento satisfecha. Así que en vez de obsesionarme con lo físico, he aprendido a enfocarme en mi alma.  

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