¿El próximo año en Jerusalem?

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El próximo año en Jerusalem – Leshaná habá BIrushalaim

Nunca olvidaré la manera en que mi padre, de bendita memoria, recitaba estas palabras al concluir cada Iom Kipur. Mi padre nació en un pequeño shtetl en Polonia y su nombre era Ben Tzión, que significa “hijo de Sion”. Era un nombre poco común para un niño nacido en la diáspora, con pocas esperanzas de que llegara a ver la sagrada tierra de Sion o ser testigo del milagro de su renacimiento como la patria del pueblo judío. Pero de alguna forma mis abuelos se sintieron espiritualmente motivados a identificar a su hijo con un nombre que unía la gloria de nuestro pasado con la esperanza de nuestro futuro.

Yo soy la décima generación de una familia de rabinos. Mi padre, tras lograr escapar a los Estados Unidos con su familia en el último barco que salió de Europa antes de los horrores del Holocausto, asumió un puesto como líder espiritual de una pequeña congregación en Brooklyn. Allí fue donde de pequeño me paraba a su lado mientras él rezaba. Y allí fue donde fui testigo de la santidad, la fuerza que tiene el corazón humano para conectarse verdaderamente con su Creador.

Iom Kipur es un camino. Su clímax llega en la conclusión, cuando gritamos el Shemá. Este es el punto culminante de nuestra conexión personal con Dios. Pero no olvidamos nuestro sueño nacional ni nuestro destino espiritual. Concluimos diciendo: “El próximo año en Jerusalem”.

Cada año, cuando mi padre Ben Tzión pronunciaba estas palabras, él mezclaba de una forma que no puedo explicar la alegría y la tristeza, el éxtasis y las lágrimas. La alegría era el resultado de su certeza respecto a que la promesa profética no podía ser eternamente negada. Las lágrimas eran el reconocimiento de la realidad. Los judíos y Jerusalem todavía no estaban reunidos.

Pero nosotros somos la generación de los milagros. A nosotros se nos otorgó no sólo el regalo de retornar a nuestra antigua patria y la creación del estado de Israel, sino también la respuesta Divina a nuestra súplica para tener la posibilidad de servir a Dios en la sagrada ciudad de Jerusalem, no “el próximo año” sino “este año”. Esa parte del sueño sólo está a un pasaje de El Al de distancia.

Por supuesto que la visión del próximo año en Jerusalem siempre aludió no sólo a una realidad física, sino que expresa la esperanza de una completa redención espiritual, con la reconstrucción del Templo y un mundo transformado que reconoce la realidad de Dios y su relación especial con el pueblo judío. Pero las palabras literales transmiten simplemente el sueño de la primera etapa de esa añorada esperanza mesiánica.

Hace unas pocas semanas tuvo lugar otro capítulo en esta extraordinaria historia. Finalmente los Estados Unidos cumplieron su promesa. Después de postergar durante años un mandato del Congreso por miedo a molestar al mundo árabe, Estados Unidos mudó su embajada en Israel a la ciudad capital: Jerusalem. Israel ya no es más el único país del mundo a quien se le niega el derecho de elegir su propia capital. Una injusticia de 3000 años finalmente fue rectificada y el Rey David se debe haber alegrado en el cielo cuando la nación más poderosa del mundo actual reconoció el estatus de la que él designó como su ciudad sagrada.

Ahora, más que nunca, se necesita profundamente el mensaje y el significado de “el próximo año en Jerusalem”, porque debemos recordar con urgencia no repetir un incomprensible error histórico.

En 1967 Israel fue atacado por sus vecinos árabes. Todos ellos juntos no eran rival para el Dios de Israel. Hasta la fecha, los planificadores militares de West Point que estudian la Guerra de los Seis Días simplemente no pueden entender cómo Israel pudo salir victorioso. El milagro llegó a su cumbre cuando las fuerzas armadas volvieron a conquistar la ciudad vieja y el sitio de los dos Templos. Nadie puede olvidar el momento en que Rav Goren consiguió un shofar y tocó el sonido largo que los judíos identifican con la llegada del Mashíaj.

El grito de Mordejai Gur, comandante de los paracaidistas, en su radio de campo: “¡El Monte del Templo está en nuestras manos!”, fue documentado en detalle en todo el mundo y entró al panteón de los símbolos nacionales del estado de Israel.

De hecho, realmente había llegado el momento de decir: “Este año en Jerusalem”.

Pero entonces todo cambió. En medio de la euforia de la liberación y la alegría del mundo judío por haber recuperado su sitio más sagrado, hubo una proclama que alteró por completo el significado espiritual del momento.

Sólo unas pocas horas después de que el Rabino de las fuerzas armadas, Rav Shlomo Goren, tocara el shofar y bendijera Shehejeianu al lado del Muro Occidental, el general Moshé Dayan les ordenó a sus tropas que quitaran de inmediato la bandera israelí que los paracaidistas habían izado en el monte. La segunda decisión de Dayan fue retirar a la compañía de los paracaidistas que se suponía debía permanecer permanentemente estacionada en la parte norte del monte. Entonces pasó algo que despertó un alegre asombro al mundo musulmán y provocó un shock incomprensible entre los israelitas victoriosos: se emitió un decreto prohibiendo la plegaria y los servicios religiosos judíos en el sitio hacia el cual los judíos dirigieron sus plegarias física, emocional y mentalmente desde el momento en que fueron expulsados.

“El monte del templo está en nuestras manos”, el grito triunfante de Mordejai Gur, fue real, pero sólo por unas pocas horas. Al otorgarles a los musulmanes la soberanía religiosa sobre el monte del Templo, Dayan creyó que estaba apaciguando el sitio como un centro de nacionalismo palestino. Ahora sabemos qué equivocado estuvo.

De hecho, incluso cuando al estado judío le gusta enorgullecerse de que cada ciudadano disfruta de libertad de culto y libre acceso a los sitios sagrados, esa afirmación no es real para un grupo de personas: una y otra vez las fuerzas de seguridad israelíes impiden el ejercicio de ese derecho específica y únicamente a los judíos.

La libertad de culto es un ideal que los norteamericanos atesoran. Ellos se impresionan al saber que cuando se les permite a pequeños grupos de judíos entrar al sitio que para ellos es más sagrado, observan cuidadosamente sus labios para asegurar bajo amenazas de multas y/o prisión que no cometan el crimen de rezar al mismo Dios que hizo posible el milagro del retorno judío.

¿Podemos llegar a ser culpables de repetir este mismo error en futuras negociaciones?

A diferencia de generaciones pasadas, nuestra añoranza por el Jerusalem físico se ha cumplido. Sin embargo sigue siendo necesaria la antigua plegaria, tal como fue escrita: “El próximo año en Jerusalem”.

Anhelamos la completa reconstrucción espiritual de Jerusalem. Y debemos entender que lo que tenemos hoy podemos perderlo tontamente mañana. Nuestra plegaria debe ser pronunciada, pero con un significado diferente.

“No sólo este año, sino también el próximo año y todos los años por venir en Jerusalem”.

Ni nosotros ni nuestros enemigos debemos llegar a olvidarlo.  

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