Pidiéndole a Dios

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Su amigo tenía siete hijos. Él sólo estaba pidiendo uno.

Nico y su esposa Susana habían estado tratando de tener un bebé por cinco años. Cuando los doctores les dijeron que no iban a poder concebir naturalmente, Susana se sometió a una cirugía correctiva seguida de agresivos tratamientos de fertilidad. La incomodidad física, la tensión emocional y la carga financiera estaban haciendo mella.

Las cosas no iban bien. Nico recién se había enterado que por el ciclo menstrual muy irregular de Susana ni siquiera podrían intentar la inseminación artificial este mes. Se sintió abrumado por la desesperanza de su situación. Su corazón estaba cargado de desesperación cuando corrió hacia lo de un viejo amigo, un rabino cuya esposa acababa de dar a luz a su séptimo hijo.

Nico estrechó afectuosamente la mano de su amigo y lo felicitó por el nacimiento de su hijo. Pero mientras se ponían al día y charlaban un poco a Nico le golpeó la injusticia de la situación. Vencido por el contraste entre la alegría de su amigo y el dolor propio, dijo de repente: “¿Por qué Dios te ha dado siete hijos y a mí no me ha dado ninguno?”

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El raro silencio se extendió hasta la eternidad mientras la pregunta flotó en el aire que había entre ellos. La cara de Nico reveló su miedo en carne viva. Después de una larga pausa el rabino, con compasión en sus ojos, le respondió gentilmente: “¿Alguna vez le has pedido a Dios que te de uno?”.

Una plegaria sincera

Ese Shabat, por primera vez en 19 años, Nico fue a la sinagoga. Entró sin llamar la atención, tomó un libro de rezos de la repisa, y se sentó discretamente en un lugar inadvertido. Incapaz de seguir lo que estaba pasando en el servicio religioso, se sentó tranquilo, escuchando los cantos de las plegarias. Después de estar sentado allí por unos minutos aclaró su garganta y, en sus propias palabras, comenzó a hablarle a Dios. En un suspiro que era apenas audible, le pidió a Dios por un hijo. Cubrió su cara con el libro de rezos para que nadie pudiera ver sus lágrimas.

Los judíos rezan tres veces al día, pidiéndole a Dios que satisfaga nuestras necesidades. ¿Por qué es esto necesario? Con seguridad, el Infinito Creador del Universo sabe qué es lo que necesitamos sin que se lo digamos. Y si necesitamos pedírselo, ¿no es excesivo tres veces al día? Además, ¿no es hipócrita para alguien que ignora a Dios por años de repente volverse a Él para pedirle ayuda en tiempos problemáticos?

Un padre amoroso

Hubo una vez un rico comerciante que tenía un único hijo a quien quería entrañablemente. Queriendo que tuviera la mejor educación disponible, el padre lo envió a una muy prestigiosa universidad en la otra punta del país. Accedió a darle al hijo $600 para gastos mensuales. “Sólo hazme saber si necesitas más”, le dijo. Cada 30 días su hijo le llamaba para informarle a su padre sobre todo lo que había estado pasando en su vida. La conversación terminaba inevitablemente con su hijo diciendo, “De paso, papá, me he quedado sin dinero. ¿Podrías por favor enviarme otros $600?” el padre, siempre lleno de alegría por escuchar sobre su amado hijo, estaba muy feliz de mandarle el dinero que necesitaba.

Sabiendo que su hijo quería sentirse independiente, el padre sabiamente evitó llamarle para ver cómo estaba. Pero sin embargo extrañaba terriblemente a su hijo y añoraba tener noticias de él. Se moría de ganas de saber en qué estaba pensando su hijo, cómo se estaba sintiendo, qué estaba viviendo. Esperar otros 30 días para recibir noticias de su hijo era una agonía.

Un día el padre tuvo una idea. Le envió a su hijo un email diciéndole que estaba feliz de continuar proveyéndole la misma cantidad de dinero. Pero en lugar de enviarle una suma abultada todos los meses le daría un estipendio de $20 diarios, disponibles por pedido de acuerdo a la necesidad. El padre se deleitó al ver que de repente comenzó a tener noticias de su hijo todos los días.

Dios nos dio nuestras necesidades para que recemos. Él quiere una relación.

Dios es la Fuente Infinita de la existencia – nuestro amoroso Padre, omnisciente y todopoderoso. El propósito de la plegaria no puede ser informarle cuáles son nuestras necesidades. Después de todo, es Él quien nos dio esas necesidades en un principio.

El verdadero entendimiento de la plegaria es simple y al mismo tiempo muy profundo. No es que Dios quiere que recemos para obtener lo que necesitamos. Es al revés, Dios es quien nos dio nuestras necesidades para que le recemos. La plegaria no es el medio, es el fin en sí mismo.

La plegaria es una relación. La plegaria es reconocer que Dios es la Fuente de todo lo que tengo y de todo lo que necesito. Todo proviene de Él y de nadie más. Rezar es imprimir en mí mismo el hecho de que Dios es mi Padre Celestial que me ama. Que desea darme infinitamente, bañarme con bendiciones. Que no quiere nada más que escuchar de mí, aún cuando han pasado años desde la última vez que hablamos. Pararme delante de Él y articular humildemente mis necesidades no es nada más ni nada menos que un momento de tierna cercanía y de íntima conexión. Esa intimidad me transforma. Me convierte en un recipiente capaz de contener el mismo bien que deseo, y eso es lo que permite que Dios me lo de.

Cuando la respuesta es "No"

Por supuesto Dios, al igual que cualquier padre amoroso, a veces debe responder que no. Pero debemos entender que recibir una respuesta negativa no es lo mismo que ser ignorado. Un padre que ignora a su hijo está declarando que “no me importas. No vales mi tiempo ni mi atención”. Un padre amoroso que dice “no” en realidad está diciendo: “Esto no es bueno para ti y, porque te amo, no puedo dejar que lo tengas”.

Es porque carecemos de una perspectiva más amplia que a veces no podemos entender porqué Dios no nos está dando lo que pedimos. Esas veces son las más difíciles y nos fuerzan a recurrir a nuestras reservas de confianza en Él. Podemos obtener consuelo en saber que toda plegaria sincera es escuchada. Todo pedido sincero causa una impresión y tiene un efecto que va más allá de lo que podemos imaginar. El pedido mismo crea intrínsecamente un lazo con Dios. Independientemente de Su respuesta, ese lazo es el objetivo máximo de la plegaria.

Compartiendo su historia

Un año después, Nico volvió a la misma sinagoga. Luego del servicio matutino de Shabat, el rabino de la congregación fue sorprendido cuando un hombre a quien nunca antes había conocido se le acercó y le pidió permiso para decir unas pocas palabras. El rabino accedió y Nico se puso de pie para compartir su historia.

Contó cómo él y su esposa habían estado luchando por años para tener un hijo. Contó el dolor y la incertidumbre. Contó de su conversación con su amigo el rabino, y cómo casi exactamente un año antes había venido a esta sinagoga. Les contó cómo se había sentado en soledad en el fondo y le pidió a Dios un hijo. “Y ahora”, concluyó, “He vuelto. He vuelto aquí un año después porque quiero agradecerle públicamente a Dios por habernos bendecido con una hermosa niña”.

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