La obsesión por la comida

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Es difícil imaginar que en una época se consideraba poco digno hablar de comida. Quizás hay algo más de lo que vemos.

Hay una vieja expresión en Idish (que intenté reproducir aquí de forma transliterada, pero no lo logré) que, traducida libremente dice: “Despreciamos hablar de comida” ¿No hablar de comida? ¿Cuántas revistas, blogs, sitios web y programas de televisión se quedarían sin trabajo? ¿Cuántas personas que salen a cenar se quedarían sin nada que decir? Hablar de comida se ha vuelto la norma, una parte habitual y esperada de nuestra conversación cotidiana.

Sin embargo, alguna vez se consideró poco digno. ¿Qué es lo que dejamos de entender?

Primero, una aclaración. Pienso que no hay ningún problema en hablar sobre recetas (¿estoy racionalizando mi propia conducta?). Si probamos algo y queremos duplicarlo, si una amiga o un miembro de la familia preparó un platillo delicioso que queremos hacer en nuestro hogar, compartir la receta es un acto de amabilidad. Eso incrementará la alegría de mi mesa de Shabat o incluso de una cena en la semana. Quiero brindarle a mi familia comidas atractivas, sabrosas y sanas y si para hacerlo puedo apoyarme en la ayuda de amigas, blogs y revistas de cocina, entonces creo que vale la pena el esfuerzo. Se trata de un acto de bondad.

Eso no es lo mismo que hablar de comida. No es lo mismo que delirar por la “mejor” cena y despreciar la “peor”. No es lo mismo que tener una conversación sobre menús, platillos y el restaurante más nuevo. No es lo mismo que estar constantemente enfocado en lo que acabamos de comer o lo que vamos a comer después (No hablo de aquellos que están obsesionados con su peso o con las dietas; ¡ese es otro problema!). Como lo ilustra la expresión en Idish, la comida nunca estuvo destinada a ser un tema de conversación. Comemos para tener energía y hacer cosas significativas o para agregarle placer a nuestra mesa de Shabat o Iom Tov. La comida no es el fin; es el medio.

Yo creo que el verdadero problema es que comer es un instinto del cuerpo como todos los demás. Puede que socialmente sea más aceptado hacerlo en público (!) pero sigue siendo un instinto corporal. No queremos elevar y glorificar nuestros instintos corporales. No queremos vivir por ellos. No queremos que otros nos vean satisfacer nuestros instintos corporales. Y, sin lugar a dudas, no queremos discutir sobre nuestros instintos corporales.

Con la vulgarización de la sociedad (y la proliferación del canal “Food TV” y programas como “Cocinero de hierro”, “Hell’s Kitchen” y…) ya no pensamos que haya algún problema en hablar sobre comida o convertir a la comida en el centro de la conversación. Pero los dichos en Idish del pasado nos enseñan algo. Hubo una época en la que la gente entendía a dónde pertenecían (y a dónde no) nuestros instintos corporales.

Es difícil volver a guardar ciertos genios dentro de una botella. Pero por cierto podemos moderar nuestra participación en esas conversaciones y en ese enfoque. Podemos intentar mantener cierta modestia respecto a lo que comemos y tener una actitud digna. No vamos a cambiar la percepción del mundo, pero podemos cambiar la nuestra. Podemos elevarnos nuevamente a almas en vez de cuerpos. 

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