De Alemania a Israel

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Visitar Wannsee me dio una apreciación mucho más profunda de Israel.

Me he vuelto indiferente en relación a mis viajes a Israel. Vengo muy frecuentemente y usualmente tomo el vuelo directo desde Los Ángeles. Son como 14 horas y media y me las arreglo para quejarme por la duración y la incomodidad. Trato de convencerme enfocándome en lo afortunada que soy, cómo mis antepasados soñaron con venir aquí y no pudieron, cómo solía tardar tres semanas en barco. A veces funciona y a veces mi ‘yo’ más bajo muestra su fea cara.

En cierta ocasión mi esposo me dijo que tenía tres viajes con grupos a Israel en agosto y sugirió que tenía sentido pasar el mes allá. En vez de saltar de alegría por la oportunidad, comencé con las quejas. ¿Un mes lejos de casa? ¿Qué voy a hacer? Me voy a aburrir. Voy a estar sola. Y así. Añadiendo combustible, mis hijos (adultos) se metieron en la conversación. ¿Cómo pueden dejarnos? ¿Qué tipo de padres son ustedes?

Y ahí estaba yo. A pesar del vuelo directo y la habitación en un hotel de lujo y el descanso de cocinar y limpiar, yo me quejé (una pequeña palabra en mi defensa: yo sí trabajaba en los viajes con grupos. Estaba presente e intentaba promover relaciones. No es que me escondí en mi habitación e hice un berrinche sin ningún motivo. No soy tan inmadura).

Pero una vez que aterricé en Éretz Israel, mi actitud se suavizó. Mientras contemplo desde mi balcón las murallas de la Ciudad Vieja y veo la luz cambiar a lo largo del día desde la salida del sol al mediodía, hasta la puesta de sol a la noche, estoy fascinada, y agradecida. Disfruto los momentos de introspección y apreciación.

Y luego regreso a mi ‘yo’ más bajo otra vez, quejándome y demandando una nueva habitación cuando las cosas no salen de acuerdo a lo planeado (¡pero la alfombra estaba sucia y el aire acondicionado no funcionaba!).

Todo esto siguió así hasta la semana pasada. Cuando todo cambió. Tuvimos unos cuantos días libres entre viajes de grupos así que decidimos ir a Berlín. No estábamos buscando unas vacaciones “divertidas” sino unas interesantes. Es ese aspecto no fuimos decepcionados.

Como todos saben, los alemanes han lidiado con su pasado de la forma más directa posible. En el terreno de la antigua sede central de la SS en medio de Berlín está el Museo de Topografía y Terror, una exposición interior y exterior que no se anda con rodeos.

Vistamos el Museo Judío y el Monumento al Holocausto, en donde el precepto Talmúdico “Silencio es Tú alabanza” parecía informar esta exhibición. No hubo —ni hay— palabras.

Realizamos también otras actividades turísticas, andar en bicicleta por el Tiergarten, visitando la Puerta de Brandeburgo, maravillándonos con el edificio Bundestag (conocido anteriormente como el Reichstag) e incluso visitando la embajada de Estados Unidos, en sí misma una lección en seguridad post-Bengasi.

En nuestro último día tomamos el tren hacia Wannsee. Esta fue nuestra experiencia más escalofriante. Primero tomamos un paseo en bote alrededor del lago (por error nos subimos al tour en alemán así que no pudimos entender nada de lo que dijo el guía excepto que todos ponían atención cuando él señalaba la Casa Wannsee a nuestra derecha, el sitio de la conferencia de la “Solución Final”).

El lago era tranquilo y forrado de árboles. Casas elegantes bordeaban la costa. La belleza del escenario parecía destacar el horror.

Al descender del barco, tomamos un autobús hacia la casa. Hicimos el tour del edificio, ahora otro monumento más del Holocausto. Estuvimos en la bastante aburrida habitación en donde la conferencia ocurrió.

Miramos por la ventana la vista, los árboles, la tranquila agua azul, el brillante sol, los veleros. ¿Podía haber ocurrido en realidad? ¿Podía un grupo de hombres realmente haberse sentado en esta habitación y planeado un metódico plan para destruir a mi pueblo? Parecía inconcebible y sin embargo…

Leyendo las biografías de los asistentes a la conferencia, me vinieron dos pensamientos. Uno, nunca había escuchado de la mayoría de ellos. Además de Heydrich y Eichmann, nadie sonaba familiar. Sus acciones tan desastrosas y sus nombres desconocidos, piezas anónimas en la máquina, sin embargo pusieron tanto en movimiento.

El segundo tema de nota fue su entusiasmo por el proyecto. Contrario a la creencia popular, Eichmann y sus colaboradores no eran solamente burócratas haciendo números. Ellos eran participantes emocionados. Ellos querían desesperadamente que este plan tuviera éxito. Ellos estaban comprometidos con la meta. ¡Heydrich incluso insistió en recibir el crédito!

Es una casa grande, pero ninguno de los lujosos muebles quedó. Solamente un registro de los mortales planes y acciones de unos cuantos hombres —transmitidos a miles de otros— y representados mientras el sol brillaba cálidamente sobre el destellante lago.

Una vez más, el silencio parecía la única apropiada —y posible— respuesta.

Estuvimos muy contentos que nuestro vuelo de regreso a Israel estaba planificado para la mañana siguiente. Aunque todas las personas que conocimos eran amigables, a menudo deteniéndose para darnos consejo si nos veían mirando perplejos un mapa, estábamos listos para irnos.

Estábamos incómodos, helados e incapaces de calentarnos. Queríamos nuestro hogar y nuestro pueblo.

Y anoche, mientras miraba la Ciudad Vieja en el ocaso finalmente me sentí verdaderamente agradecida. Agradecida de estar aquí, de tener este privilegio, de tener un hogar. Si pierdo de vista la preciosura de este momento y de esta oportunidad, puedo utilizar la experiencia en Wannsee para ayudar a que estos sentimientos regresen corriendo. Pero espero no necesitarla.

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