¿Coleccionas cosas?

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Todos deseamos ejercer cierto control sobre nuestras caóticas vidas.

El domingo fui con mi esposo a una especial feria de libros. Además de los libros mismos (y los precios exorbitantes), me fascinaron los coleccionistas. Había puestos atendidos por dueños de tiendas de Inglaterra (muchos de Londres), Austria, Alemania, Dinamarca, Francia y de muchos lugares de los Estados Unidos. Era un grupo realmente ecléctico reunido por su amor a coleccionar libros. ¿Lo era?

Observar a los vendedores, a los compradores y a los simples curiosos se convirtió en una ocasión para reflexionar sobre el hecho de coleccionar. ¿Por qué estaban allí todas esas personas? ¿Realmente tenían algo en común? Al investigar un poco más descubrí que tener una afinidad por comprar y vender libros especiales puede estar completamente desconectado del amor por la literatura. Es un trabajo. Es un nicho. Provee un ingreso. Algunas personas coleccionan como inversión, por el dinero, el poder o el privilegio que eso parece traer.

Algunas personas coleccionan para pertenecer. Había un claro sentido de camaradería entre el grupo, un compartir de recursos, ideas… y refrigerios. Lo que sea que uno coleccione, por lo general es posible encontrar al menos otra persona con el mismo pasatiempo y el coleccionar crea un nuevo y único lazo.

Creo que algunos pueden coleccionar como ayuda memoria. Tengo amigas que coleccionan esos vasos de souvenir de cada lugar que visitan. Me gustaría haber escogido algo así. En los días previos a que nuestros teléfonos estuvieran repletos de fotografías, esta habría sido una forma conveniente de recodarme mis experiencias y placeres pasados. Es una solución rápida y un catalizador simple para un viaje por el camino de la memoria.

Algunos coleccionistas quieren preservar su pasado; el colectivo, no el personal, y algunos simplemente disfrutan la “cacería”. Las motivaciones son probablemente tan diversas como los coleccionistas mismos. Pero creo que hay dos temas más profundos en juego, temas que vale la pena examinar más de cerca e intentar entenderlos en nuestro interior.

Podemos coleccionar para tratar de ejercer control sobre nuestras caóticas vidas. Aquí, en este pequeño espacio que he creado, hay una disposición ordenada de cosas. Yo determino qué cosas. Yo decido el orden. Depende de mí, y solamente de mí, elegir reordenarlo. Esto me da consuelo. Esto crea un orden en un mundo aparentemente desordenado.

Y por último (aunque quizás no sea exhaustivo), creo que coleccionamos para crear cierto sentido de inmortalidad. Igual como algunos pueden escoger “seguir viviendo” dando su nombre a un edificio, otros escogen colecciones (estampillas, monedas, armas y alfarería), ítems que sobrevivirán a nuestra limitada y fugaz existencia, ítems que pueden haber venido del pasado y que se extenderán hacia el futuro.

Creo que las dos últimas motivaciones deben ser causa de preocupación. No soy inmune al deseo de control (¡como puede testificarlo mi esposo!) pero reconozco su locura. NADA en nuestras vidas está dentro de nuestro control, excepto nuestras propias elecciones. Todo lo demás está en manos de Dios y no hay nada que podamos ganar (y mucho que podemos perder) al mantener la ilusión de que tenemos algo más que decir en el resultado de lo que tenemos en realidad. Y, de hecho, es muy liberador cuando de verdad nos relajamos y lo reconocemos. Si algo no va de la forma en que nos gustaría, eso es bueno y es exactamente lo que Dios quiere. Y lo mismo ocurre cuando algo sí marcha de la forma que esperábamos. Ninguna colección, sin importar su rareza y valor, cambiará esto.

Y, por supuesto, ninguna colección, nada en este mundo material, desviará la muerte. Nuestros cuerpos finalmente se marchitarán. La inmortalidad solamente se gana a través de actividades que nutren el alma; a través de las mitzvot y de conectarnos con Dios. Coleccionar (e incluso almacenar compulsivamente) pueden darnos un respiro temporal, pero nuestra única esperanza y seguridad verdadera está en nuestra vida espiritual, no en la material. Como con todos estos aprendizajes, es más fácil de decir que de hacer. (¡¿Han visto mi(s) pared(es) de hamsas o mi colección de 900 libros de cocina?!). 

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