Ultrasonido

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Cada uno de nosotros en aquella sala de espera tenía algo en común: en silencio, esperábamos angustiosamente el momento de la aterradora verdad.

Dios nos había reunido en un extraño grupo ese miércoles por la mañana. Estoy entre ocho hombres y mujeres, sin mucho en común a primera vista, cada uno esperando su turno en la sala de ultrasonido del Hospital Shaarei Tzedek.

Pero la verdad es que tenemos mucho en común. Cada uno, en privado y en silencio, espera angustiosamente el momento de la aterradora verdad.

Estoy perfectamente sana. Estoy aquí sólo por error. El doctor que me envío debe ser un incompetente. Quizás le gusta pedir exámenes, tú conoces a ese tipo de doctores. Además, ¿qué clase de lugar es este? No hay vasos en el dispensador de agua, incluso cuando las instrucciones fueron beber un vaso de agua cada media hora antes de este estúpido examen.

No voy a quejarme. Beberé lo más que pueda directo de la fuente.

Una mujer sentada a mi lado se inclina constantemente y me hace preguntas. Está ansiosa de hablar acerca de su alimentación, pero no puedo escucharla. Saco un viejo libro de Salmos, evitando su mirada. Algunos de los que esperan visten descuidados pijamas de hospital semiabiertos y yacen en largas camillas, sus caras están pálidas. Ellos no disimulan sus gemidos.

Siento verdadera lástima por esta gente, pero yo no debería estar aquí. Mi medico es uno de esos alarmistas que quieren que la ficha médica parezca completa, y por eso pidió esta ecografía. Realmente, todo este procedimiento es innecesario, es sólo una gran perdida de tiempo. ¿Verdad?

Mi nombre no ha sido llamado, un corto alivio. Miro a mí alrededor. ¿Qué estoy haciendo aquí con esta gente?

Para mí es un segundo Rosh Hashaná. Sé que tengo que rezar antes de entrar, con todas mis fuerzas, después será demasiado tarde. En medio del ruido abrasivo, mis rezos nunca habían fluido tan libremente: Dios, Tú conoces los más profundos secretos de mi cuerpo. Tú ya sabes lo que el ecografista va a descubrir. Por favor, por favor Dios, no los dejes encontrar nada. Por favor, por favor Dios, haz que todo esté bien…

…¿Puedes calmarte por favor? Probablemente ellos no te dirán nada ahora de todos modos, no importa lo que vean. Como máximo ellos hablan de pólipos, no de tumores, ¿verdad? Y de cualquier manera, ellos no te dicen nada, ellos sólo te dan un CD y te envían de vuelta al doctor. Oh Dios mío. Ni siquiera tengo una tarjeta telefónica para llamar a mi marido.

Una joven doctora con una expresión amable abre las puertas de metal. Ella lee dos nombres de los papeles, llamando a los acusados a la corte. Mi nombre no ha sido llamado, un corto alivio. Miro a mí alrededor. ¿Qué estoy haciendo aquí con esta gente?

Un hombre en la sala de espera habla rápidamente en Idish por celular. Presiento que sus planes para el día de hoy se han estropeado. Es muy tarde, estamos todos atrasados, todo es un gran balagán (enredo). El hombre acompaña a un pequeño niño de unos diez años de edad, muy pálido, que camina con un aparato endovenoso móvil. El niño no está estresado; está extremadamente calmo.

La joven doctora vuelve a salir de detrás de las puertas de metal. Esta vez, ella dice mi nombre. Mi corazón casi se detiene del pánico. Ella me acompaña hacia adentro. Estoy en uno de los pequeños cuartos oscuros, donde sólo la pantalla está encendida. Alguien me dice que me recueste en la camilla, y automáticamente sigo las órdenes. El momento de la verdad ha llegado, pero no hay solemnidad o incluso silencio. La doctora que me examina habla con algunos internos sobre diferentes casos. Rápidamente termina el examen.

“Todo está bien, completamente normal”, me dice ella con acento inglés. “No tienes nada de que preocuparte”. Ella ve que estoy muy emocionada para responder. “Desearía que todos tuvieran resultados tan perfectos como tú, querida”. Ella agrega gentilmente, “tú eres una de las afortunadas”.

Me dicen que espere afuera unos 20 minutos hasta que esté listo el CD. No puedo soportar la tensión en la sala de espera y tomo el elevador hasta la cafetería. Increíblemente, la gente está riendo, bebiendo café, comprando periódicos, completamente inconscientes de los dramas que ocurren a unos cuantos metros de distancia, en una dimensión diferente de tiempo y espacio, verdadera y dolorosa. Cuento el cambio, estoy muy contenta de poder pensar en cosas simples otra vez, hermosas cosas como llegar a casa a tiempo para servirle el almuerzo a mi hija y comprar una tarjeta telefónica para decirle a mi marido, que gracias a Dios, todo está bien.

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