Yo soy una pared

6 min de lectura

La fórmula mágica para darle a otros el soporte que necesitan.

Me senté en el auto, estacioné al final del camino y esperé a mis hijos nerviosamente. Regularmente hacíamos excursiones familiares, pero Yehudia, la caminata más popular de Israel es “sólo para excursionistas experimentados”, ya que contiene varios ascensos empinados. Eso ciertamente me descalificaba a mí. Nuestra hija de 19 años Pliyah y nuestro hijo de 13 años Israel, estaban ansiosos por hacer la caminata, entonces con mi marido decidimos dejarlos ir solos. Mi marido había dejado a los niños al comienzo del camino a las 10 de la mañana. Ahora, a las 4 PM, permitiendo un poco de tiempo extra para una caminata que debía durar 5 horas, yo comencé a preocuparme.

No los podía llamar porque a propósito habían dejado sus teléfonos celulares. El sendero terminaba en la cima de una caída de agua de 8 metros. El excursionista debía saltar a la larga y profunda piscina, cruzarla nadando, y reanudar su camino del otro lado. Sólo los dispositivos resistentes al agua sobrevivían.

Recité Salmos, tratando de mantenerme calmada, pero luego de 40 minutos de espera, salí del auto y comencé a caminar por el sendero en sentido contrario desde el final. Llevaba menos de 5 minutos caminando cuando me topé con una figura que venía hacia mí. Era mi hijo Israel. Y estaba solo.

Mi hija estaba atrapada en la ladera de un acantilado.

Mi corazón se retorció de miedo. ¿Qué le había pasado a Pliyah? Corrí hacia Israel, gritando frenéticamente, “¿¡Dónde esta Pliyah!? ¡¿Qué le pasó?!”.

Israel me aseguró que Pliyah estaba bien, luego enmendó rápidamente su declaración. “Ella no está herida. Ella está atrapada en el sendero. Estábamos trepando la última parte empinada del sendero, y llegamos a una parte en donde tienes que subir en 90 grados, incluso más que 90 grados, es como si las rocas salieran hacia ti, y Pliyah estaba demasiado asustada como para seguir. Traté de ayudarla, le mostré exactamente como poner su pie, le rogué que tratara, pero se rehusó. Pasamos mucho tiempo en esa plataforma angosta. Ella finalmente me dijo que siguiera adelante solo y que buscara ayuda”.

Volví corriendo al auto y encontré el folleto del parque nacional. Abajo, en letras grandes, estaba el TELEFONO DE EMERGENCIA. Marqué y traté de explicarle al guardabosque, quien estaba acostumbrado a los ataques de pánico de madres desesperadas, que mi hija estaba atrapada en la ladera de un acantilado. El advirtió nuestra ubicación y nos dijo que mandaría ayuda de inmediato.

Me senté allí nerviosa tratando de entender cómo ellos iban a sacar a una niña de 1.6 metros, que pesaba 60 kilos por la ladera de un acantilado escarpado. Cinco minutos después dos hombres uniformados en una camioneta se acercaron. Atrás de la camioneta había una camilla, una bobina de muchísima cuerda gruesa, y algunos ganchos de metal. Aparentemente ellos iban a poner a mi hija en la camilla y de alguna manera iban a sacarla del acantilado, una operación muy peligrosa.

Mientras uno de los guardabosques abría el pestillo, me preguntó si mi hija estaba herida.

“No, solamente asustada”. Pregunté si podía ir con ellos.

“No, usted y su hijo se quedan aquí” replicó el guardabosque. “Nosotros nos haremos cargo de su hija. No se preocupe”, luego mirando el libro de los Salmos que yo estaba agarrando, él agregó, “Usted solamente rece”.

Que el personal de rescate me sugiriera rezar, no era nada de tranquilizador, así que recé. Una eternidad después, la camioneta volvió con mi hija sonriendo atrás.

En medio de abrazos, lágrimas, y gracias a los guardabosques, metí a mis hijos en el auto. Volviendo a nuestra cabaña en el Golán, le pregunté a Pliyah cómo la habían sacado del acantilado con la camilla.

“Ellos no utilizaron la camilla”, dijo ella. “Yo subí sola”.

“¿T-t-t-tú subiste sola? Yo estaba aturdida. “¿Pero pensé que estabas demasiado asustada?

'Yo soy una pared. Sube’ me di cuenta que si me caía para atrás, me caería sobre él. Entonces ya no estaba más asustada.

“Lo estaba” explicó Pliyah. “Pero los dos tipos llegaron donde yo estaba, y el más alto se paró justo detrás de mí y me dijo: “Aní jomá. Taalí” (Yo soy una pared. Sube). Y me di cuenta que si me caía para atrás, me caería sobre él. Entonces ya no estaba asustada, y simplemente subí. Sin ningún problema”.

“Yo soy una pared. Sube”. ¿Cómo funcionaba esta fórmula mágica que había transformado el miedo de mi hija en confianza, impulsándola a subir?

Tiempo de Parálisis

La vida es un sendero. Cuando la persona ha atravesado un divorcio devastador, o dado a luz a un niño con necesidades especiales, o recibido un temido diagnóstico, o quedado en la quiebra, o sufrido una muerte en la familia, esa persona puede estar demasiado paralizada como para seguir adelante.

Nosotros, los amigos o parientes, queremos ser de ayuda. Pero los predicamentos de la persona son tan complicados o la pérdida tan severa, que sacar a la persona del precipicio requiere de mucha más cuerda y mucha más fuerza de la que poseemos. Entonces, desesperados por nuestra propia incapacidad de rescatarlo o rescatarla, nos apartamos.

Yo tengo una amiga, la cual tenía una hija de 21 años que fue asesinada en un ataque terrorista. Al comienzo, nuestra comunidad respondió con efusivo amor y apoyo. Tres meses después, sin embargo, mi amiga mencionó que una de sus más viejas y queridas amigas la estaba evitando. Esta amiga, quien vive bastante lejos, visitaba cada año en la festividad de Sucot, pero el Sucot pasado no se había aparecido ni tampoco había llamado. Yo estaba segura de que esta madre desconsolada estaba malentendiendo la situación. Luego ella me dijo que mientras caminaba a través de las estrechas calles de la ciudad vieja de nuestro barrio, generalmente veía vecinos que se aproximaban en su dirección, y que cuando la veían, abruptamente se metían en una calle paralela para evitar encontrarse con ella.

Este fenómeno es de hecho muy común, y se discute en la literatura de psicología. Las personas no saben qué decir, o están tan asustadas de decir lo incorrecto y hacer que empeore la situación que evitan a la víctima de la tragedia exactamente cuando más necesita apoyo. Ellos creen en la falacia de que su trabajo es sacar a la persona del precipicio, y debido a que esto es humanamente imposible, su sentido de impotencia los lleva a la cruel evasión.

Párate firmemente detrás de la persona y di, “Yo soy una pared. Estoy acá para ti. Tú eres capaz de seguir adelante”.

Del guardabosque del parque israelí aprendí un método distinto: Pararse firmemente detrás de la persona y decir, en palabras o incluso en silencio, “Yo soy una pared. Estoy acá para ti. Tú eres capaz de seguir adelante”. Eso puede darles el coraje de tomar el próximo paso cuando sea que estén preparados.

Esto significa renunciar al rol del gran rescatador. Esto significa no filosofar, no dar consejo no solicitado, y no cuestionar las decisiones que han tomado. (“¿Por qué elegiste quimioterapia sin ni siquiera intentar una terapia alternativa?” “Me habría gustado que vieras al Dr. Milagro, el consejero matrimonial, antes de empezar con el divorcio”). Significa no proteger con lástima. (“Siento mucho que tu bebé haya nacido con esa enfermedad” “Lamento tanto que tus recursos financieros no te permitan mandar a tu hijo a la misma escuela este año”).

Para aquellos que les da miedo decir lo incorrecto, aquí está la formula de cuatro palabras que nunca sale mal: “Estoy aquí para ti”. Y dilo en serio.

Mi amiga Shoshana Leibman es un ejemplo del enfoque “Yo soy una pared”. Cuando todos en nuestra comunidad estaban tambaleándose porque una madre de muchos hijos había sido diagnosticada con una enfermedad seria, Shoshana entró a su casa y anunció. “Aquí estoy. Dame ropa limpia para doblar”.

Por supuesto, que para ser una pared para otra persona tú mismo debes ser muy fuerte, no en músculos, sino en fe. Debes creer absolutamente en los fundamentos del judaísmo:

  • Que todo (incluyendo lo doloroso y desafiante) viene de Dios.
  • Que todo (incluyendo lo doloroso y desafiante) es por nuestro beneficio último.
  • Que todo (especialmente lo que es doloroso y desafiante) es una oportunidad para el crecimiento espiritual.

Aparte de la fe en Dios, también debes tener fe en la habilidad de la otra persona de seguir adelante. Tamar tenía 51 años de edad cuando su esposo la abandonó a ella y a sus cuatro hijos. De repente tuvo que sostener a su familia, pero ella no había trabajado en su campo en los últimos 20 años que había estado criando a sus hijos. Recientemente llamó a su amiga Cookie y le dijo, “Tú eres la única que tuvo fe en mí, que creyó que yo sería capaz de volver a la escuela y de ponerme al día en mi profesión. Ahora estoy casi lista para reincorporarme al mundo laboral. No lo podría haber hecho sin tu fe en mí”.

Barbará y su esposo Josh son fanáticos del béisbol. Luego de 6 años de tratamientos de fertilidad, tuvieron un hijo con síndrome de Down. Barbará estaba completamente decepcionada y sí, avergonzada. Al día siguiente, su hermana Jana llegó al hospital cargando un arreglo floral que tenía una nota: “Yo pensaba que ustedes dos eran buenos jugadores de las ligas pequeñas, pero aparentemente Dios piensa que están preparados para las ligas mayores”. Luego Jana se sentó al lado de la cama de Barbará por cuatro horas. Las primeras dos, Barbará lloró, mientras Jana sostenía al recién nacido sin decir absolutamente nada. Lenta y gradualmente, Barbará y Josh comenzaron a avanzar, buscando sitios de organizaciones que se relacionaban con bebés con síndrome de Down y hablando del brit milá.

Cuando Jana se fue, Josh le dijo, “Gracias por venir. Nos ayudaste muchísimo”.

Jana argumentó “casi no dije una palabra”.

Las paredes se especializan en el soporte silencioso.

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