Enfrentando la muerte de mi padre

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Tenía 16 años cuando mi mundo se vino abajo por la muerte de mi padre. Estas tres enseñanzas son las que me ayudaron a salir de la oscuridad.

‘Muerte’ es una palabra que da miedo. Pero cuando mi padre murió después de ocho años de luchar contra una enfermedad, me vi obligado a enfrentarla.

Yo era el hermano del medio de un total de ocho; era un adolescente típico de 16 años cuando mi vida se hizo añicos. Ya han pasado siete años desde la muerte de mi padre, y he progresado mucho en mi aceptación de lo ocurrido y también he crecido por la experiencia.

El autor, celebrando su <i>bar mitzvá</i> con su padre en el Kótel.El autor, celebrando su bar mitzvá con su padre en el Kótel.

Quiero compartir tres enseñanzas que me ayudaron a enfrentar la muerte de mi padre y que me transformaron en una persona más fuerte:

1. Mi padre está en un mejor lugar

La Mishná declara que este mundo es un pasillo hacia el Mundo Venidero. No fuimos creados sólo para nuestra vivencia en este mundo, sino que Dios pone al hombre primero en este mundo para que cumpla su objetivo en la vida y, una vez que el objetivo se ha cumplido, su alma vuelve al Mundo de la Verdad, donde mora en la presencia de Dios.

La conexión que el alma tiene con Dios en el Mundo Venidero se crea por medio de las elecciones y las dificultades de la persona en este mundo. El Mundo Venidero es donde cosechamos lo que sembramos en este mundo. Mi padre, de bendita memoria, sufrió muchísimo. Tenía un sistema inmune débil, lo cual causaba que se enfermara con gran facilidad y, además, su visión estaba extremadamente deteriorada. Tenía que llamar por teléfono a un número especial para saber la hora.

Poco tiempo después de su muerte, ¡advertí que mi padre ya no estaba sufriendo! Me conmocionó hasta lo más profundo de mi ser. Ahora él está en el mejor lugar posible, mejor que cualquier hospital, centro de rehabilitación u hotel de cinco estrellas. Mi padre cumplió su propósito en este mundo y llegó a su lugar de descanso ideal.

Esta idea no quitará todo tu dolor, pero sí creo que puede darte consuelo. Internalizar esta idea, llevarla de la mente al corazón, puede aliviar algo del dolor.

2. No estoy solo

Nuestros sabios nos enseñan que hay tres socios involucrados en la gestación de una nueva vida: el padre, la madre y Dios. Si un padre o madre ya no están, Dios toma su rol. Cuando mi padre murió, me sentí completamente perdido. Mi padre, que se había ocupado por completo de mí y mi familia, ya no estaba con nosotros. A menudo pensaba: “¿Cómo puedo continuar mi vida? Un niño necesita a su padre”. Mi madre realmente asumió la responsabilidad y continuó criándonos a mí y a mis hermanos con amor y fortaleza. Fue mucho más allá de lo que una persona normal podría hacer después de sufrir semejante pérdida, y le estoy eternamente agradecido. Sin embargo, por más comprensiva y amorosa que haya sido, no podía ocupar el lugar de mi padre. Nadie podría ocupar el lugar de mi padre, o al menos eso creía yo.

Pero mirando hacia atrás, me doy cuenta de que Dios estuvo conmigo durante todo mi sufrimiento y sentí Su presencia con más fuerza que nunca. Junto a mi increíble madre, me cuidó y sustentó. Tuve el privilegio de ir a escuelas maravillosas y forjar un lazo realmente bueno con algunos de los rabinos que se volvieron fuentes de fortaleza e inspiración para mí. Muchos años después me casé con la mujer de mis sueños y su familia me recibió con los brazos abiertos.

Entonces, cuando te sientas solo, tan sólo eleva tus ojos y piensa que Dios te cuida y te presta atención. Él te ama y está a tu lado.

3. Trampolín para el crecimiento

Cuando mi padre falleció, me resultaba difícil hablar y hasta pensar sobre ello. Sin embargo, con el tiempo, hablar y pensar sobre él se volvió una fuente de fortaleza y me di cuenta que estoy en una posición única para perpetuar su legado. No sólo fue mi padre, sino que también fue mi ejemplo y mi maestro.

Me enseñó a ser fuerte porque nunca se acobardó. A pesar de sus muchas dolencias físicas, nunca se quejó. En realidad, fue la persona más agradecida que conocí. Nos enseñó a ser amables con absolutamente todas las personas. Todos lo querían, desde sus rabinos hasta sus taxistas. Nunca tuvo una mala palabra para decir sobre nadie ni nada. Nos enseñó a ver lo positivo y a hablar sólo cosas positivas. “Siempre debes tener una alabanza para decirle a alguien”, nos decía a menudo. Si alguien sabía cómo subirle el ánimo a otra persona, ese era mi padre. Lo más importante de todo: fue un hombre de verdad y nos enseñó a no dejarnos cegar por la falsedad del mundo en que vivimos.

Cuando pienso en mi padre me lleno de energía. Me siento motivado a hacer cosas grandiosas, a convertirme en alguien grandioso, a seguir sus huellas. Así es como puedo crecer a partir de mi pérdida. También es la manera que tengo para sentirme cerca de mi padre, incluso que ya no esté conmigo. No es fácil. Una persona debe trabajar sus músculos de la fuerza de voluntad. Toma las enseñanzas que tu ser querido te dejó y crece a partir de ellas. Supera lo negativo. Supera la tristeza. Sé fuerte y, lento pero seguro, algún día llegaras allí.

Que estas palabras sean un mérito para la elevación del alma de mi padre, Alan Grodko, Abraham Yosef ben Shraga Feivel, y que su memoria sea bendición para todos.

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