Mi cirugía milagrosa

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El profesor me miró y me dijo, “Querida, tú eres un milagro andante. No puedo creer lo que veo”.

Una mañana, cuando tenía 18 meses de edad, mi madre me encontró sollozando en la cuna. Se acercó para ver qué me pasaba. Yo giré la cabeza y mi madre gritó horrorizada. El lado izquierdo de mi cabeza tenía un bulto del tamaño de una pelota de golf, justo donde la fisura de la oreja se junta con el cuero cabelludo. Aterrorizada, llamó al médico, quien nos aconsejó ir de inmediato al hospital. Corrimos a la sala de emergencias, en donde el médico descubrió una severa infección que se había extendido al mastoides, la porción interna del oído que se conecta al cráneo. Si el cráneo se infecta, se corre peligro de vida.

Unos cuantos días antes, había comenzado con una típica infección de oídos. Mi madre fue al pediatra, compró los antibióticos prescritos y me dio la dosis correcta. Pero nadie supo que mi cuerpo no estaba respondiendo a los antibióticos y la infección se extendió rápidamente, casi hasta mi cerebro.

Me realizaron una mastoidectomía de emergencia. Durante la cirugía, se ahueca un hueso dentro del oído interno (el mastoides) para permitir que drene el líquido de la infección. El mastoides se conecta con el cráneo y si no se lo trata de la forma adecuada, sólo es cuestión de tiempo hasta que la infección llega al cerebro, provocando daño o incluso la muerte.

Pasé un mes en el hospital, recuperándome de este procedimiento con riesgo de vida. Mis dedicados padres se turnaron para pasar noches y días a mi lado. Mis hermanos sacrificaron preciado tiempo con mi madre y mi padre, para que ellos pudieran cuidarme 24/7. Mi padre sacrificó mucho tiempo del trabajo para poder cuidarnos a mí y a mis hermanos. Mis padres pasaron muchas noches estresantes sin dormir. Finalmente, justo antes del Día de Acción de Gracias, me dieron el alta. Nuestra familia tenía mucho para agradecer.

Sarah, al medio, después de la cirugía, con sus hermanos

Soy afortunada de estar viva, pero sólo comprendí cuánta suerte tuve veinte años más tarde, cuando estaba en la universidad, en mi clase de audiología, estudiando sobre el funcionamiento del oído. Mi profesor apenas nombró el tema de la mastoidectomía. Yo lo interrumpí:

—¡Ey! ¡A mí me hicieron eso!

—Debes estar equivocada. ¿Dijiste que te hicieron una mastoidectomía? —me preguntó anonadado.

—¡Sí! —respondí con firmeza—. Mire mi oído izquierdo. ¡Todavía tengo la cicatriz!

—¿Estás segura que fue una MAS-TOI-DEC-TOMÍA? —me preguntó, repitiendo lentamente el nombre de la cirugía.

—¡Sí, completamente! Cuando era bebé estuve en el hospital un mes entero.

—¿En qué año naciste?

—1985.

Mi profesor se quedó callado y luego me dijo:

—Sarah, eres muy afortunada. Esta cirugía la han hecho solamente a 200.000 personas en todo el mundo. Hoy en día, una mastoidectomía es extremadamente riesgosa para la vida y pocos sobreviven el procedimiento. Durante los años 80, la tecnología médica no estaba ni siquiera cerca de lo avanzada que está hoy. ¡Casi nadie sobrevivía en esa época!

Todos mis compañeros me estaban mirando. Nuestra clase de audiología de repente se volvió muy interesante. Y el profesor aún no había terminado.

—Sarah, ¿recuerdas que hay un nervio facial dentro del oído interno? Durante una mastoidectomía es sumamente común que el nervio facial resulte dañado y eso provoca parálisis facial.

Él me miró y agregó:

—Querida, tú eres un milagro andante. No solamente porque estás viva, sino también porque el lado izquierdo de tu cara, y en particular tu boca, funcionan perfectamente. No puedo creer lo que veo.

Como no tengo recuerdos concretos de mi período en el hospital, mi gratitud siempre ha sido un poco abstracta. Con un nuevo entendimiento de mi milagro médico, me sentí profundamente bendecida, intensamente consciente de mi mortalidad y de la bondad de Dios, Quien da y quita la vida. También me estremeció profundamente entender que mi vida podría haberse visto notablemente alterada si durante la cirugía ese nervio hubiera sido cortado mal, incluso con un solo milímetro de diferencia.

Tomemos un momento para recordar y realmente reconocer no solamente lo que nuestros padres (y madres) hacen y han hecho por nosotros, sino también lo que nuestro Padre en el Cielo nos entrega.


Este artículo fue escrito con enorme gratitud para mi padre Meir Ben Shlomo en ocasión de su cumpleaños.

Los eventos descritos en este artículo ocurrieron hace muchos años. Con los avances médicos actuales, hoy en día la situación respecto a esta cirugía es diferente. 

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