Shivá y los Shloshim: Reflexiones personales

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Cómo el proceso judío de duelo contrarresta el trastorno posterior a la muerte.

Sentarse en shivá y observar el período de duelo de 30 días conocido como ‘shloshim’ por la muerte de mi madre reveló un sinnúmero de cosas que no hubiera apreciado si no hubiera vivido esta experiencia yo mismo.

Me senté en shivá en Toronto, junto con mi hermano (quien, al igual que yo, vive en Jerusalem), mi padre y nuestros otros tres hermanos. Había un constante flujo de llamadas telefónicas de amigos, colegas y vecinos de Jerusalem y de otras partes del mundo. Un grupo de amigos incluso viajaron por el día para expresar sus condolencias en persona.

Nunca imaginé lo mucho que significarían estas expresiones de afecto para mí.

Nunca imaginé lo mucho que significarían estas expresiones de afecto para mí. No importaba realmente qué decían; lo que importaba era que amigos y familiares se tomaron el tiempo de hacer una visita de shivá o tomaron el teléfono e hicieron una llamada. Les importaba. No estábamos solos. Nos sentimos animados por la relación que teníamos con nuestros amigos y familia. Al sentarme en shivá y estar en el lado receptor me di cuenta de cuán negligente he sido en el cumplimiento de esta mitzvá. Siempre dudaba sobre si ir a la casa donde estaban de shivá o no... ¿realmente quieren verme en su momento de dolor? ¿Qué voy a decir?

Cuán equivocado estaba. No lo dudes; tan sólo anda y aparécete. Y si el doliente se encuentra en otra ciudad, toma el teléfono y llámalo. Cada visita y cada llamada cuenta y le da fuerzas al doliente. Mientras no hagas preguntas inapropiadas, no importa realmente lo que digas. Y mientras más corto, ¡mejor!

Nuestra familia se sentó en shivá por siete días sin distracciones: sin televisión, sin novelas, sin computador, con estudio de Torá limitado (la ley judía limita lo que puedes estudiar sólo a temas relacionados con la muerte y el duelo) y sin trabajar. Es un período extremadamente largo de tiempo. Y para mi familia, pasar tanto tiempo juntos fue algo sin precedentes. Sentarnos juntos en shivá nos acercó unos a otros. Entre visita y visita (que a veces se sentía como que fuera una reunión de egresados, poniéndonos al día con gente a la que no habíamos visto en 35 años), mirábamos álbumes de fotos, rememorábamos a nuestra madre y nos dábamos unos a otros fortaleza para enfrentar nuestra pérdida.

Cuando culminó la shivá y mi hermano y yo emprendimos nuestro regreso hacia Jerusalem, sentíamos que debíamos hacer algo para mantener viva la conexión con la familia en lugar de esperar a que ocurrieran tragedias para reunirnos. Mis hermanos sentían lo mismo. Así que decidimos estudiar Torá juntos durante 15 minutos cada domingo por teléfono, con las esposas incluidas. ¡No puedo ni imaginar el najat que debe estar sintiendo mi madre por esto!

La muerte es una ruptura en tu vida tal como la conocías. Cambia drásticamente las cosas, creando un sentimiento de desencajamiento y agitación. Algunas de las costumbres del duelo judío reflejan este sentimiento de perturbación. Ahora estoy experimentando cuán elocuentemente expresan la confusión interior del doliente. Cuando voy al shul no puedo sentarme en mi asiento usual; me tengo que sentar en otra parte, en un lugar extraño, poco familiar. Soy desterrado, física y emocionalmente.

Una de las diferencias más dramáticas en mi vida como doliente es mi nuevo rol de sheliaj tzibur, la persona que lidera los rezos comunales tres veces al día. Luego de la shivá hay un entendible deseo de alejarse y buscar la soledad. Las costumbres del duelo judío le exigen al doliente liderar las plegarias y decir kadish durante 11 meses. En lugar de retirarme me veo forzado a estar al frente de la comunidad. Esta es la primera vez en mi vida que lidero los rezos comunitarios (¡era un gran miedo que tenía!) y me ha transformado en un miembro más activo de la comunidad. Es un ejemplo más de cómo estas costumbres de duelo promueven una forma saludable de procesar la muerte de un ser querido junto con la comunidad, lo cual probablemente no hubiera ocurrido de otra manera.

Puedo canalizar ese sentimiento de pérdida en una forma tangible y significativa.

Puede que mi madre ya no esté viva, pero aún siento que es una parte activa de mi vida. Ella ha dejado el mundo físico, pero su alma permanece en el Mundo Venidero, y yo puedo elevar su alma por medio de mis acciones. Tengo a mi madre en mente cuando digo kadish, cuando estudio Torá y cuando hago un siyum celebrando la culminación del estudio de un tratado del Talmud. Mis hijos, incluso mi hijo de 4 años, se esfuerzan por hacer actos de bondad en nombre de su bubby. Esto también es el principal estímulo que hay detrás de nuestras sesiones semanales de estudio familiar.

Su muerte ha creado un vacío, y al fortalecerme en lo que respecta a mi crecimiento espiritual puedo canalizar ese sentimiento de pérdida en una forma tangible y significativa. Ya no puedo hablar con mi madre por teléfono, pero sí siento su presencia a lo largo del día. Y su muerte me propulsa a superar mis miedos y mi estrechez de miras y apegarme a lo que realmente importa en la vida.

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